La variedad es total, el regreso de las Teenage Mutants Ninja Turtles, la peli de Orsai: “La Uruguaya”, la nueva de DC “Blue Beetle”, más “The quiet girl”, “Pasajes” y “Errante. La conquista del hogar”. Aquí como siempre una selección de reviews para elegir que ir a ver al cine. Porque el cine se ve en el cine.
“Tortugas Ninja: Caos Mutante”
Debemos iniciar esta reseña con una confesión: nunca fuimos aquí muy fans de esta franquicia y he consumido una parte mínima de la producción de cómics, series televisivas y películas tanto animadas como live action que abundaron desde la creación de estos personajes en 1984 (seguirán siendo eternos adolescentes, pero están a punto de cumplir 40 años).
Sin embargo, tras haber leído algunas opiniones entusiastas de colegas que respeto, decidí darle una “oportunidad” a este reciclaje a cargo de Seth Rogen, Evan Goldberg y el director Jeff Rowe. Y, aun sin llegar a las cimas artísticas de la reciente película animada de Spider-Man (esta es una apuesta algo más más sencilla e infantil), resultó una experiencia placentera.
Como en todo reboot que se precie de tal en los primeros minutos se reconstruye el inicio de la historia con los personajes siendo concebidos por un científico loco (el atormentado Dr. Baxter Stockman a cargo de Giancarlo Esposito) mediante una serie de mutaciones con embriones. Una redada de un grupo comando termina con un tubo de ensayo cayendo a las infestas alcantarillas y es allí donde nacen las tortugas modificadas, que son rescatadas por una rata (también mutante) llamada Splinter (el gran Jackie Chan) que oficiará de padre y de entrenador de artes marciales.
Luego de ese prólogo, la acción salta quince años y Donatello (Micah Abbey), Michelangelo (Shamon Brown Jr), Raphael (Brady Noon) y el líder Leonardo (Nicolas Cantu) tienen ganas de disfrutar de su adolescencia pese a la rígida vigilancia de su ya veterano “progenitor”, que vive en pánico de lo que les puede pasar en medio de la peligrosa Nueva York. Pero allí están los muchachos escabuyéndose por las noches para concretar una “misión” en un supermercado, ir a ver a los New York Knicks o concurrir (siempre de incógnito, claro) a un autocine.
En Caos mutante, que en la primera mitad es un coming-of-age con los chicos con deseos adolescentes y ganas de sumarse a un colegio secundario, y en su segunda parte es una típica historia de acción con algo de Godzilla meets X-Men en la que enfrentan a otras (gigantescas) criaturas mutantes lideradas por Superfly (Ice Cube) en las calles de Manhattan, los cuatro hacen buenas migas con una muchacha con ansias (y temores) de ser periodista llamada April O’Neil (Ayo Edebiri), un simpático necesario personaje femenino entre tantos masculinos.
La hermosa animación y el ritmo narrativo que le imprimen Jeff Rowe y Kyler Spears son superiores a un guion eficaz pero sin derroches de imaginación. También son muy buenos -y por lo tanto merece hacerse el esfuerzo de ver la película en su versión original subtitulada- los aportes en las voces de figuras como los mencionados Giancarlo Esposito, Ice Cube y Jackie Chan, Rose Byrne, John Cena, Post Malone, Paul Rudd, Maya Rudolph y el propio Seth Rogen. El soundtrack incluye temas de artistas como De la Soul, Vanilla Ice, Ol’ Dirty Bastard, A Tribe Called Quest y 4 Non Blondes (gran secuencia con el tema What’s Up?) y hay una escena postcréditos que justifica la espera. En definitiva, una propuesta en varios sentidos muy disfrutable. Por Diego Batlle. En todos los complejos.
“The Quiet Girl”
Teniendo en cuenta que es un primer largometraje (aunque Colm Bairéad tiene una larga carrera en el corto, el documental y la dirección de series) y que también es el debut absoluto de la niña Catherine Clinch en un exigente papel protagónico, estamos frente a una muy valiosa película, aunque no me parece la obra maestra que casi todo el mundo ha celebrado como si estuviésemos frente a unos de los grandes descubrimientos de los últimos años.
