Wes Anderson con un inabarcable elenco más una de terror esperada, un documental coproducción entre Argentina, España y República Checa, un dramón argentino de Santiago Loza, dos animadas para agregar a la cartelera infantil, más “El libro de los deseos”, “La bruja de Hitler” y “Los hijos de los otros”. Aquí una selección de reviews para elegir que ir a ver al cine entre tantas propuestas, porque el cine se ve en el cine.
“Asteroid City”
Desde hace ya bastante tiempo dejamos de intentar que las películas de Wes Anderson me “entretengan”, me enganchen por su trama o me generen cierta empatía para ingresar en otra instancia que tiene que ver con la admiración del artificio, la exploración de su arquitectura, de su diseño, de sus costuras siempre visibles. Ya no me importa (tanto) cuán ingeniosa es la historia o cuántos chistes funcionan sino la forma en que el director sueña y crea esos universos absolutamente desbordantes de ideas, pletóricos de creatividad y delirio. En ambos sentidos, Asteroid City debe ser una de las películas dramáticamente menos potentes y visualmente más deslumbrantes de su filmografía.
Wes Anderson siempre quiere más, siempre va por una acumulación mayor y aparentemente siempre termina consiguiendo ese plus. En este caso, contó con un elenco que supera las 20 estrellas que en muchos casos se adaptan a un tono minimalista y a tener apenas una o dos escenas, un tiempo en pantalla digno de un papel secundario para alguien que recién empieza su carrera. Es que todos quieren ser socios y socias del Club Anderson y, de hecho, muchos de ellos fueron a acompañarlo en la alfombra roja del último Festival de Cannes, pese a tener poco más que un cameo. El director de Gran Hotel Budapest y Los excéntricos Tenenbaum sigue siendo lo más parecido a un artista que marca tendencia, que impone modas, que irradia prestigio, glamour y talento. Un imán en una industria como la de Hollywood que está llena de eficaces artesanos del oficio pero carece de verdaderos autores.
Como en toda creación de Anderson hay capas sobre capas, citas sobre citas, fetichismo, nostalgia, estética retro-kitsch y la sensación de que nunca se llega al corazón ni la esencia del relato. En este caso, la película en color transcurre “dentro” de un obra teatral televisada (en blanco y negro) cuyo presentador es nada menos que el gran Bryan Cranston.
Pero, más allá de las puertas que nos llevarán una y otra vez a la trastienda, al detrás de escena, al reverso de los decorados, a un encuentro del autor (Edward Norton) con un actor (Jason Schwartzman), vayamos mejor a la historia principal, que transcurre en Asteroid City, una ciudad de ¡87! habitantes ubicada en pleno desierto del sudoeste de los Estados Unidos donde hay un observatorio astronómico y cráteres de meteoritos que han caído. La fecha es septiembre de 1955 y ahí llegan (o, mejor, quedan varados porque su Mercury termina destruido) Augie Steenbeck (el citado Schwartzman con prominente barba) y sus cuatro hijos (un adolescente y tres niñas). Mientras espera que su suegro Stanley Zak (Tom Hanks) los vaya a rescatar, el padre termina informándoles que la madre de los chicos ha muerto hace tres semanas y sus cenizas están en un tupperware que lleva consigo.
Ese es solo el punto de partida de una comedia absurda por donde se la analice en la que habrá constantes pruebas atómicas, invasiones alienígenas y una convención llamada Junior Stargazer a la que asistirán militares, científicos y familiares de estudiantes que serán condecorados. La Midge Campbell que interpreta la estrella Scarlett Johansson es lo más parecido que hay a otra protagonista en una película que parece un desfile de figuras (¡y qué figuras!) por una pantalla / pasarela, mientras el director y su fotógrafo Robert D. Yeoman nos llevan de paseo con sus fastuosos, descomunales travellings y sus virtuosos encuadres. ¿Suena a capricho, a arbitrariedad? Es una película de Wes Anderson y hace lo que se le da la gana. Tómelo o déjelo. Por Diego Battle. En todos los complejos.
