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Argentina

Buenos Aires en 48 horas: una ciudad que siempre tiene algo más para dar

Hay ciudades que se disfrutan a un ritmo calmo y otras que directamente te arrastran, y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires pertenece al segundo grupo. Incluso cuando uno llega con apenas dos días disponibles, la Capital se las ingenia para desplegar una oferta cultural, gastronómica y urbana tan amplia que alcanza y sobra para quedar atrapado en su energía.

En este caso particular la recorrida arrancó en Núñez, donde el Museo de River Plate se impone como una parada obligada para quienes quieran entender por qué el fútbol atraviesa la vida porteña. Entre camisetas históricas, relatos de época, trofeos y pasillos que respiran gloria, el visitante no solo recorre la trayectoria del club: se mete en un capítulo completo de la identidad argentina. El museo está tan bien organizado que incluso quienes no son fanáticos terminan cautivados.

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Con el caer de la tarde, la ciudad empuja hacia uno de sus puntos más característicos: la Avenida Corrientes. Allí siempre hay gente, siempre hay movimiento. Ir al teatro en esa calle es un ritual que se repite hace décadas y que conserva su encanto intacto. Las producciones actuales combinan humor, drama y propuestas nuevas que conviven con el legado de una escena teatral que nunca perdió vigencia.

Después de la función, Corrientes invita a quedarse. La iluminación, el tránsito y ese aire de ciudad que no descansa funcionan como un imán. La cena en uno de los bares tradicionales de la zona es una continuidad natural de la experiencia: platos abundantes, charlas cruzadas entre turistas y porteños, mozos que conocen el oficio y el espíritu de una avenida que parece vivir en su propio mundo.

Avenida Corrientes en Buenos Aires - Tripin Argentina

El segundo día arranca en una frecuencia distinta. El Parque de la Ciudad, con su amplitud y su tranquilidad, propone una especie de paréntesis dentro del ritmo porteño. Caminar por sus senderos, detenerse en alguna sombra o simplemente observar la vida cotidiana que lo rodea aporta una mirada complementaria de Buenos Aires, más simple, más terrenal.

De allí, el recorrido se mueve y desemboca en San Telmo, un barrio donde la historia se siente en cada adoquín. El almuerzo en una parrilla tradicional es casi un deber: cortes servidos con generosidad, chimichurri que huele a receta familiar y un ambiente que mezcla turistas curiosos con vecinos que conocen el lugar de toda la vida.

La tarde continúa en otro paisaje, completamente distinto. Puerto Madero suma modernidad. Entre torres y diques, aparece Trade Sky, uno de los rooftops más llamativos de la zona. Desde arriba, la ciudad cambia. Se expande, se ordena y se vuelve más imponente. Buenos Aires iluminada desde las alturas es otra ciudad: más quieta, más contemplativa, casi cinematográfica.

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En dos días, la ciudad mostró sus contrastes, historia, arte, gastronomía, naturaleza urbana y modernidad, sin perder coherencia. Dos días no alcanzan para abarcarla, pero sí para entender por qué nadie se va indiferente. Y por qué, tarde o temprano, todos vuelven.

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