
Tras su premiere mundial en la Competencia Oficial de la Mostra de Venecia y de haber conseguido seis nominaciones a los European Film Awards, tres a los Critics Choice y otras tres a los Globos de Oro (Película de Comedia, Actriz y Actor), llega a los cines argentinos esta remake de Save the Green Planet! (2003), del coreano Jang Joon-hwan, en la que Yorgos Lanthimos y Emma Stone volvieron a colaborar luego de las experiencias conjuntas en La favorita (2018), Pobres criaturas (2023) y Tipos de gentileza (2024). Además llegan “Dreams”, la argentina “Desbarrancada” y “Noche de paz, noche de horror”. Acá una selección de reviews para elegir que ir a ver al cine, porque el cine se ve en el cine.
“Bugonia”

Él es un loco que afirma haber probado todos los movimientos extremistas que han despuntado en los últimos años; ella es CEO de una gran compañía, que esa misma mañana está grabando (sin convicción alguna) una campaña de diversidad para su empresa. Así, empatizar con cualquiera de los dos personajes principales de Bugonia, la última película del misántropo Yorgos Lanthimos, resulta tarea imposible.
Bugonia retoma el argumento de Save the Green Planet!, una película del coreano Jang Joon-hwan que Ari Aster quiso volver a filmar para un mercado más global. Finalmente, Aster quedó como uno de los productores y, en cambio, hizo Eddington, una película que comparte con Lanthimos el retrato de nuestra época a partir de los extremismos y del fanatismo. Sin duda, el cine está elaborando cómo dar respuesta a estas cuestiones.
En Bugonia, esto está encarnado en el conspiranoico Teddy (Jesse Plemons), convencido de que el personaje de Michelle que interpreta Emma Stone es en verdad una suerte de reina alienígena que está en la Tierra para terminar con la humanidad. Es por esto que decide secuestrarla con la ayuda de su primo, encerrarla en un sótano y torturarla.
Si la película de Jang Joon-hwan era un cierto artilugio pop, aquí hay un tono entre la solemnidad, lo absurdo y la violencia frontal (hay algo, en este sentido, de aportación del cine coreano de este siglo). Lanthimos vuelve a terrenos que conoce: el retrato de clases sociales dispares, la creación de un universo propio y el trabajo sobre una cierta crueldad.
Emma Stone acompaña al director griego, como viene siendo habitual, en un papel que le va como anillo al dedo (rapada y pintada de blanco como si fuera una criatura de una película de Bong Joon-ho). Como sucede a menudo en el cine de Lanthimos, y como era el caso por ejemplo de Pobres criaturas, la gestación de ese mundo tan particular, pasa sobre todo por la caracterización de los personajes y los espacios. Aquí, además, se termina rozando un discurso en favor de las posturas más paranoicas.
VIOLETA KOVACSICS. Otros Cines.
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“Noche de paz, noche de horror”

Hay algo fascinante en ver renacer un slasher que cargaba décadas de secuelas desordenadas, desvíos tonales y mutaciones estéticas. La Noche de paz, noche de horror (Silent Night, Deadly Night )original nunca fue un tótem del género, era, en el mejor de los casos, un artefacto de choque ochentoso, más polémico que virtuoso. Por eso sorprende que su remake no solo reconozca ese linaje desprolijo, sino que lo enfrente con una lucidez inesperada, entendiendo que el público actual vive saturado de horrores más explícitos. Mike P. Nelson no intenta replicar la provocación original; la recompone, la filtra y le imprime una identidad propia.
Lo que distingue a esta versión es la manera en que utiliza su herencia como trampolín, no como ancla. En vez de aferrarse a la nostalgia o a la comedia involuntaria que caracterizó a algunas de las viejas secuelas, Nelson (V/H/S/85), toma la premisa —un Santa asesino nacido del trauma— y la vuelve contemporánea sin forzar gravedad. No se obsesiona con “profundizar” psicológicamente en su protagonista, sino con recontextualizar la figura: este Santa existe en un paisaje donde Terrifier y otros desbordes han vuelto la mutilación una rutina casi banal. Y aun así, la película encuentra forma de destacar: no sube la apuesta en explicitud, sino en tono, ritmo y carácter.
