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Ocho estrenos para este anteúltimo jueves de agosto

Más videojuegos que llegan al cine, una comedia romántica uruguaya, un film sobre las relaciones padres e hijos, otro Drácula que llega al cine, otra de terror, Verónica Chen con “Los Terrenos”, más K Pop y un documental sobre Sebastián Moro, el periodista argentino asesinado en una golpiza en 2019 en Bolivia son los ocho estrenos que llegan este jueves a Rosario y aquí dejamos una selección de las mejores reviews para elegir que ir a ver al cine. Porque el cine se ve en el cine.

“Gran Turismo”

Los guionistas Jason Hall (Paranoia, Francotirador, Thank You for Your Service) y Zach Baylin (Creed 3, Rey Richard: Una familia ganadora) apelaron a todos los lugares comunes a la hora de concretar la estructura dramática de Gran Turismo, cuyo concepto está resumido en el subtítulo agregado para el lanzamiento local: De jugador a corredor.

En efecto, el jugador compulsivo de Gran Turismo, el videogame de simulación de carreras es Jann Mardenborough (Archie Madekwe), un joven galés que mantiene en su casa de Cardiff una tirante relación con su padre Steve (Djimon Hounsou) porque el adulto no entiende (y censura) lo que él considera como una adicción enfermiza. Pero Jann no solo es un as del volante frente a la computadora sino que incluso ganará un concurso organizado en todo el mundo (hay un argentino que queda entre los 10 finalistas) por la marca Nissan para convertirse en corredor profesional. Se inicia, entonces, una odisea que consiste en exigentes entrentamientos y un ascenso en las pistas no exentos de contratiempos y desafíos.

Si el planteo general suena a fórmula básica ni qué hablar de la forma en que el realizador sudafricano Neill Blomkamp resuelve los conflictos lateriales: desde los traumas del veterano Jack Salter (David Harbour) que vuelve después de mucho tiempo a los circuitos y será mitad supervisor mitad mentor, hasta los acercamientos de Jann a la simpática Audrey (Maeve Courtier-Lilley), pasando por la mencionada relación con su papá o los constantes cambios de actitud por parte de Danny Moore (Orlando Bloom), el experto de marketing de Nissan que propone el salto de los mejores usuarios de los videojuegos a las pistas reales.

Blomkamp (Sector 9, Elysium, Chappie) comenzó su carrera como un cotizado director de comerciales de Nike y, en ese sentido, Gran Turismo sirve como ejemplo perfecto de product placement. En casi todos los planos hay un producto, un logo, un cartel o algo para vender. No solo es una impresionante promoción para Nissan, que debe haber pagado buena parte de los 60 millones de dólares de presupuesto, sino también -claro- para el combo Sony-PlayStation-Gran Turismo y para decenas de marcas que invirtieron para aparecer en las escenas ambientadas en las pistas (y en otras también).

Película itinerante (se rodó en múltiples locaciones y famosos circuitos) y excesiva en su duración, Gran Turismo resulta un ejercicio hiperestilizado y orgullosamente grasa (el leit-motiv musical es… Kenny G) en el que Blomkamp juega más en la liga de un Michael Bay que en la de Rápidos y furiosos. No hay espacio para la sutileza ni demasiados matices, pero la película, ejem, nunca deja de acelerar a riesgo de por momentos pisar el pianito y darse algún que otro golpazo. Es posible que con las tensiones clásicas tan propias del melodrama familiar y la adrenalina de sus secuencias de carreras le alcance como para ganarse el favor de buena parte del público gamer y tuerca. Por Diego Batlle. En todos los complejos.

“Amo a mi papá”

Las relaciones entre padres e hijos son uno de los tópicos más frecuentados por películas de todas las épocas y de todos los géneros. Pero pocas las abordan a partir de una premisa tan incómoda, casi perversa, como Amo a mi papá: borrado de las redes sociales por un hijo dispuesto a todo con tal de cortar el lazo paterno, el hombre no tiene mejor idea que hacerse pasar por una chica para, a través de charlas digitales, saber qué es de su vida. Cuando el chico se enamore del álter ego digital del padre, el asunto se desplazará hacia carriles un tanto más oscuros.

