
“Avatar: Fire and Ash”

En el lapso de 14 años, entre las décadas de 1980 y 1990, James Cameron dirigió 6 notables películas como Terminator (1984), Alien 2: El regreso (1986), El abismo (1989), Terminator 2: Juicio final (1991), Mentiras verdaderas (1994) y Titanic (1997). Si hubiera seguido con ese ritmo y promedio de producción (un film cada dos o tres años) hoy tendría por lo menos 12 largometrajes más. Sin embargo, desde aquella reconstrucción del hundimiento del transatlántico con Leonardo DiCaprio y Kate Winslet como amantes solo rodó Avatar (2009), que recaudó 2.924 millones de dólares; y Avatar: El camino del agua (2022), que tuvo ingresos de “solo” 2.343 millones. Es decir, con la flamante Avatar: Fuego y cenizas suma apenas tres títulos en los últimos 28 años. Además, ya tiene confirmadas Avatar 4 para 2029 y Avatar 5 para 2031 (en varias entrevistas aseguró que también tiene ideas para Avatar 6 y Avatar 7). No hay que ser entonces un genio de la deducción para sacar la conclusión de que ya no veremos de este brillante realizador de 71 años más que otras entregas de esta saga.
Esta tercera entrega (Fuego y cenizas) retoma desde el inicio cuestiones como el trauma y el duelo en el seno de la familia Sully de Jake (Sam Worthington) y Neytiri (Zoe Saldaña) tras la muerte del hijo mayor Neteyam (un Jamie Flatters que regresará en una dimensión espiritual) y que tiene a su hermano Lo’ak (Britain Dalton) dominado y carcomido por la culpa.
Las amenazas provendrán sobre todo de la alianza entre Varang (Oona Chaplin), lideresa de los despiadados Mangkwan, también conocido como el Pueblo de las Cenizas, y el Quaritch de Stephen Lang, que pondrán en peligro la subsistencia ya no solo del acuático clan Metkayina sino de todo el ecosistema y del destino de Pandora.
Es en este terreno donde esta película en particular y la imaginería general de Cameron se vuelve cada vez más obvia, recargada, solemne y ramplona. Es cierto que las especies marinas (incluidas las muy inteligentes ballenas llamadas Tulkun) son muy atractivas, pero hay una impronta entre new age, ecologista, pacifista, humanista y existencialista que se torna demasiado didáctica y con moralejas no precisamente sutiles.
Una vez que se transita (soporta) la primera de las tres horas, la cosa funciona cada vez mejor. Cuando Cameron y sus coguionistas se despojan de la tentaciones discursivas (aleccionadoras), la película se permite jugar por momentos al (neo)western e incursionar con destreza en el cine de aventuras y el género bélico.
Entre las dos apuntadas fuerzas en tensión (la liderada por Jake y la antagónica conformada por el tándem Varang-Quaritch) ganan protagonismo los personajes de la joven heroína Kiri (hija adoptiva interpretada por, sí, una tal Sigourney Weaver) y Spider (Jack Champion), un muchacho que vive con la familia Sully, cuyo origen es mejor no revelar y será buscado de manera intensa y obstinada por los humanos.
Es cierto que el espectáculo visual y sonoro es por momentos embriagador. También, que la técnica de captura de movimiento ha mejora de forma ostensible entre 2009 y 2025, por lo que hay mucha mayor riqueza en los detalles, más matices, mayor fluidez, sutileza y elegancia en los movimientos y la gestualidad. Pero -quedó dicho- buena parte de lo mucho que se ha ganado en el terreno formal se pierde en un entramado dramático que cuesta bastante paciencia sobrellevar. Por suerte, en su segunda y aún más en su tercera hora, Fuego y cenizas ofrece varias de las recompensas que el público anhelaba. Es allí donde aparece el mejor Cameron, ese narrador potente que saber qué contar y a qué herramientas apelar para hacerlo de la mejor manera.
OTROS CINES. DIEGO BATLLE.
En todos los complejos.
“Madame Violet”

El concepto de república puede aparecer en la constitución de un país pero no es algo que necesariamente esté impregnado en la mentalidad de un pueblo. Y ese recorrido, de algún modo, es el que se cuenta en Madame Violet, un film centrado en las experiencias de una maestra rural francesa a fines del siglo XIX, cuando se implementó en ese país la educación obligatoria y gratuita. Lo cierto es que las noticias viajaban entonces de modo lento y las tradiciones no cambiaban de la noche a la mañana, por lo que la experiencia de Louise Violet (Alexandra Lamy), la mujer asignada con la dura tarea de viajar a un pueblito de provincia a montar una escuela, no fue nada fácil. Allí la prioridad era trabajar y cualquier persona «de afuera» y con «ideas raras» era mirada con desconfianza. No será sencillo para Louise establecerse allí, como no son sencillos los cambios culturales en ningún lugar del mundo.
Louise tiene un pasado complicada del que no habla pero, queda claro en la primera escena, es el que la lleva a no poder rechazar esa oferta laboral. Al llegar al pueblo queda claro que las cosas no pintan bien: es ignorada, rechazada, nadie la saluda ni parece notar su presencia. Es solo el alcalde del pueblo, Joseph (Grégory Gadebois), el que le dirige la palabra, parece saber quién es y qué hace allí. En un galpón abandonado la mujer vivirá, montará su escuelita, pero se dará cuenta que nadie planea enviar a sus hijos a ella. La ley será lo que será, pero en el pueblo siguen con sus vidas. Y ese arduo trabajo de convencer sin antagonizar será el que ocupe a Louise durante parte del film.
Madame Violet se ocupará en su primer acto de los esfuerzos de la maestra por montar su escuela. Y eso, que en un punto parece más o menos resuelto, será solo el comienzo de otra serie de problemas, ligados a su relación con varias personas del lugar, incluyendo al enamoradizo y un tanto polémico alcalde, además de otros que siguen cuestionando su presencia. A todo esto se sumará que el pasado de Louise saldrá a la luz generando otra potencial zona de conflicto entre la educada mujer parisina y la gente del pueblo en el que ahora vive y trabaja.
Por momentos el film funciona como un simple y educativo cuento familiar acerca de la importancia de la educación pero también uno que celebra el trabajo colectivo y el sacrificio familiar. Hay un intento deliberado de Éric Besnard de entender, en la mejor tradición renoiriana, a todos sus personajes, aún los más complicados y tercos. El realizador de Las cosas simples, un tipo bastante tradicionalista por la clase de films que dirige y escribe, acomoda su cuento a los parámetros esperables para un relato de este tipo, yendo y viniendo entre la novela histórica y el drama con moraleja ad hoc. Y por momentos la película corre el riesgo de volverse tediosa por su elegante corrección.
En la segunda mitad el film mejora, se abre a zonas más complicadas, tanto personales como políticas, en tanto el pasado de la tal Madame Violet va saliendo a la luz. Allí entran a jugar otros elementos que conectan al film con ideas y conflictos sociales y políticos que se mantienen hasta hoy. Allí, Besnard complejiza un poco su relato y, aún sin salirse de las normas formales y académicas de este algo anticuado cuentito, permite que su película refleje una serie de ideas sobre la educación, el trabajo, la empatía, la solidaridad y el dolor humano.
DIEGO LERER. Micropsia.
En Cines del Centro.
“Sex”

