Dólar

Dólar Oficial:$864.5 / $904.5
Dólar Blue:$1060 / $1080
Dólar Bolsa:$1049.2 / $1050.9
Dólar Contado con liquidación:$1086.3 / $1087.4
Dólar Mayorista:$882 / $885
Todo Show
POR SERGIO GÓMEZ QUINTANA

“No way home” la nueva del Hombre Araña promete ser lo más taquillero del año y encabeza los estrenos

 

Los estrenos son variados, pero “Sin Camino A Casa”, la tercera y nueva entrega del “Hombre Araña” en manos de Tom Holland se lleva todo, las miradas, la taquilla y los comentarios. Cines llenos y récords de recaudación para la pandemia preceden al blockbuster de la gran fábrica Marvel. Además lo nuevo de Ana Katz y una francesa.

 

“Spiderman: Sin Camino a Casa”

 

 

El regreso de Tom Holland como el Hombre Araña con todo lo que ya viste en los trailers y más, no vamos a poner nada más que la sinopsis oficial porque sino hay que llenar de vaguedades y pavadas para evitar los spoilers. Y sin spoilers es imposible hacer un comentario real de la película. Así que: ANDÁ A VERLA AL CINE. Para este escriba de cine y otras yerbas es un 10 (DIEZ).

 

Dicho esto:

Después de que Mysterio desvelara la identidad de Spider-Man a todo el mundo en Lejos de casa, Peter Parker (Tom Holland), desesperado por volver a la normalidad y recuperar su anterior vida, pide ayuda a Doctor Strange para enmendar tal acción. El Hechicero Supremo de Marvel accede a ayudar al joven Hombre Araña, sin embargo, algo sale mal y el multiverso se convierte en la mayor amenaza hasta el momento.

Eso es todo, de nuevo: ANDÁ AL CINE.

Está en todas la salas.

 

 

 

“El perro que no calla”

 

 

Sobre el final de El perro que no calla, una enfermedad respiratoria invade este particular universo creado por la realizadora Ana Katz, obligando a sus protagonistas a moverse en cuclillas –el virus circula a una altura superior a 1,2 metros del piso– o de pie y cubiertos con cascos transparentes conectados a una mascarilla de oxígeno. Cascos caros, solo accesibles para quienes dispongan del dinero para comprarlo y con los que resulta difícil hablar y escucharse. Es tentador, casi inevitable, pensar ese giro argumental del guion coescrito por Katz y Gonzalo Delgado como consecuencia de una época que nos ha acostumbrado a escenas a priori inimaginables en el mundo moderno, con los barbijos, alcoholes y demás enseres como estrellas del último año y medio. Pero El perro que no calla fue escrita antes de marzo de 2020, por lo que esa hipótesis queda desterrada. Tampoco es que Katz tenga una bola mágica para anticipar el futuro ni que haya leído papers científicos sobre la posibilidad de una pandemia. La película, desde ya, no tiene como centro una crisis sanitaria ni nada por el estilo, sino una mucho más mundana, vinculada con los vericuetos insondables de la vida y las complejidades de abrazar certezas frente a ese escenario descocido llamado futuro.

La enfermedad funciona –al igual que en Tóxico, otra película que en 2019 podía catalogarse como ciencia ficción y hoy ya no– como un catalizador de miedos e inquietudes que transcienden una coyuntura particular. Lo hace a través de su personaje central, Sebastián (Daniel Katz, hermano de la directora), a quien en la primera escena se lo ve recibiendo los reproches de un vecino por los llantos de su perra. A ese vecino se suma otro, luego otro, y más tarde uno más, conformando una improvisada reunión de consorcio signada por la incomodidad. Una incomodad que ha permeado toda la filmografía de Katz y que aquí aparece de manera subrepticia, entre los pliegues de un relato engañosamente simple en su estructura de viñetas que describen distintas etapas de la vida de Sebastián. Queda claro que el muchacho ama a esa perra a la que nunca se la escucha emitir sonido alguno. Tanto como para, ante la imposibilidad de solucionar su conflicto vecinal, llevarla con él a la oficina donde trabaja como diseñador gráfico. La jefa (Valeria Lois) lo cita en su despacho para hacerle entender que todo bien con los animales, pero no da para que la mascota ande paseándose por entre los escritorios. Sebastián tiene que elegir: el trabajo o la perra. Es de suponer con quién se queda.