Estrenada en la edición 2022 del Festival South by Southwest (SXSW), la película dirigida, guionada y protagonizada por James Morosini, quien utilizó sus recuerdos familiares como pilares centrales del relato, comienza con varias llamadas telefónicas del padre avisándole al hijo que no irá a su cumpleaños, ni a su fiesta, ni mucho menos a compartir una cena. Lo de Chuck (Patton Oswalt) es un abandono constante que condimenta con malicia, un combo que dejó una huella tan profunda en Franklin (Morosini), que terminó con un tratamiento psicológico para superar el fantasma paterno.

La única manera que Chuck tenía de saber en qué andaba Franklin era viendo sus posteos en redes sociales. Al borrarlo de todas ellas, y ante el “consejo” de un amigo, decide replicar el perfil de una joven camarera para, haciéndose pasar por ella, tener charlas diarias con él. Mensajito va, mensajito viene, el bueno e inseguro Franklin termina enganchado con esa mujer que, en realidad, no existe –o sí, pero no tiene idea de nada- y a la que inevitablemente querrá conocer.

Durante su primera mitad, Amo a mi papá se erige como una comedia de enredos un tanto enfermiza, pues Chuck está lejos de ser buena persona y hay una evidente manipulación emocional hacia su hijo. El menú incluye un humor entre negro e incómodo, fruto de los chats eróticos entre padre e hijo que Morosini ilustra recreando lo que imagina cada uno: si Franklin siente que besa a la chica, Chuck, en cambio, siente los labios de su hijo. Una comedia incestuosa.

Pero la película baja varios cambios en su último tercio, cuando comienza el acercamiento entre padre e hijo con la excusa de un viaje para conocer a la señorita. Un viaje con intenciones de reconexión que, sin embargo, pone contra las cuerdas a Chuck. Y a Morosini también, pues la encerrona lo obliga a correrse del tono más demencial para abrazar uno en el que los pases de factura adquieren el gusto de la venganza. Diego Batlle. En los Cines del Centro.

“Drácula: Mar de Sangre”

Ver cómo una nueva película sobre Drácula se pone en movimiento con la imagen actualizada del globo terráqueo de los estudios Universal resulta a primera vista lo más natural del mundo. La alianza entre las historias de monstruos más conocidas del cine de terror y uno de los pilares de la industria de Hollywood cumple este año nada menos que un siglo. El origen de esta verdadera cosmovisión se remonta a 1923, año de estreno de la versión de El jorobado de Notre Dame protagonizada por Lon Chaney, y en 1931 conocimos bajo el mismo sello al primer Drácula del cine, encarnado por Bela Lugosi. Después llegaron Frankenstein, el Hombre Lobo, la Momia y unos cuantos más.

La memoria configura desde más de un sentido esta novedad. Además de la cronología, aparece cifrado detrás de Drácula, mar de sangre (efectista traducción local de un título original con resonancias mucho más literarias) una suerte de exculpación por el fracaso del ambicioso proyecto para resucitar a los grandes personajes clásicos de aquella etapa inigualable del estudio y unirlos en un multiverso denominado Dark Universe con una suerte de regreso en las fuentes. Un escenario clásico, oscuro y gótico, envuelve esta aventura tomada directamente de un tramo del Drácula de Bram Stoker, específicamente el segmento del relato en el que se habla de los acontecimientos que ocurren durante un trágico viaje en barco desde el puerto búlgaro de Varna hasta Whitby, en el noreste de Inglaterra. La acción transcurre en 1897, como para que no haya dudas de que estamos ante una historia de origen, que hasta podría (al menos en el pensamiento de sus productores, entre los que aparece el legendario Mike Medavoy) dar comienzo a una serie.

Esta posibilidad por ahora parece lejana, a partir de los magros resultados de taquilla cosechados por la película en los Estados Unidos. No tiene sentido buscar explicaciones por el lado del relato de época. La recreación de la vida a bordo de un barco mercante de finales del siglo XIX y la inquietante atmósfera que rodea a esta travesía están entre lo mejor de esta despareja adaptación.

Todo este clima alimenta expectativas que no se corresponden con los resultados. Sobre todo por el desinterés en ocuparse del monstruo que perpetra la desgracia desde una perspectiva exclusivamente demoníaca. De Lugosi para acá, la mejor historia de Drácula en el cine aparece cuando el personaje se debate entre su lado humano y la faz diabólica que lo transforma cada noche en un poseso en busca de sangre humana para alimentarse.