Ambientada en 1981 en un pueblo rural de la Irlanda profunda (casi todo el tiempo se habla en gaélico irlandés moderno), The Quiet Girl tiene como protagonista a Cáit (Clinch), una niña de 9 años sumamente introvertida y solitaria que subsiste (resiste) en medio de una familia decididamente disfuncional y una escolaridad también tóxica.
Cuando la envían a pasar el verano a la casa/chacra del primo de su madre llamado Eibhlín (Carrie Crowley) y su esposa Seán (Andrew Bennett) aparece cierta mínima esperanza de que esa estancia sea un bálsamo frente a lo opresivo de su vida.
Con paciencia, sutileza, belleza y sensibilidad, Bairéad va exponiendo la nueva dinámica entre Cáit y esa suerte de padres sustitutos, mientras van surgiendo algunas revelaciones respecto de secretos y mentiras familiares.
Los trabajos de dirección, fotografía y diseño de arte, así como las actuaciones, son muy logradas y se combinan para una sensible y emotiva exploración del muchas veces torturado universo infantil. En los Cines del Centro.
“La uruguaya”
La Uruguaya es un proyecto curioso en más de un sentido: porque fue financiado en buena parte vía crowdfunding por “1.961 productores” (todos sus nombres figuran en los créditos finales) que apoyaron la iniciativa de Orsái, de Hernán Casciari; porque es una transposición de una premiada y exitosa novela homónima como la publicada en 2016 por Pedro Mairal; porque una directora como Ana García Blaya, que había debutado en 2019 con una hermosa y autobiográfica película como Las buenas intenciones, pudo aportarle su impronta a una historia que en este caso no le pertenecía ni tenía en principio implicancias personales; y porque este tipo de incursiones en la (tragi)comedia romántica no suelen ser seleccionadas para la competencia principal de un festival grande.
Lucas Pereyra (Sebastián Arzeno) es un escritor cuarentón (con los 50 cada vez más cerca) y de cierto éxito de ventas, pero en plena crisis creativa y al parecer también de pareja, potenciada por una flamante paternidad que no lleva de la manera más natural. Un primer viaje a un festival literario en una playa de Uruguay le cambia la perspectiva y las energías cuando se enamora de Guerra (Fiorella Bottaioli), una atractiva e impulsiva mujer bastante más joven que él (no llega a los 30).
Cuando tiempo después viaja a Montevideo para traer 15.000 dólares (los argentinos y sus eternas estrategias para entrar dinero evitando controles y pérdidas cambiarias) contacta a la uruguaya del título. Lo hace a lo grande (alquila la misma habitación del lujoso hotel Radisson desde donde Damon Albarn sacó una foto del Palacio Salvo que terminaría en la tapa del disco Heavy Seas of Love y que años después inspiraría el tema The Tower of Montevideo), el reencuentro es bebiendo el whisky importado más caro de un bar, pero como estamos en el terreno de las desventuras y los enredos, de una comedia romántica deforme con un querible loser como protagonista, nada sale tal como lo tenía planeado.
No conviene adelantar demasiado sobre las peripecias de la pareja por las hermosas calles de Montevideo (algo así como un Antes del atardecer, de Richard Linklater, a-la-uruguaya), pero sí que Arzeno y Bottaioli consiguen en buena parte de las escenas esa química indispensable como para que la cosa funcione en los términos en que la historia requiere. Hay, sí, un uso intensivo inicial de la voz en off de Catalina (Jazmín Stuart), que le da un curioso punto de vista al relato (muy distinto al de la novela original), pero ese recurso se va atenuando con el correr del metraje.
