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Todo Show

Cuatro pelis llegan a Rosario, entre ellas el nuevo film de Alex Garland

El director de Ex Machina (2014), Aniquilación (2018), la serie Devs (2020) y Men: Terror en las sombras (2022) dirigió la película más cara en la historia de A24 (50 millones de dólares) y consiguió un hito comercial para esa productora y distribuidora: el arranque más exitoso (25,7 millones en sus primeros tres días en los cines norteamericanos) y el primer número uno de la historia para ese sello independiente. Poderosa, inquietante, provocadora y polémica este drama (a esta altura ya no tan) distópico lleva el sangriento conflicto armado a las entrañas de la sociedad estadounidense. Junto a “Guerra Civil” llegan “Abigail” terror de la mano de los que revivieron “Scream”, animación con “Un gato con suerte” y la italiana “Nunca es tarde para amar”. Aquí una selección de reseñas para elegir que ir a ver al cine, porque el cine se ve en el cine.

“Guerra civil”

Que el londinense Alex Garland es un cineasta virtuoso no es a esta altura una novedad, pero en Guerra civil su vuelo estético y su capacidad para la puesta en escena adquieren nuevas dimensiones gracias un relato de una tensión y potencia abrumadoras. Sí, el nuevo film del director de Aniquilación es una experiencia extrema por lo que propone (un enfrentamiento bélico entre facciones en el corazón de los Estados Unidos), pero sobre todo por cómo lo expone: una narración que elude cualquier concesión demagógica y tranquilizadora, contradictoria, incómoda y, precisamente por eso, tan valiosa en estos tiempos de cine predigerido y dominado por la corrección política.

En un futuro no tan lejano y bastante reconocible (como si se acumularan los disturbios callejeros de Los Angeles, las matanzas de locos sueltos y la toma del Capitolio del 6 de enero de 2021, pero todo a la enésima potencia), estamos en la fase final de una guerra civil en la que las Fuerzas del Oeste de Texas y California y la Alianza de Florida avanzan de forma arrasadora hacia Washington, D.C., donde el presidente (Nick Offerman) resiste con las pocas tropas que le siguen siendo leales.

En ese contexto desolador (está lleno de situaciones hiperviolentas, brutales), cuatro fotoperiodistas salen a bordo de una camioneta desde Nueva York hasta D.C. en una road movie que los llevará por Pennsylvania y West Virginia rumbo a Charlottesville, uno de los frentes de la batalla. El cuarteto es particularmente diverso porque incluye a Sammy (Stephen McKinley Henderson), un hombre veterano y obeso que es una suerte de patriarca y mentor, dos profesionales curtidos y con experiencia como Lee (Kirsten Dunst) y Joel (el brasileño Wagner Moura), y la joven Jessie (Cailee Spaeny, la Priscilla de Sofia Coppola), que ocupa el lugar de la rookie tan inexperta como osada e irresponsable.

Vecinos colgados de unos ganchos, fosas comunes supervisadas por sádicos soldados (aterradora irrupción de Jesse Plemmons)… Guerra civil es un film de una crudeza infrecuente y en varios sentidos radical para el Hollywood contemporáneo. Una película muy política, sí, pero también un imponente ejercicio de cine de género a-la-John Carpenter. Y, si tuviera que buscar otras referencias más o menos plausibles, podría citar también a Niños del hombre, de Alfonso Cuarón; Exterminio, de Danny Boyle (Garland fue el guionista); y Vivir al límite / The Hurt Locker, de Kathryn Bigelow.

En un film que es siempre arrasador, arrollador, inmersivo y explosivo en sentido literal y figurado (es como llevar la guerra de los Balcanes o el conflicto en Gaza al propio suelo estadounidense) no todas las decisiones y escenas funcionan en la misma dimensión. De hecho, hay un puñado de segmentos musicales de tono videoclipero que parecen más una licencia (distender al agobiado espectador) que una decisión artística que potencie al relato. De todas formas, Guerra civil surge como una auténtica y bienvenida rareza que ratifica además a Garland como uno de los cineastas más irreverentes y audaces dentro del adocenado panorama actual.

