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Todo Show

Llegan varios tanques con nominaciones al Óscar a los cines rosarinos

El director de Fuego contra fuego, El informante, Ali, Colateral y Enemigos públicos se acerca a la figura de Enzo Ferrari en una biopic que parece más interesada en cuestiones comerciales que deportivas.

También llega el director de Citizen Ruth (1996), La elección (1999), Las confesiones del Sr. Schmidt (2002), Entre copas (2004), Los descendientes (2011), Nebraska (2013) y Pequeña gran vida (2017) presentó en festivales como Telluride, Toronto, Londres, Marrakech, Tesalónica y Torino esta notable tragicomedia que luego obtuvo cinco nominaciones a los premios Oscar en las categorías de Mejor Película, Mejor Actor (Paul Giamatti), Mejor Actriz de Reparto (Da’Vine Joy Randolph), Mejor Guion Original (David Hemingson) y Mejor Edición (David Tent).

El mejor Wenders está de regreso con una bella y sensible histora rodada en Japón y es motivo de celebración cinéfila. El film ganó el premio a Mejor Actor (Koji Yakusho) en el Festival de Cannes 2023 y es uno de los cinco nominados en la categoría de Mejor Película Internacional. Tras su paso por las salas, estará disponible en la plataforma de streaming MUBI.

Se suman “Mavka la guardiana del bosque” y Blitz Bazawule, director de origen ghanés de The Burial of Kojo (2018) y Black is King (2020), llega con una reversión de “El Color Púrpura”, y filmó una impecable pero al mismo tiempo obvia y ampulosa versión del musical de Broadway que tiene múltiples elementos en común con la recordada película de Steven Spielberg, que también estaba basada en la novela original de Alice Walker. Aquí una selección de reviews para elegir que ir a ver al cine. Porque el cine se ve en el cine.

“Los que se quedan”

El octavo largometraje de Alexander Payne es tan simple y transparente en su estructura como conmovedor en sus resonancias. Una comedia graciosísima, a veces amarga y otras (muy) negra, pero siempre dueña de un humanismo innegociable y de una proverbial capacidad para, aun esquivando los lugares más comunes del subgénero navideño, encuadrarse con orgullo en esa larga tradición de películas de descubrimiento y revelaciones en vísperas a la llegada de Papá Noel iniciada por Frank Capra en ¡Qué bello es vivir!

No es casual que esa sea –en palabras de Payne ante la prensa internacional invitada a la vigésima edición del Festival Internacional de Cine de Marrakech, donde Los que se quedan tuvo una proyección en el marco de la sección Galas– una de las películas que revisita anualmente para estas épocas. Es, pues, un ritual de encuentro consigo mismo y, por qué no, con el cine que lo hizo ser quien es.

Ese deseo de vincular la película con sus gustos y educación audiovisual (Payne nació en 1961) es una de las razones que explican que la acción propuesta por el guion de David Hemingson, quien lo concibió originalmente como un piloto televisivo, transcurra a comienzos de la década de 1970. La otra es más simple: en ese entonces todavía era relativamente común que los colegios secundarios de alta alcurnia fuesen exclusivos para hombres.

En una de esas instituciones da clases de una materia sobre historia griega el profesor Paul Hunham (Paul Giamatti), un hombre solitario, cascarrabias, intransigente, explosivo, irascible y no muy adepto a la pedagogía a la hora de aproximarse a sus alumnos, a quienes en una de las primeras escenas les devuelve exámenes con calificaciones pésimas justo antes del parate navideño que llevará a todos ellos a sus casas. Mejor dicho, no a todos, puesto que a Angus (el debutante Dominic Sessa, en lo que debería ser el primer paso de una carrera enorme) la madre le cancela la escapada a un centro de esquí cuando ya tenía la valija armada, alegando que prefiere tomarse el receso junto a su flamante pareja (el padre de Angus murió hace no demasiado), un tipo adinerado al que el adolescente no quiere ver ni en figuritas.

Había un profesor asignado para quedarse en el colegio como tutor de quienes permanecieran allí, pero el invento de una excusa familiar obliga al director a recurrir a Paul para pasar diez días a cargo de ese chico rebelde, aunque frágil, y con la compañía de Mary Lamb (Da’Vine Joy Randolph), la amable y taciturna cocinera del lugar, una mujer afroamericana de vida dura que lidia como puede con la muerte de su hijo en la Guerra de Vietnam. Un más que improbable terceto como base para una película con ecos de El club de los cinco que demuestra que la soledad, el duelo y la disfuncionalidad pueden ser tópicos centrales de una comedia de notable factura humorística a la vez que hecha con una sensibilidad enorme.