Hay también algunos diálogos que suenan un poco calculados, sobreescritos, y ciertos hilos y costuras del (¿demasiado?) cuidado guion, pero en líneas generales -como ya lo había demostrado en su consagratoria ópera prima, a la que le hace incluso algunos guiños- García Blaya consigue que la fluidez y ese placer lúdico que muchas veces nos regala el cine afloren en el marco de esa relación que, de una u otra manera, cambiará a Lucas para siempre. Una sensible -por momentos encantadora y en otros descarnada- mirada al alicaído, inestable e inmaduro universo masculino, ahora desde una perspectiva más femenina (y feminista). En Showcase, Hoyts, Monumental y Cinépolis. Por Diego Batlle.
“Blue Beetle”
Ya hemos contado cómo DC y Warner Bros. piensan dar un cambio de rumbo, por no decir pegar un volantazo, con la asunción de James Gunn (Guardianes de la galaxia) al mando de la división de cine con los superhéroes y supermalvados de DC Comics. Bueno, Blue Beetle viene a estar algo así como en el miedo de la grieta. Se originó antes de que llegara Gunn, pero todo parece que al director de El Escuadrón Suicida le gustó, y hasta podría darle nuevas oportunidades al primer superhéroe latino.
Sí, porque el personaje que interpreta Xolo Maridueña, al que muchos conocen por ser Miguel, el karateca del lado de los buenos en la serie Cobra Kai, se llama Jaime Reyes, proviene de una familia latina que habla tanto en español como en inglés. Jaime regresa de la Universidad y se encuentra con que sus padres están a punto de perder la casa donde siempre han vivido. Así que hace caso omiso a su título y se decide a ayudar a la familia, entrando a trabajar a un hotel 5 estrellas junto a su hermana Milagro (Belissa Escobedo).
Allí es donde conoce a Jenny Cord (Bruna Marquezine), la sobrina del personaje que interpreta Susan Sarandon, quien trata de evitar que la empresa familiar que maneja su tía Victoria continúe desarrollando una tecnología militar. Hay un poderoso escarabajo que Victoria ha estado buscando durante años, y parece ser el necesario para desarrollar un cuerpo de elite de soldados hiper recontra poderosos y mortíferos. No pregunten cómo, y menos si es que piensan ir al cine a ver Blue Beetle, pero Jaime será poseído por el escarabajo, así que los superpoderes los empieza a tener él, ante el espanto de Victoria. Y bueno, también habrá que decirlo, de su propia familia.
Lo que podría ser recibido como una bienvenida irrupción -e inclusión- de la cultura latina en el mundo de los superhéroes de DC, queda algo pegoteada por la profusión de referencias, tanto en la elección de los temas musicales, que van de Calle 13 a, sí, Soda Stereo, y en particular a programas de televisión de origen mexicano.
Para los fans de El Chapulín Colorado, la película será como un éxtasis (quédense después de los créditos finales), pero también es cierto que más a veces resulta menos, y las bromas y las referencias a la familia latina unida -parecen Los Campanelli; millennials, pregúntenle a sus padres- casi que abruman. Y, disculpen, pero no se entiende que, si están empoderando a los latinos, por qué a veces ellos hablan entre sí en inglés -y lo hacen también en spanglish-.
En el elenco además de una Susan Sarandon que evidentemente perdió el rumbo de su grandiosa carrera, está Adriana Barraza (Babel, Arrástrame al infierno), en un personaje que casi que la desmerece. En todos los complejos. Por Pablo Scholz.
“Pasajes”
El director de cine no está conforme con la performance del actor e interrumpe constantemente el flujo del rodaje con indicaciones cada vez más enojosas, algunas de tono hiriente. A Tomas no le gusta como el intérprete mueve los brazos mientras baja por las escaleras del bar; entiende que hay algo forzado en la inclinación y el ritmo de los miembros, como si nadie fuera a hacerlo de la misma manera en la realidad. Aprovechando el trance recriminatorio, también le echa en cara a una figurante que la forma en la cual sostiene una copa no es la adecuada. Corte y de nuevo a comenzar. Corte, otra vez. Y corte. La situación podría formar parte de la filmación de cualquier película –en la vida real o en el cine dentro del cine–, y esas cualidades algo despóticas podrían achacársele a cualquier cineasta de fuste, pero mientras la historia avanza queda claro que Tomas es dueño de un carácter peculiar, obsesivo y posesivo, intenso y generador de conflictos, con escasa resistencia a aquellos deseos que no surjan de su propio interés. En el nuevo largometraje del realizador estadounidense Ira Sachs –rodado en Francia con un reparto internacional y en varios idiomas– Tomas es apenas uno de los vértices de un triángulo (amoroso, sexual, emocional) que desata varios terremotos en la vida de cada uno de sus lados. Tal vez sea el vértice más importante, el que provoca la mayor cantidad de crisis y cambios, aunque en Pasajes no hay un único protagonista excluyente.