Algunos buenos y genuinos sustos en el final, cuando todo parece estallar en torno de la caza del monstruo, sirven como modesto consuelo para los más entusiastas seguidores del género. Son más los que preferirán tomar distancia, sobre todo por algunas elecciones narrativas imperdonables relacionadas con un personaje infantil, de este cruce por momentos desconcertante entre la leyenda de Drácula y toda la iconografía desarrollada en el cine a partir de Alien (1979). En el Showcase y en el Monumental.

“Toc Toc Toc”

Es el clima –ominoso y tenebroso más que radicalmente aterrador– el que atrapa, al menos por un tiempo, en COBWEB, nuevo film de horror centrado en las experiencias de un chico que una noche empieza a escuchar sonidos extraños en su casa. Hasta que las cosas toman forma y se vuelven un tanto más evidentes –y en algún punto lineales–, la película de Samuel Bodin respeta a rajatabla que lo más escalofriante suele ser eso que no se ve. Se siente, se intuye, pero uno nunca sabe si está ahí o si existe solo en la imaginación.

Es que Peter (Woody Norman, el muy expresivo niño que protagonizó hace poco C’MON C’MON con Joaquin Phoenix) es el clásico chico un poco tímido y solitario que es víctima del bullying escolar. En esta historia que transcurre en su totalidad la semana previa a Halloween, Peter empieza a escuchar ruidos en las paredes de su cuarto, ruidos que no lo dejan dormir y lo aterran. Al chico, además, no lo dejan festejar Halloween por algo siniestro que sucedió en el barrio en el que viven una noche así años atrás.

Cuando Peter corre a la cama de sus papás, asustado, su madre Carol (Lizzy Caplan, de la serie LA NUEVA VIDA DE TOBY) trata de tranquilizarlo y decirle que no es nada. Mark, su padre, se molesta un poco más con lo miedoso que es el chico. Al estar interpretado por Antony Starr –el actor que interpreta a un siniestro superhéroe en THE BOYS— y en un parecido tono de falsa amabilidad, uno ya duda de todo lo que él dice.

Los ruidos siguen y toman la forma de una voz humana que le habla desde las paredes, pero Peter prefiere no decirle nada a sus padres ya que, supone, se fastidiarán aún más. El chico encuentra una «aliada» inesperada en Miss Devine (Cleopatra Coleman), la maestra suplente de la escuela, que ve su perturbación y trata de ayudarlo, hasta yendo a su casa cuando lo ve hacer dibujos muy pero muy oscuros. Y a partir de allí las cosas sí tomarán un aspecto más grave y siniestro que irá dando paso a la parte menos interesante del film: la de la acción y la de las «explicaciones».

Más allá de que su segunda mitad no esté a la altura de la promesa inicial es evidente que Bodin aprovecha un guión –de Chris Thomas Devlin– que en otras manos podría haberse limitado a repetir fórmulas de acumulación de golpes de efecto. Más allá de alguna sorpresa, sin embargo, donde falla es en las caracterizaciones de los personajes, que parecen un tanto previsibles de entrada y se vuelven aún más con el correr de los minutos.

Lo mismo pasa con el guión, que en un momento intentará agregar alguna sorpresa o vuelta de tuerca –la que da paso, digamos, al tercero y más brutal acto de la película–, pero lo hace de una forma un tanto torpe, apresurada y con un final que está más pendiente de generar una potencial serie de secuelas que de darle algún tipo de cierre a los personajes.

Hablar de los temas de la película podría entrar en la categoría de spoiler por lo que lo mejor es que los vean y discutan, llegado el caso, tras ver TOC TOC TOC, título que no tiene que ver con ningún trastorno sino con los supuestos golpes de quien sea que está detrás de esas viejas paredes empapeladas en las que, sin dudas, son las mejores escenas del film. La casa, más que un personaje en sí, es un testigo de los horrores que allí se atraviesan. Y, de algún modo, el lugar en sí termina siendo más inquietante que los personajes que habitan en él. Diego Lerer. En Showcase, Cinépolis y Monumental.

