Argentina rompió un maleficio de 28 años. Y para que sea bravo el tema había que ganarle a Brasil con un partidazo de Neymar de por medio. Ese fue el día en el que un loco argentino llamado Lionel Scaloni se transformó en Leónidas. Con una gran diferencia, hace 2500 años los 300 espartanos comandados por su Rey cayeron ante el temible ejército persa de Jerjes. en una batalla con resultado cantado. Scaloni, en cambio, y su pequeño séquito compuesto por un centenar de creyentes (incluidos los futbolistas) se coronaron en Brasil, en el inmenso Maracaná. Aquellos siguieron a Leónidas sabiendo que no tenían posibilidades de ganar. El DT logró llenar de confianza a los suyos, acaso los únicos que cultivaron la fe del que sabe lo que busca y como hacerlo. El título.
Un técnico raro, sin antecedentes lógicos para un cargo tan exclusivo como es dirigir una selección argentina urgida de éxitos. Ayudante de campo de Jorge Sampaoli, lucía como un experimento propio del fútbol argentino y su constante desorganización. Lo vieron por Ezeiza y lo dejaron. Así caminó en silencio, nunca buscó defenderse de las despiadadas críticas que el pueblo futbolero le incrustó. La razón de la sinrazón puesta al servicio de un objetivo. Nombres que triunfaban en Europa, algunos sin pasado en el fútbol argentino. Un tal Cristian Romero, “dicen que jugó en Belgrano” comentaban en los bares, aunque en Italia lo consideraron el mejor defensor de la liga.
Mientras en Argentina la parafernalia del fútbol show abría el debate por el puesto de arquero, como si fuese un Boca – River, entre Armani y Andrada, el DT sacó de la galera a un tal Emiliano Martínez, de inferiores en Independiente y actual al arquero del Aston Vila inglés, quien supo pagar 22 millones de dólares al Arsenal por su pase. Figura indiscutida en la semifinal contra Colombia, Dibu pasó a ser el nuevo “Messi” de la Selección. Y en la final, cuando todo estaba tranquilo y parecía que las intensiones de Brasil morían cerca del área argentina, una pelota con destino de gol seguro salió de la zurda de Gabriel Barboza (Gabigol) y la mano derecha del Dibu la desvió. Descomunal atajada sobre el final, un gol de arquero que empezaba a asegurar el título.
Otra particularidad del excéntrico DT fue rotar los futbolistas según el rival de turno. Así alternaron los laterales, Gonzalo Montiel y Nahuel Molina, como Marcos Acuña y Nicolás Tagliafico, por el otro andarivel. Con los volantes pasó lo mismo, Rodrigo de Paul fue por afuera y por adentro, a veces jugó Guido Rodríguez y otras Leandro Paredes. Giovani Lo Celso tuvo su rato en cada partido. Y Ángel Di María elegido para la final. Indiscutidos solo dos: Emiliano Martínez y Lionel Messi. En su cabeza (la de Scaloni) cada partido fue único y buscó entre lo suyos la forma de encararlo. Lo que se veía como un sonámbulo en la niebla de una noche sin luz, terminó siendo un tipo callado de enorme personalidad con la sabiduría de convencer a sus dirigidos por dónde había que ir. Messi contento como nunca, y un grupo que lo acompañó hasta el final.
El fútbol admite discusiones de todo tipo, máximas insólitas que se defienden desde las vísceras. Lo único que es soberano y no otorga chance de debate es el resultado. Se podrán analizar formas, merecimientos (si existen), tácticas y estrategias para aplicarlas. Pero nunca se cambiará un resultado y mucho menos un campeonato. Argentina volvió a ser campeón. Los Lioneles lo hicieron posible: Scaloni y Messi.
Comentarios