Tomas está interpretado por esa fuerza de la naturaleza llamada Franz Rogowski, el actor alemán que se hizo conocido internacionalmente gracias al film Victoria (2015) y que, merced a sus estupendas colaboraciones junto al cineasta Christian Petzold (En tránsito, Undine) y la reciente Great Freedom, del austríaco Sebastián Meise, se convirtió –por talento y prepotencia laboral– en una de las grandes figuras del cine contemporáneo. Su pareja en la ficción, Martin, editor responsable de una pequeña pero exitosa editorial literaria, está encarnado por el británico Ben Whishaw (El perfume, La chica danesa y varias participaciones en la saga Bond), mientras que Agathe, maestra de escuela primaria de profesión que circunstancialmente participa como asistente en algún rodaje, tiene el rostro de la francesa Adèle Exarchopoulos, otra estrella por derecho propio. La película de Sachs, que estuvo en Buenos Aires el pasado mes de abril presentándola al público del Bafici y ofreciendo de paso una charla sobre su visión del oficio cinematográfico, llega este jueves 17 a las pantallas de cine, algunas semanas antes de su estreno online en la plataforma MUBI. En los Cines del Centro. Por Diego Brodersen.
“Errante. La conquista del hogar”
La monumentalidad del arquitecto Francisco Salamone desarrollada en la década del 30 es el foco de Salamone, Pampa, un documental filmado en la Provincia de Buenos Aires en noviembre de 2021 por Heinz Emigholz, que se presentó en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata en una sección dedicada a una suerte de trilogía latinoamericana del cineasta alemán. Con la misma mirada analítica que viene desplegando su serie La arquitectura como autobiografía, Emigholz hace otro documental de observación para registrar construcciones que, influido por el art decó y el futurismo italiano, Salamone hizo en paralelo entre 1937 y 1939: toda una serie que se podría denominar arquitectura de la muerte, donde dominan los mataderos y los cementerios.
Si Emigholz se propone pensar cómo una obra arquitectónica puede contener la biografía de su creador, en este caso, las construcciones que sobreviven son más un relato fúnebre: erosionados, en algunos casos abandonados en la llanura pampeana y convertidos en un esqueleto de lo que fueron, la grandiosidad de cada edificación es una estampa crepuscular, la huella apagada de su espléndida esfinge. Sin más información que los nombres y las fechas de cada edificación, el documental parece instalar una perplejidad frente a cada arquitectura reutilizada o abandonada y a la relación con el territorio que la rodea, no como mero registro de lugares sino como un estudio del espacio a modo parábola testimonial entre la vida y la muerte.
El territorio que indaga Geographies of Solitude también parece ser un intento de reunir espacio y autobiografía como formas de la experiencia. En este caso, el retrato documental de Jacquelyn Mill sigue a la naturalista Zoe Lucas, quien hace cuatro décadas vive en soledad en Sable, una pequeña isla canadiense en el Atlántico alejada del contienente, donde interactúa con la poca flora y fauna autóctona, especialmente la valiosa especie de caballos salvajes característica del paisaje insular. En medio de la hostilidad del clima y la aridez del terreno, las investigaciones y rutinas diarias son recorridos por la isla donde la directora y la protagonista llegan a un intimismo de una cercanía que es un diálogo abierto al aprendizaje constante sobre las manifestaciones presentes y pasadas del territorio, porque la memoria también se instala en ese paisaje en transformación constante. La biografía de la naturalista termina mimetizada con la forma de una isla.
