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Cinco estrenos con pelis de terror y suspenso llegan el primer jueves de septiembre

“Jack en la caja maldita” segunda parte, “Ladi Di” documental sobre la princesa, “Vértigo” de Scott Mann, “El Brindis” comedia francesa, y “La Chica Salvaje” un policial de Olivia Newman. Las cinco reviews seleccionadas para elegir que ir a ver al cine, aquí.

“Jack en la caja maldita 2”

Una mujer con una enfermedad terminal y con más guita que un narco rosarino hace que le consigan una misteriosa caja musical vintage. Todo aparentemente muy inocente. Sin embargo, la mujer sabe muy bien qué contiene la caja. Esperando curarse de su enfermedad, hará un pacto con el demonio que habita la caja para que le conceda esa segunda oportunidad de vivir. El pago por el milagro es muy sencillo: seis sacrificios humanos. La mujer está más que dispuesta a pagar el precio, y su hijo le ayudará a conseguirlo. En líneas generales, no hace falta haber visto la película original de The Jack in the Box para poder entender absolutamente nada en esta secuela. Las pocas explicaciones que podés necesitar van a dártelas a lo largo de los 90 minutos de duración de la cinta.

The Jack in the Box: El despertar cumple con muchos de los parámetros para una película de terror decente.

Su historia no es novedosa en modo alguno, y en muchos aspectos van a recordar Expediente Warren (El Conjuro). Sin embargo, en cuanto a atractivo, está a años luz del film de James Wan. Lawrence Fowler apuesta por los delirios psicológicos de Edgar Marsdale (Matt McClure) para darle dramatismo a la historia, pero no consigue que salte esa chispa empática entre el personaje y el espectador. Además de McClure, The Jack in the Box: El despertar incorpora en su reparto a Mollie Hindle, James Swanton, Nicola Wright, Nicholas Anscombe, Michaela Longden, Erina Mashate, Jason Farries, Victor Mellors, Ben Walters, Melvyn Rawlinson y James Males. El reparto en general hace lo que puede, pero no dejan de ser forraje para que el asesino titular se luzca, o al menos esa es la idea. Salvo quienes padezcan coulrofobia, la mayoría va a coincidir en que contar con un payaso asesino le da a The Jack in the Box: El despertar un plus de encanto que puede andar bien.

Películas como It, han demostrado que contar con estos alegres y entrañables carniceros aporta grandes dosis de locura a sus asesinatos. El problema del payaso de The Jack in the Box: El despertar es que aparece poco, y casi todas sus escenas son, básicamente, trabajo de fotografía para mantener la tensión con sustitos sencillos. James Swanton, que interpreta al Jack de la caja, se cobrará sus víctimas, pero en general tiene poco peso sobre sus hombros a la hora de generar tensión, que es lo que buscamos en este tipo de película.

El equipo de fotografía está perfecto y brilla con luz propia precisamente en las escenas que tendrían que brindar gloria al asesino.

The Jack in the Box: El despertar no es una mala película, pero no los va a enamorar ni va a ser lo mejor que hayan visto en décadas. Habría estado bien que Lawrence Fowler arriesgase más con la narrativa y no optase por un guion tan convencional, aunque ha conseguido darle más sentido que a la película original, que ya es algo. Se puede ver en todos los complejos.

“El Brindis”

Apenas comienza El brindis, el cineasta Laurent Tirard llama la atención del espectador con una singularidad en los títulos. Aquí no aparecen escritos en pantalla, como es costumbre en el cine, sino que Adrien, protagonista de la película, relata delante de un telón rojo los nombres de cada integrante del elenco y personal técnico responsable del filme.

Este detalle enseguida tomará forma y contenido durante los casi 90 minutos de una comedia enfocada por completo en su treintañero protagonista.

Adrien está devastado porque, hace ya más de un mes, Sonia lo dejó sin más explicaciones que “necesito un descanso”.

Allí comienza el derrotero del protagonista que busca alguna explicación que le cierre en su cabeza, como si fuera el personaje de John Cusack en Alta fidelidad con la dosis de paranoia del que interpretó Jim Carrey en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos.

Tirard toma sin disimulo los largos monólogos a cámara con especulaciones del protagonista de la primera película y, de la segunda, las ideas visuales lúdicas para las transiciones entre algunas escenas.

El brindis transcurre, casi en tiempo real y demasiado cerca del terreno teatral, durante una rutinaria cena familiar de Adrien con sus padres, su hermana y su cuñado, luego de haber tomado la decisión de escribirle un mensaje a su ex.

La ansiedad del protagonista mientras espera una respuesta de Sonia se potencia ante el tedio que le provoca la reunión familiar, que se debate sobre la efectividad de la loza radiante con el menú de siempre. Tirard describe con efectividad allí la problemática típica a la hora de abrirse y compartir los sentimientos íntimos con las personas más cercanas.