Filmada en blanco y negro, y con un par escenas descriptas a través de ilustraciones, El perro que no calla es una comedia dramática extraña y extrañada, permeada por la melancolía propia de quien, como Sebastián, no sabe muy bien hacia dónde encauzar su vida y siente que lo mejor está en otro lado. Si Katz hasta ahora había filmado crisis de diversa índole (por la maternidad en Mi amiga del parque, por la familia sanguínea en Los Marziano, por la pareja en Una novia errante) en hombres y mujeres que recubrían inseguridades con locuacidad extrema, aquí hay un treintañero silencioso arrancado de su zona de confort que, junto a su perrita, atravesará distintas desventuras, algunas bizarras y surrealistas, otras volcadas la ternura. Como cuidar una casa de campo, por ejemplo, e integrarse a una cooperativa horticultora luego de conocer a sus integrantes empujando su camioneta rota. O pegar onda en el casamiento de su madre con una chica que baila como un muñeco inflable de lavadero. O enfrentar ese extraño virus que hace desmayar a quien lo inhale. Con algunas secuencias del pasado intercaladas en un relato estructurado de manera mayormente cronológica, El perro que no calla hace de lo impredecible una manera de ver, pensar y ubicarse en el mundo. Un mundo tan absurdo y pandémico como el nuestro. En El Cairo.

 

 

 

“Petite Maman”

 

 

Reconocida en la escena francesa desde su ópera prima Naissance des pieuvres, el nombre de Céline Sciamma se hizo mundialmente famoso en el exigente panorama del cine de autor por Retrato de una mujer en llamas -de reciente estreno en los cines argentinos- gracias a su paso por el Festival de Cannes, donde ganó el premio al mejor guion, y por otros 57 reconocimientos que recibió esa película alrededor del mundo. El éxito de esa volcánica historia de pasión en la Francia del 1700 hacía suponer una senda en la cual la siguiente realización ahondara esa delicada magnificencia.

Pero Sciamma se detiene en los aspectos sensibles de su anterior trabajo para obtener lo opuesto desde la realización, con una película pequeña, casi como una pieza de cámara, que conserva su sensibilidad pero no la búsqueda de la elegancia formal, para el retrato de una historia con ojos de infancia que adquiere aires de fábula fantástica y es, desde su resuelta sencillez, un trabajo descomunal. Sí mantiene de Retrato de una mujer en llamas la exploración del amor entre dos mujeres, aquí reemplazando la naturaleza erótica por el tierno vínculo filial.

A los ocho años Nelly es una niña como cualquier otra que asiste, con una mezcla de desconcierto, dolor y naturalidad, al ritual que significa despedir a un familiar, en este caso su abuela materna, y por unos días va a la casa en el bosque que fue el hogar de la infancia materna para acompañar en el difícil proceso de vaciarla y cerrarla. Pero mientras los adultos están en esa tarea, la pequeña se dedica a inspeccionar el bosque donde encuentra los restos de una cabaña de madera que era, precisamente, el refugio de los juegos de infancia de su madre. Durante esos paseos, Nelly conocerá a otra niña que es físicamente muy parecida a ella y entre ambas se dará una rotunda amistad. A medida que el vínculo crece, Nelly visitará la casa de su nueva amiga, que es idéntica en su arquitectura a la casa de su abuela. La amistad también dará paso a las confidencias infantiles y a un imposible reconocimiento incluso de parte de ese pasado familiar.

Contar más sobre Petite Maman para explicar los alcances de la trama es desnudar ante el lector el hábil artificio con el cual Sciamma construye la película y además restarle a su visualización parte de su sorprendente encanto. Porque el film descansa hábilmente en un guion que desde el realismo explora la construcción de una fábula que se presenta tan imposible en el pensamiento de un adulto como cotidiana en la imaginación de un niño. Y como tal, más que contar los alcances de una trama pequeña que el espectador podrá seguir en una hábil yuxtaposición entre realidad y fantasía, conviene destacar cómo la realizadora consigue, con un par de pequeñas locaciones, pocos personajes, y elementos cotidianos, entregar un relato que juega con los límites del universo fantástico. Pero también permite al espectador reflexionar, ya sea desde la mirada realista al imaginario o desde las posibilidades concretas de aceptación de un mundo desdoblado en la más natural historia de ciencia ficción. Junto a lo sorprendente de su construcción formal, que permite el ingreso de la fantasía hasta donde el espectador acepte, Sciamma construye un inteligente estudio sobre los vínculos familiares con tierna melancolía pero sin melodrama y con una sobrecogedora armonía narrativa y visual. Se vale de una puesta de cámara ascética, de un guion que parece un mecanismo de relojería y de un dúo infantil protagonista que juega permanentemente con la magia del misterio con Nelly (Josephine Sanz), y su amiga (Gabrielle Sanz, hermana real de Josephine), idénticas en la imagen tan real como fantasmagórica que devuelve un espejo. El montaje refuerza ciertos paralelos y la fotografía sirve para engañar, y a su vez demostrar, un vínculo entre pasado y presente con algo de viaje en el tiempo. En definitiva, así también se vale en su construcción de la metáfora del tránsito que depara el vertiginoso periplo desde la infancia a la adolescencia como antesala a una adultez. A fin de cuentas, la película propone como ejercicio al espectador algo que los adultos han olvidado: reencontrarse en la mirada que permitía ver castillos, animales y paisajes encantados en la forma incierta de las nubes.

 

 

Fuente: Página 12, La Nación, Clarín, Sensacine.

 

Comentarios

5