La historia sigue a Billy Chapman (Rohan Campbell), un joven que carga desde niño con un trauma indeleble. Una nochebuena, vio cómo sus padres eran asesinados por un hombre disfrazado de Santa Claus. Ese símbolo festivo, fracturado para siempre, lo acompaña como un recordatorio constante de aquello que se quebró en su interior. Ya adulto, intenta una vida silenciosa trabajando en una tienda de un pequeño pueblo; pero cuando la navidad vuelve a desplegar sus luces y su imaginería, también resurgen las sombras. Billy se hunde en un estado confuso entre memoria y pulsión, y termina calzándose el traje rojo para impartir su versión torcida de justicia.
Parte del encanto del film reside en la elección de Rohan Campbell, un actor que ya había dejado huella en Halloween Ends a pesar del caos que rodeaba aquella entrega. Campbell tiene esa intensidad capaz de transmitir culpa, fragilidad y amenaza sin sobreactuar. El libreto de Nelson explota esa dualidad para evitar que Billy sea simplemente un disfraz ensangrentado. En su mirada hay algo incómodo, casi tierno, que dialoga muy bien con la película cuando esta se permite un humor extraño, casi Venom-esco, donde lo siniestro y lo absurdo conviven sin anularse.
Noche de paz, noche de horror es, ante todo, divertida. A veces ridícula en el mejor sentido, juguetona, autoconsciente sin caer en la parodia. De pronto, sin previo aviso, introduce una torsión narrativa que no transforma la película por completo, pero sí la empuja hacia un registro emocional distinto. Ese pequeño quiebre —un cambio de tono cuidadosamente administrado— le otorga una vitalidad que no se percibe en la mayoría de los slashers navideños, donde la premisa suele agotarse en su propia repetición.
Nelson encuentra un equilibrio extraño entre el absurdo y la intención, entre la violencia festiva y la sensibilidad mínima que se filtra entre los huecos. Y es precisamente esa mezcla la que la hace destacar: la sensación de que alguien, detrás de todo el color rojo y las muertes creativas, está jugando con el relato de manera consciente, esquivando el reciclaje perezoso que abunda en el género.
El valor de esta versión no está en los sobresaltos, sino en cómo recupera a un Santa asesino que el tiempo había convertido en reliquia menor y lo devuelve con una vitalidad inesperada. Que una película pueda jugar con lo absurdo sin caer en la pereza creativa ya se siente como un pequeño regalo navideño.
RANNY VAZQUEZ. LA ESTATUILLA.
EN LOS CINCO COMPLEJOS.
“Desbarrancada”

“Desbarrancada” se sitúa en Argentina, 1977. Gina intenta concebir un hijo con su esposo Carlos, un empresario con vínculos turbios con el ejército, pero atraída por el cuidador de caballos, se entregará a un apasionado romance. Al descubrir que su amiga fue secuestrada busca ayuda en un capitán pero caerá en una trampa peligrosa. ¿Aceptará las reglas del juego o arriesgará todo para enfrentarse a la pesadilla y recuperar su libertad?
El elenco se completa con Francisco Andrade, Daniel Valenzuela, Nacho Gadano, Corina Romero, Mario Segade, Jorge Gentile, Elvira Onetto, Gilda Scarpetta, Federico Liss, Guillermo Enz, María Laura Maidana, Tomás Ledesma, Marta Igarza, Víctor Moya, Lola Coppen, Patricio Quevedo y Melisa Solari.
