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Opinión

LA IRA DE LOS PRIVILEGIADOS

La gira de Bad Bunny “Debí tirar más fotos” se convirtió en un experimento social accidental (o no).

Bad Bunny en su gira “Debí tirar más fotos”

El pasado Noviembre, el artista puertorriqueño inició por Latinoamérica, la gira que lleva el nombre de su último lanzamiento.

Lo que debió ser simplemente una experiencia musical y artística, se convirtió rápidamente en un ensayo sociológico. Cuando salieron a la venta las entradas, en el plano del estadio de cada una de las locaciones, se graficaba el escenario y los diferentes sectores, con colores y precios. Lógicamente, las ubicaciones más cercanas al artista, con los precios más altos.

Los sectores y precios del estadio

La sorpresa que desató una bataola de críticas en redes, fue que al llegar al estadio, había dos escenarios. El que todos esperaban y el que nadie se imaginaba: la famosa casita de Bad Bunny en el extremo opuesto (técnicamente, de cara al sector más económico). Locación que el artista usó durante el show para un momento más íntimo, en el que incluso, recibió visitas de colegas, famosos, influencers y fanáticos.

“La Casita” sacada de la vida real y elevada a ícono visual del concepto del álbum está inspirada en una vivienda existente en Humacao, en la costa oriental de Puerto Rico, país natal del conejo malo.

Bad Bunny junto a “La Casita”

La escenografía, inspirada en Levittown, reinterpreta en clave escénica la primera urbanización de posguerra planificada para veteranos de la Segunda Guerra Mundial en la isla. Con la colorimetría en un rol protagónico, muros rosa pastel cálido contrastan con marcos y cornisas en amarillo saturado, creando un diálogo visual que remite tanto a la tradición tropical como a la gráfica urbana moderna.

El toque final y característico lo dan las sillas y mesas de plástico, un ícono absoluto latino y caribeño

La aparición de “La casita” en el sector “low cost” del estadio, lejos de ser una semblanza romántica y cultural de arraigo a las raíces desató un sinfín de críticas. La indignación por la coincidencia no tardó en llegar, porque quienes pagaron tickets más baratos, tendrían la posibilidad de ver de cerca a Bad Bunny, un privilegio que sólo debería haber quedado reservado para los “pudientes”. El problema no fue que el sector caro haya quedado lejos de “La Casita”, sino que quienes pagaron poco, hayan quedado cerca.

Opinión del público mediante X

Zygmunt Bauman, en su libro “Vida de Consumo” afirmó que no compramos cosas, compramos identidades. Cuando la democratización del acceso amenaza, lo que muere es la identidad y se sufre despersonalización por ausencia de segregación.

…El privilegio se basa en la exclusión, cuando nadie queda por fuera, ya no interesa pertenecer…

Quienes pagaron sumas exorbitantes por boletos VIP, con la promesa tácita de la experiencia exclusiva y privilegiada, se dieron de bruces con una realidad que atentaba contra su seguridad de acceso restrictivo: y es que el artista permitió que aquellos que pagaron boletos más económicos en gradas lejanas, gozaran de pronto de una visión directa e irrestricta del ídolo.

Las reacciones iniciales escalaron a ira e indignación, con amenazas de demandas colectivas por publicidad engañosa que no exigía como resarcimiento el reembolso de lo pagado, sino la extirpación de “La Casita” y con ella, la chance de que quienes pagaron menos, tengan una experiencia superior.

La felicidad se tornó posicional. No importó el artista, no importó la experiencia, sólo importó mantener las diferencias. La ira de los privilegiados, tal cual lo nominó el sociólogo francés Pierre Bourdieu, en su libro “La Distinción. Criterio y Bases Sociales del Gusto”, como un campo de batalla para las clases sociales.

 

Opinión del público mediante X

El gusto clasifica, y clasifica al clasificador. Pero si quien asume un estatus precario lo ve amenazado por el “acortamiento” de la distancia social, desnuda una paradoja vergorzante y esencial del ser humano, quien no proyecta la ira hacia arriba, en contra de los sistemas que consolidan desigualdades estructurales, sino hacia los costados o incluso contra grupos ligeramente más vulnerables.

De pronto, los estadios se convirtieron en una jungla de concreto en la que la supervivencia del más apto pareciera estar atada al límite de la tarjeta de crédito.

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