“Háblame”
El influyente sello A24 suele apostar por lo que se denomina como cine de terror “autoral” y allí están para confirmarlo títulos recientes como Lamb, el tríptico conformado por X, Pearl y la inminente MaXXXine, Saint Maud, Muerte, muerte, muerte / Bodies Bodies Bodies, The Lighthouse, Cenizas del pasado / Green Room, La bruja y films de Ari Aster como Beau is Afraid, El legado del diablo / Hereditary y Midsommar: el terror no espera la noche. En ese sentido, la adquisición de Háblame, incursión en el cine de los hermanos gemelos australianos Danny y Michael Philippou, surge como una apuesta algo más convencional. No es que se trate de un film puramente de fórmula, pero es en varios sentidos un exponente más prototípico del género. Y, debe indicarse de inmediato, uno bastante eficaz, con una justa mixtura entre sustos a puro golpe de efecto (sonido, música, edición) y un bienvenido humor negro, por lo que no llama la atención que ya sea uno de los más exitosos en la historia de esa distribuidora.
El plano secuencia que funciona a modo prólogo es impactante y brutal. En el marco de una fiesta bastante descontrolada un joven trata de salvar a su hermano menor, pero éste primero lo mata y acto seguido se suicida delante de todos los presentes.
Salto a la historia central. Mia (muy buen trabajo de Sophie Wilde) es una estudiante de colegio secundario que, desde el suicido de su madre ocurrido dos años atrás y para evitar todo contacto con su atribulado padre Max (Marcus Johnson), pasa buena parte del tiempo en casa de su mejor amiga Jade (Alexandra Jensen), quien vive con su madre soltera Sue (la gran Miranda Otto) y su hermano menor Riley (Joe Bird). La relación entre ellas es de compinches, pero también se percibe cierta tensión, ya que Jade está saliendo con Daniel (Otis Dhanji), quien supo ser novio de Mia.
Las cosas empiezan a complicarse aún más cuando las chicas van a una fiesta casera en la que les proponen participar de un ritual con una mano de cerámica, unos conjuros y el camino a una “posesión” que no debe exceder los 90 segundos, ya que la leyenda urbana indica que pasado ese plazo los espíritus en cuestión pueden apoderarse del cuerpo y la mente de quien se propone como conejillo/a de Indias. Y la que se somete a la experiencia es -claro- la ansiosa, angustiada, arrojada, desprejuiciada y algo irresponsable Mia.
No conviene adelantar nada más (ese es solo el inicio) para que las sorpresas y derivas (que las hay y muchas) generen todo su efecto aterrador y cómico a la vez. Y lo dicho: los Philippou, bastante cuestionados por el dudoso gusto de varios de sus videos en YouTube, aquí se muestran no solo muy sólidos desde la puesta en escena y el vuelo visual sino también como impecables directores de actores y actrices, y bastante ingeniosos a la hora de reciclar y darle una vuelta de tuerca no exenta de ironía a la fórmula de Ouija o Línea mortal: Al límite / Flatliners y los lugares comunes del gore. El resultado, sin ser la obra maestra que algunos críticos y críticas elevaron quizá de forma desmedida, es un buen (por momentos muy buen) exponente de ese tan transitado y popular género como el terror. Por Diego Batlle. En todos los complejos.
“El Káiser de la Atlántida”
No hace falta saber nada sobre El Kaiser de la Atlántida para ver El Kaiser de la Atlántida. Dirigida por Sebastián Alfie, la película indaga en los múltiples pliegues de la ópera compuesta por Viktor Ullman y el poeta Peter Kien en 1943 durante su involuntaria estadía compartida en el gueto de Terezín. Una pieza que se burlaba abiertamente de Adolf Hitler y sus secuaces, y cuya partitura estuvo perdida durante tres décadas hasta que fue rescatada por Kerry Woodward.
La película comienza durante los preparativos finales del régisseur argentino Gustavo Tambascio para estrenar en Madrid una puesta de esa ópera escrita originalmente para 15 músicos, pero que en esa ocasión tendrá la particularidad de reunir a 70, algo inédito hasta entonces. Podría pensarse, entonces, que El Kaiser de la Atlántida es un documental exclusivo para conocedores, en tanto proliferan términos y cuestiones propias de la ópera cuando los especialistas analizan la relevancia del trabajo de Ullman y Kien, pero el asunto va más allá.
Recurriendo a las armas habituales de los documentales expositivos, Alfie utiliza la nueva puesta como la punta del ovillo de la que va tirando para reconstruir tanto la historia de sus autores a través de animaciones como del contexto y el periplo de Woodward para recuperar la obra, un asunto que incluye hasta una médium contactando a Ullman para completar la partitura original. El resultado es un film melómano que, felizmente, trasciende los límites de su disciplina. Ezequiel Boetti. En Cinépolis.
