
Llega Lady Di de la mano de Larraín, llega Tom Holland con una basada en un videojuego, una uruguaya, una del santafesino Iván Fund, más “El Territorio del Amor”, “Noche Americana”, “Justicieros” y “Jesús López”. Ocho son los films que renuevan la cartelera de cine de la ciudad este jueves 17 de febrero y como siempre te dejamos una selección de reviews para elegir que ir a ver.
“Spencer”

Sentimientos encontrados despierta en todas las latitudes Spencer, que no es la biografía de Lady Di, sino que se centra en ese fatídico fin de semana de Navidad a comienzos de los años ’90 en el que Diana Spencer (Kristen Stewart nominada al Oscar), casada con el Príncipe Carlos (Jack Farthing, Joe en La hija oscura), se da cuenta de una buena vez que la convivencia es imposible.
Es que la disposición emocional que uno tiene ante lo que le cuenta el chileno Pablo Larraín va variando. A la película no le cuesta nada poner al espectador del lado de Lady Di, que sufre el (mal)trato de una realeza estricta.
“¿Qué c… hago acá?” se pregunta Lady Di, perdida en la ruta antes de llegar manejando su automóvil -nada de choferes- a la Casa Sandringham, la finca real que quedaba muy cerca de su casa de la infancia. La inquisición tiene un doble sentido o significado -como ya veremos, Larraín apela a metáforas y doble sentidos en más de una ocasión-: más que una desubicación de lugar, Diana advierte que quizá tampoco debería estar donde está, en el centro, no en el corazón, de la familia real británica. Ni jugar o arropar a los pequeños Harry y William mejora su cara. Porque la Diana de Kristen Stewart no ríe ni sonríe ni que le dieran la colección completa de Mr. Bean o El show de Benny Hill. Muchos motivos tampoco tenía. Apenas llega conoce a Alistair Gregory (Timothy Spall), un tipo que está allí como un stopper en el fútbol: no debe dejar que la esposa del príncipe se mueva con facilidad, y sí que cumpla los mandatos de la casa real mientras se “festeje” la Navidad. La única que parece comprenderla -y ya se verá por qué- es su asistente Maggie (Sally Hawkins, de La forma del agua). La cuestión del desánimo con que se sigue la proyección no pasa por ahí, sino por la construcción del relato, que pivotea en demasiadas áreas. Al drama conocido -su lucha contra la bulimia, no se menciona los intentos de suicidio que habría tenido- le agrega un clima como de horror, más metáforas algo burdas.
Como en Jackie, sobre Jacqueline Kennedy, otra esposa en medio del poder, Larraín intenta meterse en la psiquis de su protagonista. Es que entre las elecciones del director chileno -toda una gran apuesta pensar que Stewart podía pasar por Diana- figura pensar que la protagonista está angustiada, claro, pero alterada también psíquicamente. Spencer fantasea con un personaje histórico como Ana Bolena, y cuando deambule por su propia casona de la infancia, aquello que mencionábamos de clima de horror se hará más tangible o palpable, si cabe el término.
¿O acaso la familia real, de aparición esporádica, no es más que una figura como fantasmagórica en la existencia de Diana? La afectación de la caracterización de Stewart, a quien el director fuerza con mohínes y caritas, gestos y posiciones de cuerpo para que se asemeje al personaje real, en verdad no ayuda y aleja al espectador en vez de conmoverlo. Y por momentos la actriz de Crepúsculo parece más una marioneta que una intérprete. Se ve en todas las salas.
“Piedra noche”

Una historia de dolor, de trauma y de fantasía, PIEDRA NOCHE se ubica en un universo relativamente similar al de VENDRAN LLUVIAS SUAVES, la anterior película de Iván Fund, solo que el abordaje está más virado al mundo de los adultos. Pero tanto aquella como ésta son películas que abrazan un mundo y un imaginario infantiles, una conexión que no por conocida deja de ser tocante y emotiva.
