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Dos estrenos este anteúltimo jueves de junio

La cartelera ya está casi abarrotada de propuestas pesadas con mucho apoyo de marketing y dirigidas fundamentalmente al público infantil y adolescente, y casi todas recaudando bien. Con poco espacio de salas y horarios, también pocos se animan por lo que llegan solo dos nuevos films, una ambientada en el mundo de la mafia y una de terror argentina. Aquí una selección de reseñas para elegir que ir a ver al cine. Porque el cine se ve en el cine.

 

“Una femmina”

Quién sabe si será por afinidad genérica, por familiaridad o por cercanía cultural que las películas ambientadas en el mundo de la mafia tienen mucho de operístico. Una grandilocuencia trágica y ampulosa que tiene su centro en una desmesura que es al mismo tiempo emotiva, violenta y barroca, características muy arraigadas en la sociedad italiana y en su cultura popular. Dicho perfil está presente en la saga El padrino, de Francis Ford Coppola, máxima referencia dentro del género, y es también lo que define a Una feminna, el código de silencio, impresionante debut en la ficción del calabrés Francesco Costabile, cineasta cuya experiencia previa se vincula sobre todo al registro documental.

Como ocurre con las organizaciones mafiosas, Una femmina gira en torno de una estructura familiar cuyo drama, al igual que en El padrino, toma como eje al miembro más joven de ese núcleo. Con la notable diferencia de que acá se trata de una mujer, figuras que en este tipo de relatos, con excepciones, suelen ocupar roles más bien laterales. Los mismos pueden agruparse en tres grandes grupos: el sostén emotivo del hombre desde los roles de esposa o de madre; la complicidad silenciosa, que tanto puede ser voluntaria como forzada; o la víctima inocente de los intereses y costumbres de estas organizaciones.

Se puede decir que Rosa, la protagonista de Una feminna, ocupa un lugar ambiguo dentro del linaje de las mujeres en las historias de mafia. Porque por un lado en ella se cumplen al menos dos de las características recién mencionadas. Pero al mismo tiempo presenta un arquetipo que si bien no es nuevo, al menos se lo puede calificar como infrecuente. El mismo funciona a la perfección no solo desde lo dramático, sino también como una expresión propia de estos tiempos, en busca de abolir los límites que hasta acá ceñían (y en la mayoría de los casos todavía ciñen) a lo femenino.

Rosa es la sobrina de Salvatore, líder de un clan familiar vinculado a la ’Ndrangheta, organización criminal propia de la región de Calabria que desde los años ’90 se ha convertido en la más poderosa de Italia. A diferencia de la Cosa Nostra siciliana, cuyos negocios estaban vinculados al comercio y la prostitución, o a la Camorra napolitana, históricamente ligada el contrabando, la mafia calabresa se ha hecho fuerte gracias al tráfico de cocaína. Como se revela en la secuencia que abre la película, Rosa arrastra un trauma vinculado a la muerte de su madre que se manifiesta a través de pesadillas recurrentes. Como suele ocurrir con tantos héroes y heroínas, será sobre esa herida que la protagonista construirá su propio destino.

Porque como en toda buena tragedia, lo que define a Rosa es el dolor. Un sufrimiento que en este caso alimentará de forma inevitable sentimientos y emociones de raíz violenta, como la furia o la venganza. Y si bien es cierto que se trata de un lugar común acerca de la identidad italiana, también lo es que Costablie logra que el recurso vuelva a funcionar a la perfección. Parte del éxito surge de los lazos que el guión tiende con distintas tradiciones de la narrativa universal. Porque Una feminna tiene mucho de tragedia shakespeariana, tanto que es inevitable reconocer en Rosa rasgos que la ligan a distintos personajes creados por el Bardo, de Julieta a Lady Macbeth. Pero también hay algo de la trama que imaginó Borges en “Emma Zunz” definiendo la ética del personaje.

A estos aciertos, vinculados a los aspectos narrativos de la historia (que Costabile construye con un extraordinario nivel de verosímil, tal vez por su familiaridad con los recursos del documental), hay que sumarles un elemento crucial. Se trata de la labor de la joven actriz Lina Siciliano, debutante absoluta, quien logra darle a Rosa una dimensión que es a la vez más grande que la vida, pero también encarnecida y encarnizadamente humana. Cuesta recordar a una actriz, mucho menos a una debutante, que sea capaz de transmitir emociones tan vívidas y potentes como Siciliano. Hay algo en ella, en sus gestos y en especial en su mirada, que es capaz de convencer incluso a los ateos de que Dios existe. Verla en pantalla es un prodigio que justifica no solo el valor de la entrada, sino la marca que es capaz de dejar en la memoria del espectador. En los Cines del Centro.

 

 

“Juego de brujas”

 

Mara (Lourdes Mansilla) vive con sus padres y su hermana quinceañera Sofía, pero no quiere ni siquiera celebrar con ellos su cumpleaños número 18. Rebelde, irritable, impulsiva, ella cambia a toda velocidad de novios (el último se llama Marcos) y vive prácticamente encerrada en su micromundo de videojuegos. Una noche alguien le deja un paquete en la puerta de su casa que ella en principio no podrá abrir hasta que una gota de su sangre cae de manera accidental sobre el artefacto y así ella descubre en el interior una especie de casco de realidad virtual con el que será transportada hacia una nueva dimensión de tiempo y lugar.

Ese simulador la llevará a través de un portal que la hará viajar a un pasado en el que tres maestros la entrenarán en las artes ocultas para enfrentar y matar al mismísimo demonio. Si esta suerte de sinopsis les suena algo trillada es porque Juego de brujas resulta desde el guion, pero también desde su construcción narrativa, una acumulación de lugares comunes y clichés del género: la iniciación, los crecientes poderes sobrenaturales y los efectos incontenibles y trágicos que los mismos pueden generar en distintos universos (o multiversos, ahora que el término está de moda).

Forte tiene buen pulso para la dirección y la combinación entre el diseño de arte, el maquillaje y los efectos visuales permiten ingresar en un mundo ominoso y surreal bastante atractivo, pero el problema es que el relato casi nunca sorprende, fascina ni tampoco asusta demasiado. Es un aceptable ejercicio de estilo, pero a esta altura se le exige más que destellos o profesionalismo a un cine de terror argentino que necesita de historias más potentes, creativas y estimulantes para seducir a la masiva legión de cultores del género que hay en nuestro país y que por el momento prioriza producciones llegadas de otra latitudes. En el Hoyts.

 

 

Fuente: Página 12, Juan Pablo Cinelli, Diego Batlle, Otros Cines.

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