
Penélope Cruz en “Madres Paralelas”, la animación que llega desde Ucrania sobre Gulliver, una de terror a bordo de un avión, vuelve Emmerich – “Día de la Independencia”– pero con un elenco estelar, un film francés llamado “Las cosas que decimos, las cosas que hacemos” son los títulos que renuevan la cartelera rosarina este primer jueves de febrero. Aquí te dejamos las reviews necesarias y seleccionadas para elegir que ir a ver al cine.
“Pasajero 666”

Una joven doctora junto a su hija de 6 años viajan en un vuelo nocturno en medio de una terrible tormenta. En un avión medio vacío, y ante las inexplicables muertes de los pasajeros, ella comenzará a perder la conexión con la realidad y se verá obligada a revivir las peores pesadillas de su infancia. En todos los cines.
“El regreso de Gulliver”

Ucrania es un país con una interesante tradición de cine animado, con propuestas quizá no muy numerosas, pero sí de gran versatilidad. Pero lamentablemente, El regreso de Gulliver no es la mejor embajadora de esa corriente. El film de Ilia Maksimov, puede que suponga una decepción para los chicos que busquen una divertida aventura, como para los adultos que quieran acercarse a la animación de ese país. Esta producción ucraniana imagina una historia basada en los clásicos personajes de Jonathan Swift, pero su resultado final está muy lejos de hacerle justicia a esa obra. Luego de un tiempo ausente, el pueblo de Lilliput recibe con los brazos abiertos a Gulliver, el “hombre montaña” que los salvó del ataque de los Blefuscos. Pero quien llega es un Gulliver tamaño regular, un hombre de estatura promedio que si bien jura ser el mítico héroe, sus proezas (y dimensiones) están muy lejos de la leyenda que lo rodea. Las autoridades lo acusan entonces de fraude, asegurando que ese no es el héroe que los salvó. A partir de ahí, el protagonista debe huir de la ley, hacer nuevos aliados y probar que su estatura normal no le significa no ser ese valiente guerrero que todos recuerdan. De esa forma transcurre El regreso de Gulliver, cuya trama se enreda en clichés de todo tipo. Como si fuera un bingo del cine animado, el film intenta completar todos los casilleros posibles (amor, peligro, amistad, batallas), pero la propuesta en su conjunto no encuentra identidad ni un eje que le permita al espectador zambullirse con entusiasmo en la historia. En todas las salas.
“Las cosas que decimos, las cosas que hacemos”
“Me encantan las historias de amor, son fascinantes, me recuerdan a las que tuve o no llegué a tener”. Quién habla al comienzo del film es Daphne (Camélia Jordana), pero detrás de sus palabras está, evidentemente, el pensamiento del guionista y director marsellés Emmanuel Moure, que lleva construida toda una obra alrededor de las más diversas –y en el fondo siempre similares- historias de amor. Y aquí en Las cosas que decimos, las cosas que hacemos son tantas, y tan entreveradas las unas con las otras, que solamente se podría pensar que son el producto de la imaginación de un novelista afiebrado. Un novelista, precisamente, es lo que quiere ser Maxime (Niels Schneider). “Escribir es fácil, lo difícil es escribir algo interesante, todavía no sé por dónde empezar”, se justifica. Y empezará por donde le pide la romántica Daphne, que quiere saber por qué ese muchacho ha llegado a su casa de campo tan triste y alicaído, sin duda por alguna historia de amor. Y así él le contará acerca de su frustrado affaire con Victoire (Julia Piton), de quién no sabía que estaba casada y que parece haber planeado su vida como una partida de ajedrez. Y de Victoire pasará a la voluble Sandra (Jenna Thiam), que le dice que nunca podría salir con él porque todos piensan que están hechos el uno para el otro. Pero que mientras se pone en pareja con su mejor amigo, le dedica a Maxime sus más delicadas atenciones.
Se podría seguir así casi indefinidamente, como si fueran los cuentos de Las mil y una noches, porque Daphne también tiene sus historias para contar de su marido François (el barbudo Vincent Macaigne), quien a su vez antes estaba casado con Louise (Emilie Dequenne). Pero lo que importa en el film de Mouret, como señala su propio título, es la lucha entre lo que se dice y lo que se hace, entre la organización y el azar, entre la imagen y la palabra, entre el amor y el deseo, que por supuesto no siempre es lo mismo. “Estamos indefensos ante el deseo”, sentencia uno de los personajes de esta comedia lúdica, ligera, adornada con una banda de sonido que va de Mozart a Chopin y Satie, y que podría también robarle su título a los famosos Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes, del que toma también algo de su procedimiento narrativo.