Si bien la cultura popular está cada vez más infantilizada o bien se dirige a un público adulto en eterna adolescencia, los protagonistas de PIEDRA NOCHE habitan otros espacios. Cuando comienza el film, el aire melancólico que acompaña las primeras escenas afectuosas, de cariño y comprensión entre Bruno (Marcelo Subiotto) y su hijo Denis (Jeremías Kuharo), mientras conversan sobre videojuegos de «kaijus» y se meten en el mar (la película fue filmada, principalmente, en la zona de Las Gaviotas, en la Costa Atlántica) dejan entrever que no todo es tan idílico como parece. Y muy pronto notaremos que es un flashback: que ese tiempo de felicidad familiar terminó para siempre.
No sabemos exactamente qué sucedió pero la actualidad es muy distinta. Bruno y su esposa Greta (Mara Bestelli) han vuelto a la casa de la playa pero el niño ya no está allí, tras una tragedia que iremos descubriendo de a poco. El problema es que Bruno no parece admitirlo ni superarlo. De algún modo sigue envuelto en el pasado, creyendo que Denis sigue con ellos (lo ve, le habla, de alguna manera trata de conectarse con él), no aceptando lo que sucedió.
Para ayudarlos a salir de la dolorosa situación en la que viven, Greta invita a Sina (Maricel Álvarez) a que viaje allí a darle una mano para desarmar esa casa y a lidiar con la complicada situación en la que vive con un marido, que está atrapado en un estado de trauma permanente, distante, desentendido de lo que pasa a su alrededor. Paralelamente, el film mostrará a Genaro (Alfredo Castro), vendedor de la casa en cuestión –un bello chalet frente a la playa que todo aquel que haya vacacionado por la zona seguramente haya visto–, que se une al cuarteto de adultos protagonista, con sus propios asuntos.
A partir de un guión original de Santiago Loza (quien codirigió LOS LABIOS con Fund), la historia le suma un elemento, si se quiere, fantástico, de corte casi spielberguiano. Hay una plataforma abandonada en el mar que, tras hacer daño al medio ambiente y acabar con los peces de la zona, hoy la quieren usar como atractivo turístico del pueblo (que tiene el muy cinematográfico nombre de Linda Bay) a partir de una leyenda que dice que hay una especie de «criatura marina» que la ronda. Y, de algún modo, realidad y fantasía se combinarán para sumar su parte dentro del trauma familiar.
Con un guión que va dando a conocer sus elementos de manera sutil, de a poco, PIEDRA NOCHE combina lo que sería un drama familiar adulto –una historia de trauma y recuperación– con otro, uno que está habitado por criaturas fantásticas, propias del imaginario japonés de kaijus y otros monstruos marinos. Es Bruno –en su frágil estado, que Greta en principio no comprende– el que funciona como conector entre ambos mundos y el que posibilita que una película aparentemente realista viaje hacia mundos imaginarios en los que quizás sea más fácil atravesar las más dolorosas tormentas. El dolor persiste, no se irá nunca, pero poder dar algún tipo de cierre –aunque sea fantástico– siempre ayuda. En El Cairo.
“Jesús López”

Jesús López, un joven piloto de carreras, muere accidentalmente dejando su pueblo conmocionado. Su primo Abel, un adolescente sin rumbo, se siente poco a poco tentado a ocupar su lugar. Se instala con los padres de Jesús, viste su ropa, sale con sus amigos y su ex novia. Al principio la gente lo acepta y a Abel le gusta este papel. Pero el parecido con su primo se vuelve inquietante, hasta el punto de que acaba transformándose en Jesús López. En el pueblo se organiza una carrera en homenaje a Jesús. Animado por el espíritu de su primo, Abel conduce el coche del difunto. El resultado de esta carrera determinará si la transformación se vuelve o no definitiva. En El Cairo.
“Justicieros”

Una película accesible, popular, entretenida y razonablemente inteligente, JUSTICIEROS es, más que cualquier otra cosa, una muy divertida y negrísima comedia acerca de la imposibilidad de controlar el caótico funcionamiento del mundo. Este film dirigido por el prolífico guionista danés de películas como HERMANO, DESPUES DEL CASAMIENTO y EN UN MUNDO MEJOR, de Susanne Bier, entre muchas otras, parece hacer una relectura en tono cómico de las coincidencias imposibles que suelen inundar sus guiones.