Payne es, junto a Ira Sachs, probablemente el más europeo de los realizadores norteamericanos, uno de los que mejor entiende la sintonía y el universo íntimo (sus limitaciones y traumas, pero también el potencial) de sus personajes. O, si no lo entiende, se limita a descubrirlos junto al espectador. A lo largo de esas jornadas, entre cenas navideñas, actos de indisciplina de Angus, una camaradería forzada que va dando pie a otra más genuina y una inolvidable entrega de regalos por parte de Paul, Los que se quedan va sumando capas de emotividad cortesía de una creciente empatía hacia esas criaturas perfectamente imperfectas.

Son ellas quienes irán descubriendo –tal como ocurría en Entre copas, la hasta ahora mejor película de Payne y nada casualmente con la que más dialoga ésta– que la vida puede estar hecha de pequeños momentos tan plácidos como entrañables, que lo más cercano a la felicidad puede ser compartir un anodino programa de televisión sobre parejas. Ocurre especialmente con el profesor a cargo del brillante y ultra bizco –un motivo cómico que no por reiterado pierde su eficacia en más de horas de metraje– Giamatti, uno de esos actores infalibles, de prestancia y entrega absolutas que, sin embargo, nunca va a ganar premios importantes ni estar en boca de todos, pero que encuentra en la dirección actoral de Payne y el ajustado guion de Hemingson los mejores canalizadores de su talento. ¿Ha nacido un nuevo clásico navideño?

Ezequiel Boetti.

Showcase, Hoyts, Cinépolis.

 

“El Color Púrpura”

Hace una semana se estrenó en los cines argentinos Chicas pesadas, film inspirado en un musical que a su vez estaba basado en la película homónima de 2004. El mismo recorrido tuvo esta El color púrpura modelo 2024, que tiene como referencia principal la obra presentada entre 2005 y 2008 y entre 2015 y 2017 en Broadway, el largometraje estrenado por Steven Spielberg en 1985 y en este caso habría que sumarle la novela original de 1982 publicada por Alice Walker.

Blitz Bazawule, director que venía de trabajar con Beyoncé en Black is King, apela al manual del musical tan vistoso como ampuloso, tan épico como obvio, tan profesional como maniqueo y el resultado, sin ser del todo frustrante, tampoco deja demasiado motivos para la celebración exultante. En este sentido, y sin caer en una mirada cínica o conservadora, considero que la corrección política y el hecho de que entre los productores figuren Spielberg, Oprah Winfrey y Quincy Jones (los tres ligados al film original de 1985) puede haber “impulsado” críticas mucho más elogiosas de lo que en verdad el resultado artístico merece.

“Eres negra, pobre, fea y mujer… Debí dejarte bajo mi zapato como la cucaracha que eres”, le dice Mister (Colman Domingo) a Celie (Fantasia Barrino, en el mismo papel que hiciera Whoopi Goldberg), una joven a la que le han robado los hijos y la han obligado a casarse con este monstruo que abusa de ella en todo los sentidos imaginables.

Y Celie será una de las víctimas del machismo y el racismo imperante en esta épica protofeminista con aire de culebrón sobre mujeres que se van uniendo y desafiando los prejuicios, estigmas y mandatos de la época (la historia está ambientada en la Georgia rural entre 1909 y 1947). Y, aunque con menos despliegue que la protagonista, también aparecen en personajes importantes desde su hermana Nettie (Ciara) hasta Shug (Taraji P. Henson), pasando por Sofia (Danielle Brooks en el mismo personaje de Oprah Winfrey) y Squeak (Gabriella Wilson, más conocida por su nombre artístico de H.E.R.). Y entre los aporttes masculinos (varios de ellos miserables y despreciables) figuran no solo el mencionado Domingo (nominado este año por Rustin) sino también Corey Hawkins, David Alan Grier, Deon Cole, Jon Batiste y el mítico Louis Gossett Jr.

Los números musicales que abundan durante las algo más de dos horas netas de la película se lucen más cuando son a ritmo de gospel, blues y R&B y no tanto cuando los arreglos son más pop, pero en líneas generales son vistosos y eficaces, dos adjetivos que pueden extenderse al resto de una película concebida con indudable profesionalismo, pero que en varios pasajes luce demasiado subrayada, recargada, torpe, solemne y manipuladora, como si la importancia de las problemáticas que aborda no le permitiera soltarse, arriesgarse y liberarse del todo.

Diego Batlle.

En el Showcase.

