El personal del Hospital Provincial no se repone todavía del enorme impacto que significó en la noche del martes el ingreso con armas de cuatro hombres que pretendieron llevarse por la fuerza a Gabriel Lencina, un preso vinculado a una banda narco y condenado por tres homicidios que había ido a atenderse a la institución. Luego del fracaso en su plan y de un tiroteo en la Sala de Guardia, los sicarios ejecutaron a Leoncio Bermúdez, el policía que intentó frenarlos. Eso pasó en la vereda, cuando ellos escapaban. Y pocos segundos después, tal como quedó registrado en las cámaras de video de la cuadra, siguieron disparando contra el Destacamento policial.
Justo en ese instante una mujer con ambo naranja se arrodillaba al lado del herido para atenderlo. Era su compañera Emilia Covavechich, terapista, que en el mediodía del miércoles le cuenta a RedBoing lo dramático de la escena y cómo la vio ella en primera persona: “Estoy agotada emocionalmente por todo lo que pasó. Recién ahora uno empieza a dimensionar lo que pasó. Yo estoy en la terapia intermedia, ya había organizado la sala y solamente me faltaba organizar lo administrativo para el día siguiente. En ese momento escucho detonaciones y al principio no entendía qué pasaba. Empiezo a escuchar gritos y ruidos, el chico de seguridad que corría, salgo y veo tirado acá en el piso al compañero que trabajaba en el Destacamento”, dice.
Con lágrimas que empiezan a llenar sus ojos, la joven doctora recuerda: “Ahí lo primero que hago es acercarme y constatar cómo estaban sus pupilas, que es lo que uno tiene que hacer cuando hay una herida de arma de fuego en cráneo. Casi sin darme cuenta estaba como dando órdenes: traé una camilla, viendo tenía pulso, si había sangrado, pidiendo ayuda. Después se acerca otro de los policías y con mi compañero de la guardia lo entramos a la sala de schock. Ahí se suman todos, inclusive enfermeras a las que les habían imputado. Y no sabíamos qué podía pasar, si iban a volver los que habían disparado”.
Enseguida, Covacevich sigue con el relato de lo que pasó: “Cuando ya vimos lo habíamos estabilizado, dijimos de ir rápido al HECA. Ya sentíamos que posiblemente no iba a tener chance, pero había que dársela. Lo conocíamos porque trabajaba hace muchos años y siempre en el Destacamento, adonde estaba su hija de 11 años”.
Esa chiquita -se sabría luego- salvó su vida de milagro: su mamá tenía que pasar a buscarla por el Hospital, como habían organizado sus padres. Entonces acompañó a papá al trabajo por un rato y esperó en el Destacamento. Una de las cuatro balas atravesó completa la garita, pasó al lado suyo y le dio a una cajonera que tenía enfrente. Para Emilia es imposible hablar de esa parte de la escena, prefiere evitarla para no quebrarse.
“La situación era un caos, no sabíamos quiénes eran los que habían disparado, qué podía pasar. Ahí yo me voy al HECA con él, toda ensangrentada. Tratamos de reanimarlo y no salió. Por eso decidí volver, para ver cómo estaba todo acá, cómo estaban mis otros pacientes. Era como estar en una guerra. Nunca había tenido una experiencia así”, finaliza Covacevich en diálogo con RedBoing.
Ante la elocuencia de su testimonio, sobraban las palabras. Rosario, otra vez en una situación que parece copiada de una una serie de ficción, pero en la vida real. Como hace tiempo viene pasando en modo loop en una ciudad que ya se mal acostumbró a copar los zócalos de los canales porteños con homicidios de alto impacto, ahora con una banda narco que pretendió rescatar a los tiros a uno de los suyos invadiendo con sicarios uno de los hospitales más tradicionales de la ciudad. Y en ese contexto, para los trabajadores de la salud pública, estar en su trabajo anoche fue como estar en una guerra, pero a pocas cuadras de su casa.
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