Aquí hay una conexión de hechos también completamente insólita y azarosa, pero el disparador del film es el caos que terminan armando aquellos que intentan darle alguna lógica a lo sucedido. Aquí, la teoría del caos se pone en movimiento cuando una niña pide para Navidad una bicicleta azul y, como el dueño de la bicicletería no tiene, manda a robar una. Al encontrarse sin su bicicleta (la robada), una adolescente y su madre deciden viajar en subte. Una vez allí, un hombre le deja a esa mujer su asiento y, segundos después, se produce un accidente tremendo en el que la madre –por estar ahí sentada– muere instantáneamente. ¿O fue un atentado? Es cierto, no parece una comedia, pero el tono que Anders le da va por ese lado. El hombre que dejó libre ese asiento es Otto (Nikolaj Lie Kaas), un tipo que se dedica a crear algoritmos que deberían poder predecir o determinar comportamientos sociales y que acaba de ser echado por un importante cliente por producir resultados que no superan el sentido común. Tras lo sucedido en el subte, Otto se obsesiona por saber cómo se produjo ese accidente y, con la ayuda de un par de bizarros colaboradores y a partir de la información de que en ese tren viajaba un testigo importante de un caso contra una banda criminal, llega a la conclusión de que los jefes de un grupo de motoqueros, los «Riders of Justice», fueron los responsables. Pero la policía no le presta atención ya que, convengamos, sus cálculos de probabilidades bordean el absurdo. Al que sí logran convencer del asunto es a Markus (Mads Mikkelsen), el viudo de la mujer fallecida, un duro y seco militar que ha vuelto del frente de batalla para estar con su hija adolescente en ese mal momento. Haciéndose pasar por terapeutas ante la chica –que le ha pedido a su padre que solicite ayuda para lidiar con el trauma–, los torpes investigadores terminan uniéndose a él con la intención de descubrir qué sucedió. Pero su primer encuentro con uno de estos gángsters es violento, termina mal y allí comienza lo que finalmente pasa a ser una guerra entre dos bandos. ¿Fueron los «Riders» los responsables del atentado? ¿Quién sabe? Quizás no, pero la rueda ya está girando y no se puede parar.
RIDERS OF JUSTICE –tal su título internacional– funciona como una mezcla de comedia a la italiana y thriller de acción en su combinación entre la simpática torpeza y los errores de los protagonistas y los eventos cada vez más violentos que se desarrollan a partir de eso. De a poco, Markus, Otto, Lennart (Lars Brygmann) y los demás van, a su modo, conformando una suerte de querible grupo de seres dañados que mediante bizarros cálculos de probabilidades que solo los convencen a ellos, tratan de poner orden en un mundo caótico. De alguna manera, tomando en cuenta las complicadas vidas de cada uno, queda claro que lo que intentan es darles un sentido, una lógica, a su propia existencia. En su segunda mitad la película subirá su porción de violencia a niveles impensados, pero en ningún momento desaparece la sensación de absurdo que rodea a los hechos. Diálogos graciosos, situaciones ridículas y confusiones varias se apilan para generar el efecto contrario al que los protagonistas buscan, ya que su intención de resolver un asunto no hace más que generar otro, igual o más complicado y violento que el anterior. Aunque, quizás, la comunidad que armaron para encontrar esas respuestas termine siendo la verdadera solución.
En medio del humor y la acción, RIDERS OF JUSTICE intentará pensar en cómo muchas veces la gente funciona en base a realidades autogeneradas y puntos de partida absurdos que les hacen llegar a conclusiones ridículas. El grupo protagónico podría ser, digamos, terraplanista, creer en Qanon o poseer alguna otra convicción igualmente idiota, pero una vez que se han encaminado en su lógica interna es muy difícil sacarlos de ahí. Y Jensen da en la tecla del otro fuerte motivo por el que estos grupos existen y funcionan: la compañía que se dan para atravesar vidas traumáticas o profundas soledades, la sensación de solidaridad y apoyo que existe entre sus miembros. Los protagonistas del film pueden caernos simpáticos (lo son), pero en el mundo real serían de esas personas que entraron con bombas al Capitolio estadounidense creyendo que la elección que ganó Joe Biden en los Estados Unidos fue fraudulenta.