En términos cinematográficos, es curiosa la mezcla con que Mouret amalgama su comedia. Por un lado, detrás de Las cosas que decimos… está el eco de las screwball comedies del Hollywood de los años ’30, y particularmente aquellas que el crítico cultural Stanley Cavell definió como las “comedias del re-matrimonio” (La pícara puritana, Pecadora equivocada), donde la pareja inicial vuelve a unirse hacia el final después de una serie de movimientos falsos y malentendidos. Sobre esa tradición cinematográfica, Mouret a su vez sobreimprime otra, la de los “Cuentos morales” de Eric Rohmer, donde la estructura geométrica es siempre básicamente la misma: mientras el narrador busca a una mujer, encuentra a otra que acapara su atención hasta el momento en que reencuentra a la primera. Y sobre esas dos referencias a su vez parecería sobrevolar una tercera: la de los pequeños azares mágicos del cine de Jacques Rivette, como el que mueve los hilos de su clásico Céline et Julie vont en bateau (1974).
Pero Mouret es Mouret: más ingenuo y pausado que las comedias lunáticas de Hollywood, menos intelectual que Rohmer y más inocente que Rivette. Sus personajes no se relacionan a través de la cultura, sino a través de sus sentimientos, lo que los lleva a experimentar todo tipo de ciclotimias, que van desde la euforia a la depresión, pasando por la melancolía, al punto de que el happy end de rigor tiene también algo de indisimulable tristeza. Como director opta por una puesta en escena simple, pragmática, cartesiana, que saca ventaja de un diálogo pleno de equívocos y de doble sentidos, pero aun así siempre tenue, delicado, elegante, capaz de impregnar el tono general del film. En el cine Del Centro.
“Moonfall”
El fin del mundo siempre marca un nuevo comienzo para Roland Emmerich, que ha labrado su carrera en el rubro de filmes catástrofes desde la pionera y recordada Día de la independencia (1996).
Las posteriores Godzilla, El día después de mañana y 2012 latieron en el imaginario popular entre el temor de época y el fervor del pochoclo, confirmando a Emmerich en su rol de entretenedor de feria apocalíptica por más que producciones suyas como Midway: ataque en altamar, Stonewall o The Patriot hayan apuntado en direcciones menos efectistas.
En medio de una pandemia que parece citarlo, el realizador estadounidense de 66 años vuelve a invocar su género favorito en Moonfall, donde se muestra más mesiánico que nunca: el filme que se estrena esta semana en cines hace caer literalmente a la Luna sobre la Tierra en una cuenta regresiva de dos horas (en la historia, un par de semanas). Con un argumento accidentalmente parecido al de la reciente comedia de Netflix No miren arriba, la ejecutiva de la Nasa Jo Fowler (Halle Berry), el astronauta Brian Harper (Patrick Wilson) y el científico KC Houseman (John Bradley, de Juego de Tronos) deben salir a alertar a la comunidad global sobre el choque cósmico faltando poco para que ocurra.
A tono con las omnipresentes noticias falsas y teorías conspiranoicas, Moonfall planta una realidad sci-fi en la que la Luna no es realmente la Luna: el satélite sería la construcción de una inteligencia artificial que ahora decide direccionarla contra la Tierra, y de allí que el exabrupto ajeno a las leyes de la física sea posible.
KC Houseman interpreta en la historia el papel incómodo del especialista conspiranoico que postula la falsedad lunar en contra de la astronomía, lo que no impide que Moonfall lleve sustento explícito de la Nasa.

El trío protagónico emprende así una misión espacial a contrarreloj para salvar a la humanidad mientras en terreno terrícola se desata el caos de ciudades evacuadas, disturbios civiles y huidas a sitios de altitud para hacerle frente al riesgo de extinción.
Emmerich debió encarar su propia epopeya para financiar el filme, que Universal rechazó en su momento. Fue en Cannes que el realizador consiguió finalmente reunir los 140 millones de dólares del actual presupuesto de manera independiente, condición que le permitió gozar de una libertad poco frecuente para una megaproducción de estas dimensiones.
Moonfall sucede de esa forma a Día de la independencia 2 (2016) en el currículum catástrofe de Emmerich y proyecta sus propias secuelas, ya que el director la pensó como una trilogía. Michael Peña, Donald Sutherland, Kelly Yu, Eme Ikwuakor, Carolina Bartczak y Charlie Plummer cierran el elenco, que cuenta con guion de Emmerich, su habitual colaborador y además compositor Harald Kloser y Spenser Cohen.
Si hay una teoría paranoica por excelencia es la que cuestiona la veracidad de la histórica llegada a la Luna de la Apolo 11 en 1969, que Moonfall aprovecha y absorbe para la ficción. Emmerich se quedó por eso sorprendido cuando la Nasa le prestó apoyo al suministrarle cohetes para el rodaje y fotografías de alta definición de la Luna y avaló el uso del logotipo oficial.
El motivo es propagandístico, por la caracterización heroica de los protagonistas espaciales. El realizador se desmarca de cualquier modo del aval a mitos opuestos a la ciencia y el sentido común.
“Siempre he recurrido a teorías conspirativas, no porque crea realmente en ellas sino porque sirven de anzuelo para la historia -le dijo al sitio Collider-. Esas teorías están en internet, se pueden chequear, hay incontables hipótesis con respecto a la Luna. En ese sentido el apoyo que nos dio la Nasa fue rarísimo. No tengo idea por qué lo hicieron, honestamente. Me desconcierta, pero obviamente lo necesitan”.