 

“Ferrari”

En el mismo inicio de la 80ª edición de la Muestra Internacional de Arte Cinematográfica de la Biennale de Venecia se notó el impacto de la huelga que atraviesa la industria en Hollywood. La película de apertura finalmente no fue Desafiantes / Challengers, la última obra de Luca Guadagnino, sino que el honor fue para la muy gruesa Comandante, del también italiano Edoardo de Angelis. Más allá de los bienintencionados paralelismos respecto de la actual crisis causada por el cambio de las políticas migratorias en Italia (y de la tribunera e implícita afirmación de que la “italianidad vence al fascismo”), interesa pensar en cómo tras la Segunda Guerra Mundial, se creó (o re-creó) una nueva identidad.

Esas marcas, el imaginario construido (proceso al cual, claro está, los Estados Unidos no resultan para nada ajenos), conservan presencia y actualidad hasta nuestros días. Así, la traspolación a la pantalla grande del libro Enzo Ferrari: The Man, The Cars, The Races, The Machine, de Brock Yates, por parte de Michael Mann no puede eludir en modo alguno el impacto de ese relato. Si en la película de apertura la “historia real” partía del comandante de un submarino italiano que, tras hundir un barco de bandera belga, se arriesgaba a rescatar a todos los sobrevivientes en plena Segunda Guerra Mundial, en Ferrari la acción se centra en 1957. Los efectos de la Gran Guerra todavía están muy presentes y Enzo Ferrari debe lidiar con sus asuntos familiares, la inminente bancarrota de su empresa y, por supuesto, las carreras.

Pese a los términos a los que alude la novela original (el hombre, los autos, las carreras, etc.), al director de Fuego contra fuego, Colateral y Miami Vice, muy a tono con lo que parece ser una cierta tendencia en el cine de Hollywood en estos tiempos, parece interesarle más la empresa, la compañía y la marca Ferrari que aquellos elementos. Está claro desde el inicio que la deriva vital de don Enzo se encuentra atravesada por la muerte y también se afirma, se subraya y se reitera (aunque ello no quede tan claro de la representación efectuada) que lo que lo mueve no es el dinero, sino las carreras. Sin embargo, hay una contradicción intrínseca que lastra la posibilidad de cercanía y empatía que pueda generar el muy maquillado Adam Driver en la piel de Enzo Ferrari. Su pretendido motor vital tiene que ver con los autos, con las carreras, con la velocidad, pero la película pone más el foco en las intrigas y jugadas empresariales para salvar a la firma; los momentos (no tantos) de carrera sólo prestan verdadera atención a los accidentes. No estamos ante una película deportiva, claro está, pero no deja de llamar la atención que en una película sobre Ferrari ocupen casi más espacio los abogados, bancos y contadores que las pistas.

Sin adelantar nada de la trama (por más conocido que sean muchos de los tópicos referidos, nunca se sabe qué conoce cada uno… ni cuánto puede enojarse con un supuesto spoiler…), también merece destacarse la superficialidad que se acerca a la machietta de toda la zona de la película que alude a la relación de Enzo con su mujer, Laura (interpretada por Penélope Cruz). Si alguna vez hubo amor, lo que queda es algo más parecido a una sociedad comercial. Con algo de códigos, eso sí. Una representación mucho más cercana al American Way of Life que a la italianidad que intenta recrearse con gritos y omnipresencia de “la mamma”. Es posible que la mirada del extranjero sobre las relaciones familiares incida para acentuar esa falta de profundidad y carnadura, esa chabacanería lindante con el lugar común. Y son esos los momentos en lo que aquello que uno sobreentiende, perdona u olvida en una película que funciona (como lo es el hecho de que la acción suceda en Italia y todos los italianos hablen en inglés, eso sí, “con acento”) se hace más evidente, nos hace ruido y nos expulsa.

Algo aburridos, nos despertamos un poco y prestamos atención a las menciones a Juan Manuel Fangio y nos entusiasmamos un poco con la participación en las Mil Millas (quizás, se nos dice, una manera de salvar a la empresa). Hay, sí, un momento de impacto, una escena que nos maravilla tanto como nos intriga. Es la de un accidente narrado con tanta maestría como excesivo detalle. Un elemento de shock (que incluye no poco gore) que parece importado de otro film. Un momento inolvidable que reafirma la falta de rumbo de una película paradójicamente sin sangre, a la deriva.

Fernando E. Juan Lima.

Showcase, Cinépolis, Hoyts.

 

“Días perfectos”

Wim Wenders, referente del Nuevo Cine Alemán de los años ’70 y ’80, marcó a varias generaciones cinéfilas, pero desde hacía mucho (demasiado) tiempo que no hacía una muy buena película de ficción (le fue algo mejor con los documentales). Está claro que Días perfectos no alcanzará la importancia en la historia del cine que sí tienen Las alas del deseo o París, Texas, pero significó su regreso a la máxima competencia de Cannes con un film realmente logrado, luego de haber sido seleccionado por “portación de apellido” con engendros como Palermo Shooting.