NCT 127 1er Tour en Seúl: NEO CITY: El Origen

NEO CITY – El Origen en Seúl es el inicio de la primera gira mundial del grupo sur Coreano NCT 127, integrado por Taeil, Johnny, Taeyong, Yuta, Doyoung, Jaehyun, Jungwoo, Mark, y Haechan. Acompáñanos a revivir junto a NCT 127 esta increíble experiencia, canta y baila con nosotros éxitos como “Cherry Bomb”, “Fire Truck”. ¡No olvides tu nctzen lightstick!

En Showcase y Cinépolis.

“Los terrenos”

Tras Vagón fumador (2001), Agua (2006), Viaje sentimental (2010), Mujer conejo (2013) y Rosita (2018), Verónica Chen estrenó en 2020 Marea alta, película que de alguna manera conforma un díptico con la flamante Los terrenos, ya que ambas tienen como ejes las diferencias (luchas) de clases, la propiedad privada y la creciente paranoia frente a lo que se percibe como engaños y amenazas.

Ambientada -como Marea alta- en una zona balnearia (en este caso, en el Uruguay), la película tiene como protagonista a Vera (Azul Fernández), una joven argentina obsesionada por comprar unos terrenos (de allí el título) cerca del mar. Su marido Julito (Federico Liss) tiene que regresar a Buenos Aires y ella -que está embarazada- queda en Las Dunas con unos cuantos miles de dólares (las diferencias entre las situaciones económicas de Argentina y Uruguay están bien trabajadas en el trasfondo).

El otro personaje principal de Los terrenos es Suárez (César Troncoso), un tipo bastante popular en el pequeño pueblo que se dedica a la intermediación inmobiliaria y en principio aparece como un servicial empleado que ayuda a Vera en su búsqueda. Pero, poco a poco, las diferencias y tensiones entre ambos irán creciendo y empezamos a sospechar que en algún momento, por la causa menos evidente, de la manera menos esperada, la situación puede estallar.

Chen vuelve a manejarse en ciertas zonas propias del cine de, por ejemplo, Michael Haneke con estos porteños burgueses que de a ratos pasan de manipulados a manipuladores, de perseguidos a perseguidores, de víctimas a victimarios. Sus películas plantean dilemas éticos y morales, contradicciones muchas veces inquietantes, más preguntas que respuestas. La directora, aunque con algo menos de eficacia dramática que en Marea alta, sigue apostando por historias provocadoras y en varios pasajes tan incómodas como fascinantes. Bienvenidas sean. Diego Batlle. En el Arteón.

“Julio, felices por siempre”

“Somos una generación criada por Disney e hija de padres divorciados”, repite como una suerte de mantra Julio, el un tanto atolondrado y transparente protagonista de esta comedia romántica uruguaya que encabezó la lista de producciones locales más vistas en la otra costa del Río de la Plata durante 2022. El muchacho anda por los treinta años y es un romántico empedernido, de esos que buscan el amor para toda la vida en cada relación. Pero hasta ahora sus antecedentes relacionales solo incluyen fracasos por motivos opuestos: si una novia, madura y decidida, lo deja porque el asunto no va ni para atrás ni para adelante, la siguiente lo absorbe al punto de diagramar la agenda conjunta sin siquiera preguntarle a él qué quiere. Hasta que el género mete la cola, y el bueno de Julio termina enganchadísimo con una turista norteamericana que anda de paseo por Colonia y sus alrededores con un pasaje fechado para volver a casa dentro de unas horas.

Dirigida y guionada por Juan Manuel Solé, Julio, felices por siempre se aleja de la melancolía y el humor asordinado de una buena parte del cine uruguayo con proyección internacional, aunque su protagonista parezca cortado por la misma tijera que los de 25 Watts, de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll. Julio (Chepe Irisity) es un tipo desganado y poco atento a sus obligaciones laborales, como demuestran los desajustados intercambios verbales con un grupo de turistas chinos a los que debía guiar, pero que terminan boyando a su suerte por Colonia cuando él quede prendido a la recién llegada. ¿Un viaje como motivo amoroso? ¿Alguien dijo Antes del amanecer? Solé inscribe su trabajo en la larga nónima de películas que toman elementos del clásico contemporáneo de Richard Linklater, que desde hace más de 25 años se convirtió en una referencia ineludible de las películas románticas y de la idea de hacer turismo como un terreno fértil para el amor.