Desbarrancada fue seleccionada a la Selección oficial del 37º Festival de cine de Girona; 40º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (Competencia Argentina de Largometrajes); Selección oficial José Ignacio International Film Festival Uruguay. Intervino en la Selección oficial FIC Gibara, Cuba (Sección desarrollo) y Sundance (Laboratorio de Producción). Guadalupe Yepes ganó el New York Film & Cinematography Awards a la Mejor Directora.
Guionista, productora, directora y actriz, Guadalupe Yepes trabaja en la industria del entretenimiento desde hace más de treinta años. Actualmente está desarrollando contenido para los mercados de USA, Europa y LATAM. Ganó el prestigioso premio BBC en el mercado Ventana Sur, por la serie “Fugitivas”. Productora, directora y guionista del largometraje “Corte” y “Desbarrancada”. Sus películas ganaron premios internacionales, así como el apoyo de Kodak y Panavision.
Asimismo, tiene una carrera actoral en teatro, televisión y cine desde 1991 en Argentina y EE.UU., donde vivió veinte años. Algunos de sus créditos incluyen: serie de TV “El Marginal”, Netflix, “Poliladron” Prime Video, entre otras. Es miembro de la Academia Argentina de Artes y Ciencias Cinematográficas.
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“Dreams”

A Michel Franco le gusta regodearse en el dolor. Hacer del sufrimiento un tema y casi una manera de entender el cine y, por lo tanto, de la puesta en escena. Dreams: Sueños se presenta a partir de este principio cuando comienza con un camión en medio del desierto, de día y de noche, y desde el que se escuchan gritos y súplicas. Entendemos en seguida que adentro hay unos migrantes mexicanos a los que finalmente sacan violentamente de ahí. Entre ellos se encuentra el joven Fernando que, sediento y sin dinero en los bolsillos, consigue llegar a San Francisco.
Y aquí emerge la primera sorpresa: el chico llega a una casa de diseño en un barrio de la zona alta de la ciudad, agarra una llave que estaba escondida, abre la puerta y entra. ¿Cómo hemos pasado de un furgón clandestino en el desierto al lujo de San Francisco? La respuesta la da Jennifer McCarthy, el personaje interpretado por Jessica Chastain, la hija de una familia adinerada, que se ha encaprichado con el joven mexicano, al que dice amar y al que sin duda desea, pero con quien pretende mantener una relación sin que nadie de su entorno sepa nada. El conflicto es así múltiple: de clase, de raza y de género.
Podríamos hablar entonces de una película con una mirada interseccional, si no fuera porque a Franco le cuesta comprender que la perspectiva feminista e interseccional no pasa por el sadismo sino por el humanismo, no pasa por el castigo sino por los cuidados.
Hay momentos, eso sí, en los que Dreams: Sueños parece que puede salirse de la tendencia hacia el tremendismo del cine de Franco. Esos momentos pasan por el cuerpo: por las figuras deseantes de los personajes de Chastain y del actor Isaac Hernández, y sobre todo por la presencia de este último, un joven que pronto descubrimos que es bailarín y que es en la danza donde se encuentra a sí mismo, que sonríe, que se emociona.
Franco cuenta, además, con la complicidad de sus actores: de Hernández, cuya presencia es magnética, y de Chastain, que sabe permanecer a ratos en un segundo plano y que comprende que la sexualidad y el deseo son fundamentales para la construcción de la hiriente relación entre los protagonistas: si en algún momento se comprende que el vínculo entre ambos es sincero es mediante la puesta en escena del arrebato, del deseo carnal.
Es entonces, cuando el director está menos pendiente de la manipulación emocional y se deja llevar por los gestos, por la carne y por la expresión del cuerpo, que se dan algunos de los mejores momentos de su cine. Sin embargo, al final, Michel Franco no deja de ser fiel a sí mismo, borrando definitivamente la sonrisa de su personaje principal.
VIOLETA KOVACSICS. Otros Cines.
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Fuente: Otros Cines, La Estatuilla.
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