Wenders estuvo desde siempre muy ligado a Japón (Tokyo-Ga es de 1985 y Notebooks on Cities and Clothes, de 1989), así como le ocurrió a tantos otros directores germanos, desde Doris Dörrie hasta Werner Herzog, que también filmaron allí. Y WW lo hace ahora con la historia de Hirayama, un hombre maduro y solitario que se dedica a limpiar los baños públicos de Tokio. No se trata del trabajo más apasionante del planeta, pero él lo hace con esmero, eficacia y dedicación (cabe aclararar que los baños japoneses no son como los nuestros ni los usuarios tan descuidados como en Argentina).

Hirayama tiene una rutina que por momentos asemeja Días perfectos a Hechizo del tiempo / Groundhog Day, ya que hace siempre lo mismo: afeitarse, regar las plantas, comprar una gaseosa en una máquina expendedora, iniciar con su camioneta el recorrido por los baños hasta dejarlos inmaculados, ir a una casa de baños, andar en bicicleta, observar con fascinación la torre Skytree, concurrir a los mismos bares y restaurantes, leer un rato a William Faulkner o a Patricia Highsmith y acostarse. Hirayama casi no habla (hasta determinado momentos nos preguntamos si no será mudo) y tiene un patético e irresponsable empleado a su cargo, Takashi (Tokio Emoto), al que le tendrá infinita paciencia.

Y después sí surgirán unos (mínimos) conflictos dramáticos con la aparición primero de su sobrina Niko (Arisa Nakano) y luego de su hermana de clase alta Keiko (Yumi Aso). Hirayama es un tipo “analógico”, que parece vivir fuera de época: no sabe qué es un iPhone, escucha clásicos de Lou Reed, The Kinks, Patti Smith, Otis Redding y Van Morrison en cassettes (armé la playlist que comparto aquí debajo), saca fotos en blanco y negro en un parque, revela los rollos y archiva las copias…

Sustentada en una precisa puesta en escena sin ostentaciones (recordemos que Wenders es un admirador confeso del estilo austero de Yasujiro Ozu) y en una extraordinaria actuación (minimalista y al mismo llena de matices) de Koji Yakusho (habitual intérprete de los films de Kiyoshi Kurosawa), Días perfectos -que tiene algo también de Paterson, de Jim Jarmusch- exalta formas sencillas de buscar y encontrar la felicidad.

Algunos podrán pensar en cierto conformismo algo conservador, pero Hirayama conserva incluso con un trabajo que genera reacciones prejuiciosas y despectivas una dignidad, nobleza y bondad infrecuentes en este mundo cínico y violento. El mejor Wenders está de vuelta y es un regreso para celebrar.

Diego Batlle.

En el Showcase.

 

“Baghead Habla Con Los Muertos”

Tras la muerte de su padre (Peter Mullan),Iris (Freya Allan) descubre que ha heredado un antiguo bar en ruinas. Viaja a Berlín para identificar el cuerpo de su padre y reunirse con el abogado (Ned Dennehy) para hablar sobre su herencia. Lo que ella no sabe es que,cuando firme las escrituras,quedará ligada a una entidad indescriptible que habita en el sótano del bar: Baghead,una criatura que cambia de forma y puede tomar la forma de cualquier persona que haya muerto. Dos mil dólares en efectivo por dos minutos con la criatura es todo lo que necesita la gente para hablar con sus seres queridos y calmar su dolor. Neil (Jeremy Irvine),quien ha perdido a su esposa,es el primer cliente de Iris. Al igual que lo hizo su padre,Iris se siente tentada a explotar los poderes de la criatura ayudando a personas desesperadas por algo de dinero. Pero pronto descubre que romper la regla de los dos minutos puede tener consecuencias aterradoras.

Showcase, Hoyts y Cinépolis.

 

“Mavka Guardiana del Bosque”

Mavka, un alma del bosque, se enfrenta a la elección imposible entre el amor y su deber como guardiana cuando se enamora de un humano. Más allá de las altas Montañas Negras se extiende un reino poblado por criaturas fantásticas. Mavka, la guardiana de este bosque encantado, tiene como misión principal proteger el bosque de cualquier agresión o intrusión, incluso por parte de los humanos. La aventura empieza cuando Mavka conoce a Lucas, un joven amante de la música perdido en las montañas, y se enamoran. En contra de todas las reglas, Mavka y Lucas emprenden una historia de amor sin tener en cuenta las consecuencias que recaerán sobre el reino. ¿Podrá Mavka salvar el bosque?

En Showcase y Hoyts.

Fuente: Otros Cines, Cinépolis, Hoyts.

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