Diego Batlle.

En todos los complejos.

 

“Nunca es tarde para amar”

Astolfo, un profesor jubilado que es desalojado de su departamento en Roma, decide instalarse en un viejo palacio noble pero decrépito, último vestigio de su patrimonio familiar en un remoto pueblo de los Abruzos, donde no había estado durante décadas.

Muy pronto, el recién llegado, entablará amistad con un vagabundo, un cocinero jubilado y un hacendoso joven. Todos convivirán armoniosamente en esa casa cuando Astolfo conoce a Stefania, una mujer encantadora, de su edad.

El profesor se enamora y luchará contra sentimientos que creía ya enterrados en el pasado. Animado por su leal grupo, Astolfo dará un paso adelante y aprenderá con gusto que nunca es demasiado tarde para enamorarse.

Cines del Centro.

 

“Un gato con suerte”

El nuevo largometraje de animación del galés Christopher Jenkins (codirigido con Mark Koetsier) se desarrolla con todos los arquetipos de una narrativa anclada en el viaje del héroe, en este caso con la figura del gato Beckett (Mo Gilligan), quien será puesto a prueba constantemente en su derrotero. El felino en cuestión es profundamente egoísta, un animal arrogante que desperdicia cada una de sus vidas por considerar que tiene a la suerte de su lado.

El nuevo largometraje de animación del galés Christopher Jenkins (codirigido con Mark Koetsier) se desarrolla con todos los arquetipos de una narrativa anclada en el viaje del héroe, en este caso con la figura del gato Beckett (Mo Gilligan), quien será puesto a prueba constantemente en su derrotero. El felino en cuestión es profundamente egoísta, un animal arrogante que desperdicia cada una de sus vidas por considerar que tiene a la suerte de su lado.

Si Beckett continúa comportándose con la soberbia como eje, entonces se evaluará qué hacer con él. De lo contrario, se le brindará la oportunidad de ser empático con quienes lo cobijen en sus hogares. Su existencia convulsionada, signada por el exceso de información, se apacigua cuando es adoptado por Rose (la voz de la exBridgerton Simone Ashley), una científica que se encuentra trabajando en un estudio sobre la preservación de abejas, quien se encandila con Beckett apenas lo ve. La camaradería entre ambos es abordada de manera entrañable, con tramos donde prima el delirio para las audiencias juveniles, y con otros momentos más emotivos que pueden conectar con cualquier espectador que haya dependido emocionalmente de su mascota.

Como todo viaje del héroe (o antihéroe, en este caso), Beckett es expuesto a un primer enemigo -en su distorsionado criterio- en ese proceso de transformación. Se trata del exnovio de Rose, Larry (Dylan Llewellyn), quien le genera celos que le son imposibles de disimular. Una sucesión de actos egoístas obliga al Guardián a tomar represalias y así es cómo Beckett recupera sus vidas, pero en cada una de ellas regresa de diferentes formas, convirtiéndose en otros animales y sin poder volver a los brazos de su dueña. De esta manera, Beckett va absorbiendo la lógica detrás de las acciones tanto de caballos como de perros, y aprende a ser más precavido y menos necio, a escuchar a todo aquello que, tiempo antes, le resultaba superficial.

El guion de Karen Wengrod y Ken Cinnamon es simple, pero conmovedor, sobre todo en un final en el que crece la incertidumbre acerca de un posible reencuentro entre el gato y la mujer que primero lo perdió y luego nunca pudo reconocerlo por esas “máscaras” que le fueron puestas. Por otro lado, el exOne Direction Zayn Malik es el encargado de un soundtrack efectivo que acompaña armónicamente una historia sobre la redención que sabe hasta dónde llevar las secuencias tiernas sin caer en lo empalagoso.