“Amigas en un camino de campo”
El cine del dramaturgo y novelista Santiago Loza tiene siempre la rara virtud de descubrir lo extraordinario en lo cotidiano a partir de escasísimos elementos narrativos. Basta con recordar su largometraje inmediatamente anterior, Breve historia del planeta verde (2019, disponible en la plataforma Mubi) para confirmar esta afirmación, que vuelve a ratificar ahora Amigas en un camino de campo, su largometraje más reciente, que llega a la Sala Lugones luego de su paso por los festivales de San Sebastián y Mar del Plata (donde fue premiado).
La anécdota no podría ser más sencilla: un amanecer, Sandra (Eva Bianco) vislumbra desde la ventana de su cocina la caída de una estrella fugaz y decide salir en busca de esa piedra que debe haber caído más allá del río y de las sierras que lo circundan. No lo hará sola: la acompaña Tere (Anabella Bacigalupo), con quien mantiene una larga amistad no exenta de rispideces, como se irá revelando paulatinamente. Antes de salir, sin embargo, recibirá a su hija Nora (Jazmín Carballo), que acaba de llegar de la ciudad para una visita que se anuncia fugaz, y repartirá entre algunos vecinos del pueblo los panes que ella misma amasa.
Ese primer tramo del film ya le permite a Loza esbozar ambientes y personalidades: el pueblo es pequeño, la gente se conoce y aprecia, y Nora es amable pero solitaria, huraña, arisca. El encuentro con su hija sugiere roces previos y su carácter difícil, que la larga caminata junto a Tere a campo traviesa no hará sino confirmar, a pesar de que ambas hablan poco, solamente lo esencial, como si el silencio fuera a veces el mejor compañero de Sandra.
La particularidad esencial de Amigas en un camino de campo radica en la incorporación –muy orgánica, por cierto- de la poesía de Roberta Iannamico (Bahía Blanca, 1972) a la estructura dramática de la película. También antes de aventurarse fuera del pueblo, Sandra y Tere mencionan que una íntima amiga de ellas -que murió poco antes, que será recordada una y otra vez, y con quien conformaban una “Santísima Trinidad”- le gustaba mucho esa poesía tan humilde como profunda de Iannamico, que vive por ahí en las afueras del pueblo.
“…las cosas que entran / en una mano / eso es lo que tengo / para armar un mundo”, se escucha en uno de sus versos, que van punteando el relato. Y efectivamente todo un mundo se materializa en el film a partir de aquello que entra en una mano: una fruta, una herramienta, una caricia. Las manos son un leitmotiv en Amigas en un camino de campo, lo que lleva a Loza a construir una dialéctica muy delicada entre los planos detalle y los planos generales, donde la naturaleza tiene por supuesto una importancia determinante, tanta que el espectador puede llegar a sentir que comparte (o quisiera compartir) esa caminata junto a esas amigas a las que quizás el camino las separe.
No es poco lo que el film de Loza apenas sugiere o deja abierto a la interpretación o el misterio, pero se diría que ese es un rasgo tanto de su cine como de su dramaturgia, que muchas veces incluye también un momento de extraña epifanía, que no falta en Amigas en un camino de campo. En esta película reaparece también con fuerza la afinidad de Loza con universo femenino, que era evidente tanto en los films Cuatro mujeres descalzas (2005) y Si estoy perdido, no es grave (2014) como en la obra teatral Almas ardientes, que en 2014 puso en escena Alejandro Tantanian.
Se diría que Loza escribe especialmente para sus actrices y las de Amigas… no podrían ser mejores. Eva Bianco y Anabella Bacigalupo expresan toda la complejidad de sus personajes, pero también Jazmín Carballo y Carolina Saade, como la hija de Sandra y su amiga, para quienes Loza construye una suerte de pequeño contrapunto con el dúo protagónico que funciona muy bien y le da al arco narrativo mayor densidad. No es menor el aporte de la fotografía de Eduardo Crespo, capaz de poner en imágenes ese verso de Iannamico que dice “…qué hermoso el camino que nos separa / el pasto, el cielo, el sol y yo”. En El Cairo.
“PORORO: LA PELÍCULA”
El pequeño pingüino Pororo protagoniza este film en el que él y sus amigos provocan sin querer un aterrizaje forzoso en su pueblo natal. En al avión vuelan también unas tortugas que van de viaje a Northpia transportando coches de carreras. Así, Pororo y compañía confunden a sus compañeros de aventura con corredores profesionales y terminan dando clases que al final se centran en promover una manera de competir positiva. Tanta práctica culmina con la extraña pandilla viajando a Northpia para participar juntos en una carrera en la que logran aventajar hasta a los osos polares. Lo que Pororo y sus amigos no saben es que un adversario mucho más duro esta por llegar. En el Showcase, Hoyts y Cinépolis.