Se trata de una película con un guión tan redondo que uno imagina que ya varios estudios querrán hacer una remake en Estados Unidos (con el propio Mikkelsen, ¿por qué no?) sin cambiarle una coma. Tiene muy buenos personajes secundarios (el novio de la hija de Markus, un rehén ucraniano y el genial Emmenthaler), un humor ácido que funciona bien el 90 por ciento de las veces y una oposición perfecta entre la rudeza y sequedad de Mikkelsen y la tontuela bonhomía del resto. Todo eso genera una química única para que el producto avance sin trabas hasta un final que cierra el círculo con moño y todo. En Cinépolis y Hoyts.
“Uncharted”

El tema con las comedias de acción y aventuras es más o menos el mismo. Si los protagonistas son dos, además de tener un buen villano, tiene que existir eso que suelen llamar química entre los que encabezan el elenco. Y Tom Holland, el “nuevo” Spider-Man -aunque ya apareció 7 veces como Peter Parker- y Mark Wahlberg la sostienen. Se nota a la distancia, desde la platea hasta la pantalla.
Porque Uncharted: Fuera del mapa se basa en el archifamoso videojuego, y se exhibe solamente en cines. No acepten copias piratas.
Como no aceptarían una copia del videojuego.
Como sea, mejor que esto suceda, porque Uncharted: Fuera del mapa es una precuela, donde conocemos cómo Nathan Drake (Holland) conoce a Sully (Whalberg), así que esto va a dar para más películas. Lo que se dice, es el comienzo de una hermosa amistad, tal vez no como la de Casablanca. O de una nueva franquicia. La adaptación del video juego de PlayStation tiene a Sully acercándose a Nathan en el bar donde el más joven trabaja como bartender y mozo, y es un carterista de manos rápidas. Le propone ir tras el botín de Fernando de Magallanes, una pila de oro que vaya uno a saber dónde se encuentra. Porque, como se dice en varias oportunidades en Uncharted nada está perdido hasta que se lo encuentra.
Nathan perdió el rastro de su hermano cuando éste se escapó del orfanato en el que convivían, y Sully, que dice menos de lo que sabe, le dice que, juntos, podrían encontrar el oro y al hermano.
La película mezcla, porque el verbo le calza mejor que combinar, un poco de Indiana Jones (Nathan es un erudito) con La leyenda del tesoro perdido, aquélla con Nicolas Cage, un poco de Tras la esmeralda perdida, y casi nada de la más reciente Jungle Cruise, la que le sonará a los millennials. Porque Uncharted está pensada para un público joven, que no haya visto muchas de acción y así pueda sorprenderse más.
Para llegar al tesoro hay que, primero, conseguir una cruz, que se subasta y que el malo de turno (Antonio Banderas, que ordena y escupe tan bien en español como en inglés) tiene entre sus ojos. Proviene de una familia de alcurnia, los Moncada, pero más que limpiar su nombre no le molesta ensuciar su apellido con sangre siempre que consiga los miles de millones de dólares o euros que significa el botín.
A los mencionados se suman Sophia Ali (de Grey’s Anatomy) y Tati Gabrielle, de un lado y del otro de las bandas en pugna, que viajarán de Nueva York a donde sea necesario.
La película cambió varias veces de director. Y de elenco, hasta que finalmente logró plasmarse. Wahlberg estuvo en el proyecto, y lo sobrevivió. En una época iba a dirigirlo David O. Russell (El lado luminoso de la vida) y en el elenco estaba también Robert De Niro. Y encontró en Ruben Fleischer (Venom) al director adecuado, y en Holland al actor necesario.