El director ubica al espectador en una de las cabeceras de la mesa, justo frente a Adrien, para que el protagonista, además de elucubrar cada dos por tres mirando directo a cámara, pueda transmitir cierta empatía.

Sensación que se pierde enseguida cuando Adrien se ensimisma al punto de irritarse porque una conversación sobre familiares con enfermedades terminales le impide mirar su teléfono durante la cena sin quedar como un maleducado.

El colmo para el protagonista llega enseguida, cuando su cuñado le pide que se encargue del brindis del inminente casamiento con su hermana. Adrien hace gala de su egoísmoal ensayar en su mente cada uno de los discursos posibles, ensimismado, sin tener en cuenta jamás a los anfitriones de la boda más allá del impacto que puedan tener ellos sobre las emociones de esta especie de adolescente tardío.

El solipsismo de Adrien se vuelve indignante mientras recorre cada emoción en su largo duelo, por más que Benjamín Lavernhe consiga aportar un mínimo de simpatía a su personaje.

El humor es el único respiro del agobiante proceso interiordel protagonista y los chistes soeces, sobre un fálico perchero artesanal o los deseos que se ocultan en la corteza de un árbol, funcionan para descomprimir esa angustia juvenil que este treintañero enseguida convierte en pánico, al imaginar que su ex le canta al oído “ya no te escribiré más, sos un auténtico cerdo”.

Como si se tratara de una película de crecimiento centrada en un púber, El brindis acompaña a Adrien en un proceso de maduración y aceptación hasta lograr ese discurso definitivo, en el que demuestra que solo le hacía falta que le contestaran y poco importaba ya recuperar a Sonia. En los Cines del Centro.

 

“Vértigo”

La trama comienza con la vida de Dan (Mason Gooding), un joven que muere ante la vista de su novia Becky mientras están escalando, con una mínima protección, en las Montañas Rocosas. La angustia y la tristeza que inundan el corazón de Becky no provocan que se quede abrumada, sino que decide cumplir una nueva meta.

Junto a su amiga Hunter deciden ascender una enorme y deteriorada torre de comunicaciones de más de 600 metros de altura y arrojar desde allí las cenizas de Dan. A una distancia considerable del suelo y sin cobertura, su ascenso se complica al caerse una parte de la estructura de la torre. No pueden bajar ni pedir ayuda porque están totalmente alejadas de la civilización. Es un lugar desértico donde el calor llega a los extremos. No les quedará más remedio que luchar por sobrevivir aunque lo tengan todo en contra. A pesar de que la película hace mención a la Torre de Televisión B67 (es el doble de alta que la Torre Eiffel), en realidad las escenas fueron recreadas en otro lugar en el desierto de Mojave, a 18 metros de altura en la cima de un acantilado. Vértigo es de esas películas que te cortan el aliento y que invitan a taparse la cara, pero a su vez que deseamos seguir viendo.

Las críticas de este estreno en Inglaterra fueron muy positivas. Por ejemplo, en el diario The Guardian aseguraron que a pesar del bajo presupuesto, este film debería hacer recapacitar a otros estudios reconocidos que producen películas menos emocionantes. También obtuvo un 74% de críticas positivas según el sitio Rotten Tomatoes. Dirigido por el británico Scott Mann (Atentado en el estadio), quien también escribió el guion junto a Jonathan Frank, este es un thriller a pura adrenalina con la participación de Jeffrey Dean Morgan (The Walking Dead, Watchmen) en el rol de James y protagonizada por Grace Caroline Currey (Shazam!, Annabelle: Creation) en el rol de Becky y Virginia Gardner (La noche de Halloween, American Horror Stories) como Hunter. El film tuvo un modesto presupuesto de 3 millones dólares pero logró ser distribuida por un gran estudio de la industria como lo es Lionsgate. Cuenta con la producción de David Haring, James Harris, Mark Lane, Christian Mercuri y el mismo Scott Mann. Se puede ver en los cinco complejos de la ciudad.

 

 

“La Chica Salvaje”