“Los Rescatadores: Regreso al Planeta Tierra”
Un misterioso alienígena, Avi, llega a Pine Tree Montain y se hace amigo uno de los rescatadores, Bramble. El poco a poco se entera que los antepasados de Avi, los Rhyot, son una civilización muy desarrollada que floreció al ir destruyendo el medio ambiente del planeta y debido a esto tuvieron que abandonar la tierra. Cuando Avi conduce a Bramble hasta las antiguas reliquias de su pueblo, un ejército humano de alta tecnología que utiliza todo tipo de armas los ataca a ambos… En el Showcase y el Monumental.
“El libro de los deseos”
El libro de los deseos pertenece a un tipo de películas que busca sensibilizar al espectador a través de historias sobre adversidades enormes, en apariencia irreversibles, y cómo atraviesan ese trance sus sufridos protagonistas. En este caso, una madre soltera con trabajo precario e imprecisos sueños de progreso social en la realidad actual de Francia. Por una distracción pierde de vista en la calle a su hijo skater de 12 años, que es atropellado por un vehículo. Desde ese momento el chico quedará en un estado de coma inducido y profundo.
Tras el accidente, ella descubre entre las anotaciones de su hijo un cuaderno en el que se enumeran acciones y deseos que el chico se prometió a sí mismo cumplir “antes del fin del mundo”. Envuelta en la culpa y tal vez convencida de que allí está la clave de una posible (y milagrosa) recuperación, la mujer decide ponerlos en práctica, uno a uno. Cada una de las etapas de ese camino de supuesta purificación se resuelve de manera torpe y apresurada. El recorrido incluye viajes a Japón, Portugal y Escocia que supuestamente ejercen en la protagonista un gran impacto espiritual, pero en los hechos funcionan como extrañas postales turísticas, bastante incómodas para el espectador.
Solo hay que agradecer el pudor y la reserva empleados para poner en escena el accidente del niño. Todo lo demás es un extenso catálogo de frases lacrimógenas y gastadas ilustraciones de manual sobre superación, templanza y optimismo frente al dolor. En este mar de forzado sentimentalismo también naufraga el elenco. Marcelo Stiletano. En Hoyts y Del Centro.
“Los hijos de los otros”
Entrar y salir de la vida de la gente puede parecer bastante normal para un adulto –o entre adultos–, pero es un tanto más complicado cuando se trata de niños, o entre niños y adultos. Las relaciones de pareja tienen, muchas veces, ese potencial «daño colateral» que es el de armar lazos afectivos y tener que desarmarlos. Y no me refiero a la pareja en sí –ese es un acuerdo de algún modo tácito entre los participantes– sino a los terceros. En el caso de LOS HIJOS DE OTROS, como lo anuncia directamente el título, son los niños del otro u otra en una pareja, esos que pueden transformarse casi en hijos propios o, al cabo de un tiempo, desaparecer por completo de una vida.
Rachel (la excelente actriz belga Virginie Efira) promedia los 40 y trabaja como docente en una escuela. Al empezar la película se la ve, sonriente, revisando mensajes de texto y pendiente de algo que, claramente, está pasando ahí. Pronto veremos que aquello que la distrae tiene nombre: se llama Ali (Roschdy Zem), estudia guitarra con ella, y es un hombre que ronda los 50. Al salir de la clase e irse juntos, el coqueteo virtual y la seducción personal da paso a los hechos –la película tiene una bienvenida franqueza sexual, algo habitual en la realizadora– y muy rápidamente ya son una pareja casi tradicional.
Ambos están separados pero la diferencia es que Ali tiene una niña, Leila (Callie Ferreira-Gonçalves), de «cuatro años y medio» (sic), de su matrimonio anterior con Alice (Chiara Mastroianni). Rachel conecta bastante rápidamente con Leila y pronto está llevándola a clases de judo y paseando con la niña mientras el padre, un diseñador industrial, trabaja. Todo parece ir bien en la vida de Rachel: tiene también una gran relación con su hermana y con su padre –más allá de ciertos asuntos de salud del hombre–, en el trabajo se la ve cómoda y dedicada a ayudar a algunos alumnos problemáticos y tampoco se producen inconvenientes cuando conoce a la madre de Leila, con la que se lleva bien.