Sin proponérselo, la película aventurera Errante. La conquista del hogar, de la fotógrafa Adriana Lestido, que se estrenó en el Festival de Mar del Plata y obtuvo el premio de la asociación de Directores de Cine PCI a la “Innovación artística”, dialogó con las de Emigholz y Mill, incorporando tanto la rigurosidad del documental de observación del primero como el intimismo con el paisaje de la segunda. Pero la virtud principal de Lestido es lograr un nivel de experiencia con el territorio retratado que va abriendo un espesor inmersivo.
En un viaje alrededor del Círculo Polar Ártico donde se internó sola durante meses con un equipamiento reducido para registro audiovisual, Lestido enfrenta con su mirada la inmensidad de los paisajes y la violencia climática en cada plano. La gran mayoría de las islas, ciudades y pueblos de Islandia y Noruega donde filmó eran lugares que nunca exploró, que conoció por primera vez con su cámara a cuestas. Terrenos inhóspitos, tan inhabitados como de difícil acceso, se van revelando plano a plano, pero siempre son paisajes de una transformación, no tienen la rígida belleza estilizada de ciertas fotografías panorámicas.
Aunque la película sigue un viaje solitario de Lestido, la mayoría de los planos son fijos, pero eso no quiere decir estáticos. No se trata nunca de una devoción contemplativa al paisaje, a su belleza pétrea de postal, sino a una posibilidad de que en ese territorio se puedan percibir los cambios, sutiles o estruendosos, se capturen esos momentos donde se juegan distintos grados de una intensidad dinámica del espacio.
Como una búsqueda cinética profunda, los ojos de Lestido interacturan con los lugares cuando están activados, con una sensibilidad para encontrar distintas formas de movimientos que muchas veces van descomponiendo los paisajes. Nevadas, lodazales eruptivos, ráfagas de humo, cielos oscuros y amenazantes, neblinas, el mar que castiga las costas, distintas formas donde el clima amaga catástrofe. En gran parte del recorrido visual esas transformaciones tienen los signos del riesgo y el peligro, al punto de capturar una naturaleza apocalíptica.
Otras veces esa dimensión de cambio entrega alucinaciones como el registro de la aurora boreal, donde la luz verde se agita para transformar los cielos en estallidos de esmeraldas; o como el deshielo que termina generando esculturas transparentes que las olas van arrimando a la orilla como criaturas geométricas diamantinas. Hay también un registro múltiple del ciclo del agua donde las distintas formas y movimientos de lo líquido, sólido y gaseoso van creando, estación a estación, toda una dramaturgia mineral.
Errante. La conquista del hogar comienza en una primavera y termina en la siguiente, son cinco estaciones que no cierran un ciclo anual sino que abren el siguiente, como un movimiento que no se detiene ni se clausura sobre sí mismo. No hay ninguna persona retratada en todo ese período, el cuerpo de Lestido también está ausente, o presente como una mirada que más que reflejada en el paisaje, es una mirada que se vuelve territorio. Y allí, los animales van apareciendo con más frecuencia en la última parte de la película, en la segunda primavera, lo que termina creando una fábula de fecundidad y renacimiento. Es una película ecológicamente optimista.
Con unas cinco citas breves que acompañan cada estación, y en unos poco fragmentos de canciones, Lestido pone otras perspectivas en las imágenes tormentosas y sensoriales. Una de esas citas es un verso de Luis Alberto Spinetta, como si esos paisajes extremos solo pudiesen ser nombrados con su poesía. O por la de Nick Cave, que suena sobre una imagen con una contundencia como si la canción perteneciera a esa oscura voluptuosidad ártica. O por la canción de Gabo Ferro, “Sobre madera rosa”, que cierra la película y describe una insólita colección de objetos que incluye “un espejo que atesora el origen del sueño”, junto a otros trofeos extraños de tierras lejanas que son también un reservorio de afectos. Una colección donde vibran tantos sentimientos como en los planos del viaje transformador de Adriana Lestido. Por Diego Trerotola. En El Cairo.
Fuente: Otros Cines, Clarín, Página 12.
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