Y agregó: “Pudimos acceder a un archivo infinito de imágenes, lo que para nosotros fue genial porque permitió que la película luzca mucho más real. En un determinad momento un personaje dice: ‘La Luna supone el mayor encubrimiento de la Historia’. Y Donald Sutherland le responde: ‘Sí, tenés razón’. Pero la conspiración siempre estuvo. Todas mis películas son extrañamente similares. No sé por qué se repiten. Es lo que me gusta”.
Patrick Wilson asevera que Moonfall va más sobre iluminaciones que distorsiones. “Algo maravilloso que pueden hacer las películas, ya sea una pequeña independiente o una aventura épica, es entablar una conversación y hacer pensar. Un filme puede cambiar la forma de ver un tema y abrir la mente, incluso si se trata de un espectáculo grande y divertido. Moonfall lo hace de maneras poco habituales: saca a relucir la preocupación por la AI y las máquinas que se alzan contra los humanos; hay un miedo creciente muy real. Asimismo habla del cambio climático sin mencionar nunca las palabras ‘cambio climático’. No es mucho, sólo planta estas pequeñas semillas en la mente de la gente, lo cual es importante”, señaló el actor de El conjuroen notas de producción.
Halle Berry completó: “El público gravita hacia este tipo de espectáculo porque puede verse a sí mismo en estos escenarios. A todos nos fascina el fin del mundo, cómo será y si lo viviremos. La otra atracción para mí fue Roland Emmerich; nadie hace estas películas mejor que él. Era una gran oportunidad para colaborar con un realizador cuyo trabajo he admirado”. En todas las salas.
“Madres Paralelas”

La que tal vez sea la película con un tinte más político de Pedro Almodóvar es también la que tiene a dos mujeres de distintas generaciones (Penélope Cruz y Milena Smit) afrontando los miedos de la maternidad.
Es que Madres paralelas sigue dos tramas paralelas, la de la Memoria histórica y la de Janis y Ana, que al final, se unen.
Lo político e histórico se plantea de movida en Madres paralelas: Janis (Cruz, que las siete veces que actuó para el director manchego, siempre interpretó a una madre) tiene la genuina inquietud, como muchos en su pueblo natal, de cavar de una vez una fosa común el franquismo, en la que estaría el cuerpo de su bisabuelo. La Guerra Civil española dejó 100.000 desaparecidos.
Janis, una fotógrafa que está llegando a los 40 años, queda embarazada del antropólogo forense (Israel Elejalde) que tal vez pueda ayudarla a desenterrar el pasado.
Y Janis se encontrará con Ana (Smit), con quien compartirá la misma habitación en el hospital, horas antes de parir. Ambas serán madres solas y solteras, que no es lo mismo, y primerizas. Janis por decisión propia (“lo mío fue un accidente, pero estoy contenta”), Ana, que es adolescente, no está segura de quién es el padre de la futura Anita. Janis quiere saber más y más sobre sus ancestros y el pasado de su familia. Ana tiene una mala relación con su padre, y su madre (Aitana Sánchez-Gijón) no está para cuidarla, porque es actriz y por fin ha conseguido un trabajo en teatro y debe salir de gira “por las provincias”.
Obsesión
El tema de la maternidad es una obsesión del director de Todo sobre mi madre y Volver. Pero en Almodóvar conviven varios cineastas. No es éste de Madres paralelas el mismo de Carne trémula, ni el de La piel que habito. Algunos ven un thriller en Madres paralelas, lo cierto es que es más un melodrama, pero sin el humor de las mejores películas de Pedro.
Lo mejor del filme brota, aparece cuando entre ambas amigas surge un problema, más que una discusión, la sororidad se pone en juego y el relato se encamina a un territorio más conocido y habitual en la filmografía de Almodóvar. Pocos cineastas construyen tan bien los diálogos para ser dichos por personajes femeninos como él. El asunto cambia cuando se lanza a lo menos usual en su filmografía, a entrelazar y ocuparse de la realidad histórica de su país. Allí el relato pasa a teñirse de una convencionalidad rara. Como si el realizador se hubiese puesto en situación de darse cuenta de que está ante un tema serio, y, a contramarcha de lo que hacía en sus primeras realizaciones, en vez de subvertirlo todo, lo cobija. Porque Madres paralelas tiene una parsimonia, una parquedad y una mesura de las que Almodóvar nunca se mostró afecto. Si hasta la iluminación en decorados -la casa de Janis- de José Luis Alcaine, habitual colaborador del director, parece televisiva, con algunas sombras llamativas. La actuación de Penélope Cruz -ganadora de la Copa Volpi en Venecia en setiembre de 2021- sostiene a la película. En el Hoyts, Showcase y Del Centro.
Fuentes: La Nación, Cinépolis, Clarín, Página 12.
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