La primera parte de esta trilogía de origen noruego –cuyo formato ya fue comentado aquí— pone el acento en las consecuencias explosivas que tienen, para dos colegas que trabajan limpiando chimeneas por los techos de Oslo, la mutua revelación de algunos actos o deseos sexuales que los descolocan tanto en lo emocional como en cuestiones más concretas. Mientras Dreams –ganadora del Oso de Oro de Berlín– es un ambicioso trabajo estructurado de una forma compleja, Sex es un film más sencillo y directo desde lo narrativo, aunque igualmente intrigante desde lo temático.
Thorbjørn Harr encarna a quien, a falta de nombre, llamaremos «bigote». Todo arranca cuando le cuenta a Jan Gunnar Røise, su amigo y subordinado en la empresa de deshollinadores para la que trabajan, de un extraño sueño que tuvo en el que alguien parecido a David Bowie lo miraba con atención, haciéndolo sentir como si fuera una mujer bella, sueño que lo dejó un tanto confundido. Su amigo levanta la apuesta y le cuenta algo más concreto: al terminar de trabajar el día anterior tuvo una relación sexual con un hombre, un cliente, algo que no había hecho jamás en su vida. Le dice que no es gay y que el asunto no pasa por eso. Lo que los une a ambos es –o parece ser– la atención que esas figuras, reales o imaginadas, les prestan: los miran con deseo, sin pedirles nada a cambio.
La escena de 15 minutos que abre la película disparará lo que sigue, que funcionará en buena medida como dos historias paralelas. Por un lado, «bigote» empieza a sentir un cambio en su voz, una rara picazón en el cuerpo, mientras conversa con su hijo que está llegando a la adolescencia y atravesando también algunas raras sensaciones personales. Ambos ven a médicos por sus respectivos problemas, lidian con algunas situaciones enrarecidas y en algún momento hablarán con la mujer del trío (la esposa de uno y madre del otro) para plantearles sus conflictos, todo en el contexto de una actuación de un coro religioso del que todos son parte.
El costado religioso es un ángulo a tener en cuenta –ser católicos en Oslo, dicen, es algo que la gente oculta más que sus elecciones sexuales–, ya que allí también coincide con su amigo y subordinado laboral. Este buen hombre la tiene más complicada, ya que quiso ser honesto con su mujer y le contó del encuentro sexual que tuvo con un hombre y la mujer no lo tomó para nada bien. Y en esas idas y vueltas del shock que produjo esa información se manejarán ambos, intentando ver si pueden salvar a un matrimonio tras una revelación de ese tipo, una que en principio parece haber afectado más a ella que a él, que la desmerece inicialmente como algo puramente ocasional y sin consecuencias.
Los protagonistas de Haugerud hablan de sus sensaciones y sentimientos de una forma llamativamente honesta y sensible, de un modo que puede resultar inusual para los espectadores. Es que ni ellos entienden bien qué es lo que les pasa y tratan de encontrar maneras de lidiar con eso. ¿Será, como plantean quienes los escuchan, solo una crisis de la mediana edad que los afecta a ambos en paralelo? ¿Hay algo de reconocerse en esa masculinidad frágil que los ocupa y quizás preocupa? ¿Y qué se supone que deben hacer respecto a esas nuevas sensaciones?.
Sex no intenta encontrar respuestas sino abrir esas paralelas problemáticas a más y más preguntas. Y Haugerud deja que eso se mezcle de maneras que por momentos son efectivas, en otros un tanto repetitivas y en los menos, más bien inexplicables. Hay una conexión entre ambos amigos que no dispara, necesariamente, hacia tener una relación entre ellos, sino que los pone codo a codo ante una serie de emociones que no están acostumbrados a tener. Quizás esta sensación tan placentera de «sentirse deseados» tenga que ver con ese hoy cuestionado lugar de la masculinidad clásica, que ha generado que muchos hombres no sepan muy bien qué lugar ocupan en el mundo ni cómo actuar al respecto. Sobre eso investiga esta curiosa y sensible película noruega. Las dos siguientes intentarán completar el cuadro.
DIEGO LERER. Micropsia.
En los Cines del Centro.
Fuente: Micropsia. Otros Cines.
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