Y para quienes se queden a ver los créditos, al margen del consabido adelanto de lo que vendrá, pueden detenerse en un nombre perdido en el reparto. No, el guardia del museo del comienzo no es conocido, pero se llama Jesús Evita. En todas las salas.
“El territorio del amor”

María tiene 30 años, es impaciente, rebelde y experta en holandés. Olivier tiene la misma edad, es lento, tímido y habla catorce idiomas. Se encuentran en Taiwan. Y de repente, la impactante novedad. Es su historia. La de la increíble fuerza de un amor. Y la de sus confines, en donde todo empieza a fallar. Excepto María. En Del Centro y Cinépolis.
“Noche americana”

Aeropuerto de Roma, tormenta. El vuelo del joven Iván se cancela. Trasladan a los viajeros a pasar la noche en un hotel. Así conoce a Michelle, una deslumbrante estrella de cine argentina, 20 años mayor que él, también pasajera en tránsito. Todo parece soñado para Iván cuando ella le abre la puerta a una aventura. Pero la noche descarrila cuando aparecen el marido y la hija de la actriz. Se destapa la crisis emocional que Michelle ocultaba y dos chantajistas, tan peligrosos como improvisados, quieren aprovecharse de la situación. Todos se ven implicados en un frenético desenlace, capaz de mostrar la sombra de la estrella, y el precio que debe pagar, a veces, la fama. En el Hoyts y Cinépolis.
“9”

Christian Arias (Enzo Vogrincic) es una ascendente figura del fútbol que durante un partido de la selección uruguaya se va a las manos con un jugador del equipo contrario, Colombia. Representado por su padre Óscar (Rafael Spregelburd) regresan a Uruguay mientras los ánimos se aplacan y la prensa se olvida del incidente, y así puedan cerrar un pase millonario a un equipo de la Premier League. Pero, ¿eso es lo que quiere el crack o solo son los deseos de su padre? 9 (2021) se centra en la psicología de los personajes y como estos reaccionan frente a cada una de las situaciones que los interpelan. Christian es callado y sensible. En la primera escena lo vemos sentado, aislado en una sala del aeropuerto. Y esa presentación será lo suficientemente clara para delinear su personalidad. Óscar, es todo lo contrario. Agresivo y apático entra en la historia gritando y haciendo referencia al dinero que va a perder producto de la falta disciplinaria de su hijo. De ahí en más, la historia, nos traslada por una sucesión de escenas que muestra a dos personajes opuestos, padre e hijo, donde uno dispone y el otro obedece. No importan los sentimientos, el deseo o la necesidad. Christian está condenado a cumplir con lo que su padre mande. Más de una vez repite “es lo que tengo que hacer” pero nunca se le escucha decir “es lo que quiero hacer”. La sensibilidad con la que Vogrincic construye a Christian es notable y trapasa la pantalla. El binomio de directores no tiene ningún tipo de escrúpulos en mostrar el lado b del fútbol, lo que se esconde detrás de pases millonarios, vidas glamorosas y páginas y más páginas en la prensa. Tampoco para hablar de las presiones a las que se enfrentan los jugadores ni de los abusos familiares. Pero eso no es el fútbol, al menos el fútbol que Christian quería para su vida que hace tiempo dejó de ser la suya. O tal vez nunca lo fue. Pero, más allá de que 9 gire en torno al fútbol no es una película deportiva. Es más bien sobre los deseos. Propios y aquellos que los demás proyectan sobre cada uno de nosotros.
A través de una puesta tan elegante como estilizada, donde se destaca el delicado trabajo en la dirección de fotografía de Matías Lasarte que, con una serie de planos generales de la lujosa casona que habitan, crea una especie de jaula de cristal que permite ver el contrapunto en la intimidad de dos personajes prisioneros de su accionar.
9 es una película crítica que invita a reflexionar sobre el éxito, la fama, el dinero y la infelicidad, cuando a pesar de parecer tenerlo todo no se puede tener libertad.
Fuente: Sensacine, Otros Cines, La Nación, Clarín, Pablo Scholz, Filmaffinity, Escribiendo Cine.
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