Al igual que allí, una buena porción del metraje se concentra en el día del encuentro entre Julio y Claire (Daryna Butryk, Cecilia Roth en la serie El amor después del amor), un período pródigo en charlas, chivito para dos de por medio, que van de lo banal a lo confesional, de lo íntimo a lo anecdótico. Charlas que, más allá de su falta de originalidad, están construidas con naturalidad, fluidez y una corporalidad genuina y atolondrada similar a la de Julio, el mismo que, tras la partida de ella, queda imbuido en la tristeza. Más aun luego de que Estados Unidos le niegue la visa por algunos antecedentes político-policiales, una secuencia que eleva el octanaje módicamente cómico de una película que entrega sus mejores momentos cuando se libera del corset impuesto por el género. Allí están los cruces con distintas criaturas de la noche montevideana que, como el taxista, aconsejan con la sabiduría punzante que otorga la distancia emotiva. O ese indigente que pone la oreja para luego generar un número musical que se baila al ritmo de la libertad. En Cinépolis.

“Sebastián Moro, el caminante”

El periodista argentino Sebastián Moro falleció el 16 de noviembre de 2019 en Bolivia, como consecuencia de politraumatismos causados por una golpiza. Por entonces, Moro enviaba artículos, publicados por Página/12, sobre la inminencia del golpe de estado en la nación hermana, y en esos informes denunciaba el avance de la derecha, aliada con las Fuerzas Armadas de ese país. Al día de hoy, la persistencia de sus familiares dio por resultado que haya una causa abierta ante los gobiernos de Bolivia y Argentina, por un crimen que se considera de Lesa Humanidad. Casualmente (o no tanto) la clase de crímenes que Moro investigó para distintos medios.

Sebastián Moro, el caminante recorre los distintos estadíos del ejercicio de la profesión por parte de Moro, desde su Mendoza natal, donde tenía un programa en Radio Nacional especializado en derechos humanos (“no solo los del pasado, sino los que tienen lugar ahora mismo”, apunta una de sus hermanas), hasta Bolivia, donde rápidamente se puso en contacto con la Confederación Única Sindical de Trabajadores Campesinos de Bolivia, y con los medios solventados por esta confederación, pasando primero por la radio y luego, en forma definitiva, por el semanario Prensa Rural, donde se afincaría (a Sebastián le gustaba sobre todo escribir”, recuerda otra de sus hermanas).

“Siempre fue un empleado explotado y precarizado”, dice una de sus parientes, testimonio de la intransigente voluntad de Moro por dar cuenta de aquello que nadie quiere ver. Apenas llegado al poder, el macrismo le borró 250 notas, por supuesto irrecuperables. Agobiado por la situación en su provincia decidió viajar a Bolivia, donde por pedido de Página/12 cubriría las elecciones en ese país. Se encontró con lo que no esperaba: un golpe civil y militar y la muerte, consecuencia de seguir escribiendo sus crónicas, hasta último momento. Doce crónicas que lo condenaron, tanto como las que publicó para la prensa local.

La realizadora María Laura Cali recurre a un relato coral, dando voz no solo a los miembros de su familia (su madre Raquel, sus hermanas Penélope y Melody) sino a sus ex compañeros de trabajo, así como a testigos de las torturas infligidas a último momento. Utiliza fragmentos de noticieros, donde se ve a las cholitas rogando por la vuelta de Evo (o llamando a la guerra civil) y a un actor al que siempre muestra de espaldas, como forma de darle cuerpo a esas caminatas por La Paz y El Alto, que justifican el título del film. Delicadamente deja de lado las fotos de torturas, e incluye grabaciones de las conversaciones telefónicas sostenidas por Moro con su familia, hasta la noche antes de su asesinato. “La escritura es lo único que perdura”, dice Moro sobre el final, como si supiera lo que le esperaba. Testimonio de que a veces el periodismo, cuando se lo practica con valentía, puede ser una profesión peligrosa. Horacio Bernades. En el Arteón.

Fuente: Otros Cines. La Nación. Página 12.

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