Milagros Amondaray.

En todos los complejos.

 

“Abigail”

Matt Betinelli-Olpin y Tyker Gillett, la dupla de realizadores estadounidenses que, junto con el guionista Guy Busick, “revitalizó” la saga Scream con sus capítulos 5 y 6, estrenados en 2022 y 2023 respectivamente, levanta la puntería con esta relectura solapada de las comedias de horrores vampíricos, en particular las de la década de 1980. No hay tonos retro en Abigail, pero el paso del drama de suspenso al gore desembozado e incluso caricaturesco, siempre dentro de las paredes de lo que podría definirse como una mansión embrujada, señalan hacia ciertos placeres genéricos del pasado. Sumando en el departamento de guion al irlandés Stephen Shields, el cuarteto faena uno de esos relatos de encierro y pavor creciente (no es casual que se cite abiertamente la novela Diez negritos), aunque en un primer momento la cosa parezca ir por un lado mucho más realista.

Los primeros cuarenta minutos de Abigail describen el secuestro de una niña amante del ballet, la hija de alguna clase de multimillonario. El equipo responsable del operativo criminal está integrado por cuatro hombres y dos mujeres que no se conocen previamente, y cuyos nombres deben permanecer en estricto secreto (como en tantos grandes robos y otras yerbas ilegales en la historia del cine). Quien los ha reunido para llevar a cabo la misión es un hombre del submundo interpretado por Giancarlo Esposito, y una vez que la joven ha sido llevada a la vieja casona abandonada sólo es cuestión de esperar veinticuatro horas hasta recibir el dinero del rescate. Desde luego, nada saldrá según los cálculos, y el desastre comienza a horadar la faena cuando el primero de los secuestradores es hallado literalmente descabezado en la cocina.

Mientras Abigail (la joven actriz irlandesa Alisha Weir, en un papel muy distinto al de Matilda, de Roald Dahl: El musical) permanece encerrada en una habitación, muerta de miedo ante lo que pueda llegar a ocurrirle, el variopinto grupo de criminales comienza a sospechar la presencia de un legendario y sangriento sicario. Eso, piensa cada uno por su lado, o alguien en el contingente no es quien dice ser. Hasta que el segundo cadáver comienza a transformar el lugar en un cementerio, el film de Bettinelli-Olpin y Gillett ofrece algunas de sus mejores armas, con un sentido del humor que comienza a tomar la delantera sin recurrir al gag explícito. Que esa colección de parias rudos, expertos en el crimen, comience a gritar con tonos agudos ante la posibilidad de una muerte horrorosa forma parte de un planteo narrativo que se hace un poco menos efectivo luego de que cae la gran máscara, revelando el verdadero rostro del terror.

Como lo anticipa el mismo tráiler, la jovencita no es precisamente inocente ni inofensiva, más bien todo lo contrario. Lo que resta de allí en más es un juego de gatos y ratones en el cual los victimarios se transforman en la presa fácil de un depredador nato. Abigail ofrece no una sino tres veces la conexión musical con “El lago de los cisnes”, banda sonora del primer chupasangre fílmico con sonido sincronizado de la historia, aunque en las charlas de los protagonistas primen las referencias a Crepúsculo y Nosferatu. La conexión maternofilial, a esta altura del partido todo un cliché del cine de terror, viene por el lado del personaje encarnado por la mexicana Melissa Barrera (veterana de las dos Scream del siglo XXI), un ligero lastre del guion que no logra detener los chorros de hemoglobina. A fin de cuentas, esa es la propuesta de la película: un relato juguetón que cruza el slasher con el cine de vampiros, aderezado con una buena dosis de sangre derramada y consumida. O estallada, según las circunstancias.

Diego Brodersen.

En Showcase, Hoyts, Cinépolis y Monumental.

Fuentes: Otros Cines, La Nación, Página 12.

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