Basada en el best seller con ecos autobiográficos de Delia Owens, La chica salvaje es la historia de supervivencia de una adolescente en el terreno más hostil imaginado, los bañados de Carolina del Norte en la década de los 60. Un tiempo cargado de prejuicios y desprovisto de modernas comodidades es el que configura la solitaria vida de Kya Clark (Daisy Edgar-Jones) como una verdadera hazaña. Pero La chica salvaje es también la historia de una investigación policial: una mañana aparece el cadáver de Chase Andrews (Harris Dickinson), hijo de una importante familia del lugar, tendido bajo una torre en el corazón de aquel pantano. Las sospechas recaen sobre Kya –llamada despectivamente “la chica de la marisma”- debido a su relación amorosa y clandestina con Chase, proferida en el pueblo como un secreto a voces. Y, por último, La chica salvaje es también una historia de amor, entre Kya y el joven Tate (Taylor John Smith), filmada por Olivia Newman con colores pasteles y ritmos edulcorados. El gran problema de la película radica en el intento de conciliar esos tres caminos: el de la historia de resiliencia, la película de juicio y la novela rosa. Impulsado por el éxito del libro de Owens, el “gancho” de la historia se afirma sobre un hueco: la verdad detrás de la muerte de Andrews. ¿Asesinato o accidente? En esa lógica, el abogado Tom Milton (David Strathairn), quien conoce a Kya desde niña y sabe del abandono de su familia y la maledicencia de los pobladores, la defiende sin demasiadas herramientas más allá de la empatía que le despierta su trágica historia. Kya es un muro de silencio, una figura firme en el estrado que resiste los embates del fiscal como antes resistió los chismorreos del pueblo y las fuerzas naturales del pantano. La mirada profunda de Edgar-Jones deja entrever el atisbo de un misterio, una pieza oculta que se retiene en el corazón de la historia.

Sin embargo, lo que Strathairn y Edgar-Jones sostienen con gracia y oficio en las charlas en la cárcel y las miradas en el tribunal se desdibuja en los sucesivos flashbacks que reponen el pasado de Kya, oscilantes entre el melodrama rosa con una naturaleza bucólica que funciona como marco del romance y la supervivencia, y las pinceladas de un tímido horror, que convierten los abusos, maltratos y una violencia social enquistada en obstáculos superficiales del drama. Newman nunca se decide por el tono de la película, y oscila entre esos registros con torpeza y desconocimiento, retorciendo el verosímil del policial al teñir su universo de estampas al estilo Sarah Kay, deslizando los sucesos más terribles como si fueran una más de las pruebas que se deben superar para resplandecer.

En todo su itinerario, Kya es menos un personaje que un compendio de ideas: la comunión con la naturaleza, la experiencia del “amor verdadero”, la superación de la adversidad, y también la reflexión sobre la justicia. Todo ello debe cargar sobre sus espaldas en diálogos que antes que literarios parecen salidos de un libro de aforismos, que intenta remachar aquello que ya habíamos intuido. Daisy Edgar-Jones hace lo que puede con ello y sale airosa gracias a su carisma, y a la convicción con la que a veces pronuncia lo imposible. Pero es el relato el que no encuentra su cauce y su errática puesta en escena la que empantana sus pocas virtudes.

En los cinco complejos de la ciudad.

 

“Lady Di”

Así como existen los documentales de autor (con mucho énfasis en la primera persona) o los de impronta más televisiva (con espíritu más didáctico y sustentados sobre todo en testimonios a cámara) también están aquellos basados solo en el archivo. Este último es el caso de Lady Di (The Princess es el título original), que reconstruye la historia de Diana Spencer desde que siendo todavía una adolescente de 17 conoció a Carlos, príncipe de Gales, hijo mayor de la reina Isabel II y heredero de la corona británica, hasta su trágica muerte en las calles de París, con tan solo 36 años.

A partir de un excelente trabajo de investigación que le permitió contar con mucho y variado material de las distintas épocas y de una notable edición, Ed Perkins (Garnet’s GoldBlack Sheep) no solo expone las múltiples, fascinantes (y por momentos contradictorias) facetas de la personalidad de la princesa de Gales, desde su timidez inicial a su empoderamiento a la hora de enfrentar a la familia real y desarrollar una carrera con sello y vuelo propios, sino que además resulta un cuestionamiento muy contundente respecto de los excesos y miserias tanto de la propia monarquía como del vergonzoso accionar de los medios más amarillentos y sensacionalistas (que en Reino Unido han sido una plaga desde siempre), incluidos los paparazzi que la seguían las 24 horas del día.

En la inevitable selección y recorte que propone Perkins hay no solo mucho de tributo y veneración a Lady Di sino también un intento por exponer cómo su figura era tratada por los medios y por la propia sociedad británica. En ese sentido, queda expuesta una de las tantas grietas entre quienes amaban a y quienes renegaban de la realeza, y -más puntualmente- entre aquellos que reivindicaban el lugar provocador y cuestionador de Diana y otros que la denostaban por sus actitudes, decisiones y comportamientos tanto públicos como privados.

Por momentos más cerca de los trabajos experimentales con archivo del rumano Andrei Ujica, y en otros apelando a una musicalización algo intrusiva y machacona más propia del documental convencional, Lady Di es un trabajo adictivo que muestra en toda su dimensión (enfermiza) lo que significa soportar el peso de la fama. Diana lo hizo con la mayor dignidad y entereza posible hasta que una huida a toda velocidad terminó demasiado pronto y de forma brutal con su vida. Se puede ver en Cinépolis.

Fuentes: Clarín, Nazareno Brega, Hipertextual, Marina Eugenia Capelo, Paula Vázquez Prieto, La Nación, Diego Batlle, Otros Cines.

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