Por el modo que Zlotowski (GRAND CENTRAL, UNA CHICA FACIL) narra su historia casi que es imposible contar mucho más, ya que casi dos tercios de película pasan sin grandes incidentes. Más allá de algunas dificultades con un alumno, los problemas de salud de una conocida, un par de asuntos familiares y algún que otro berrinche de la niña, todo parece ir bien encaminado en la vida de Rachel.
Lo que sí sucede –y se va imponiendo como tema– es que Rachel descubre que tiene ganas de ser madre, algo que antes nunca había querido o deseado. Y su ginecólogo (curiosamente interpretado por el realizador Frederick Wiseman) le dice algo que todos sabemos: que no tiene demasiado tiempo para hacerlo. En algún momento, más adelante en la historia, su estabilidad empezará a resquebrajarse con previsibles consecuencias. Y este elemento será, no clave, pero sí importante.
Zlotowski nunca recarga las tintas del drama aquí. Por el contrario, la película fluye con la naturalidad de una vida vivida, en la que diferentes cosas suceden y se incorporan a la cotidianeidad sin necesidad de grandes escenas dramáticas o desgarros emocionales bruscos. Esa ligereza se agradece pero tiene, de todos modos, un pequeño contratiempo: nunca se termina de sentir del todo la conexión entre ella y Ali, al que la película muestra como un tipo correcto y amable pero siempre un tanto alejado. Si hay una relación central aquí es la de Rachel y Leila. Y Ali parece ser más el que une a ambas que otra cosa. Pero lo cierto es que sin Ali no hay Leila y ahí es cuando las cosas se complican.
LOS HIJOS DE OTROS es calma, amable y compasiva. Aún cuando las cosas empiecen a girar de un modo que se prevé problemático, Zlotowski nunca abandona su cariño y respeto por todos los personajes. No solo el triángulo protagónico, sino los otros profesores (hay uno que claramente tiene interés en Rachel), los familiares, las ex parejas y las distintas personas que se cruzan en el camino de la protagonista. No hay villanos aquí sino que son las propias circunstancias, las decisiones y situaciones que atraviesa una pareja que ronda los 50 las que van conduciendo los destinos del drama. Pero por más incorporadas que estén a nuestra experiencia, esas pequeñas cosas –separaciones, distancias, encuentros y desencuentros– dejan sus marcas. Y esta película bella, triste y un poco melancólica las presenta de tal manera que cada espectador podrá completar esos vacíos con su propia experiencia. Diego Lerer. Cines del Centro.
“La bruja de Hitler”
La llegada de funcionarios nazis a la Patagonia luego de la Segunda Guerra Mundial es uno de esos temas cuya tela tiene largos metros para cortar. Tópico en el que conviven lo siniestro, el misterio y el silencio, vuelve a la pantalla grande local en La bruja de Hitler, el nuevo film dirigido a cuatro manos por Ernesto Ardito y Virna Molina que indaga en la ominosa dinámica de una familia alemana radicada en Bariloche.
El año es 1961; el lugar; la casa de los Krauss, enclavada en medio de la geografía boscosa y montañosa de las afueras de la ciudad de los estudiantes. Hasta allí llega una familia de fugitivos nazis buscando un refugio que pueda servir como primer paso para intentar vivir una vida normal. Claro que la idea de “normalidad” para quienes trabajaron a favor de un régimen convencido de su supremacía es muy distinta a la que impone la razón, por lo que allí se desatará una convivencia regido por lo perverso y lo pesadillesco.
Fábula basada en documentos reales, según avisa una placa al comienzo del film, La bruja de Hitler sigue las relaciones que establecen los hijos de ambas familias, convirtiéndose así en reflejos brutales, cruentos y descarnados de las experiencias de sus progenitores. Se trata, entonces, de un film mucho más cerca del cine de terror y suspenso que de uno apegado a un registro realista. El juego de texturas y el aura fantasmal generados por los fragmentos en Súper 8, así como también el particular uso de registros sonoros, refuerzan esa idea.
El problema es que La bruja de Hitler empieza a disponer sus elementos en un tablero que funciona como metáfora del presente, acorralando la interpretación de lo que sucede contra las cuerdas de lo unívoco. El resultado es un film envolvente y perturbador desde sus formas, pero con algunas acciones obvias y subrayadas. Ezequiel Boetti. En el Arteón.
Fuente: Otros Cines, La Nación, Página 12.
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