La esperada “Hojas de otoño” (“Fallen Leaves”), película de Aki Kaurismäki, más otra Digimon, un largo venezolano que pudo zafar de la censura, el reestreno de “Old Boy”, una de terror con Asa Butterfield, y “Nefarious”. Aquí la selección de reseñas y los trailers y donde verlas, para elegir que ir a ver al cine, porque el cine se ve en el cine.
“Hojas de otoño”
No hace falta aclarar (pero igual lo hago) que no todas las películas largas son malas ni todas las cortas son buenas. Hay incluso varios films de muy extensa duración en esta edición que justifican semejante despliegue, pero en una Competencia Oficial de Cannes 2023 en la que superar las dos horas parece ser la norma (también en muchos títulos fuera de concurso, como lo nuevo de Martin Scorsese), los 83 minutos de Hojas de otoño parecen no solo una rareza sino casi una un gesto de modestia y hasta un bálsamo contra las imposiciones de ese cine “importante”, grandilocuente, trascendente, solemne y sobre temas provocadores que suele elegirse en el principal festival del mundo.
Si es cierto eso de que un autor consumado es aquel que hace con mínimas variantes siempre la misma película o que cada nuevo film es un episodio más de un único gran largometraje, Kaurismäki podría ser el ejemplo perfecto. Sus trabajos se parecen bastante entre sí (como ocurre también con, por ejemplo, el coreano Hong Sangsoo), pero eso jamás cansa ni aburre porque cada nuevo capítulo es un reinicio, un reencuentro con personajes entrañables incluso en sus miserias, la reivindicación de antihéroes perfectos que saldrán adelante pese a todas las dificultades e infortunios porque en el cine humanista, gentil, amable y austero de Aki siempre hay lugar para el amor, la redención y el triunfo, aunque sea fugaz, de los perdedores.
En Hojas de otoño nos encontramos con Ansa (Alma Poysti), que trabaja primero como repositora en un supermercado, luego lavando platos en un bar de mala muerte y finalmente barriendo en una fábrica; y con Holappa (Jussi Vatanen), un alcohólico que es empleado primero en un taller y luego en una obra en construcción. Ambos son extremadamente so
litarios, torpes, tímidos, pero se encontrarán en un karaoke (la película es como una rockola con decenas de canciones que suenan de fondo o son cantadas en vivo), irán juntos al cine a ver Los muertos no mueren / The Dead Don’t Die, de Jim Jarmusch; y tratarán de unir sus caminos y sus vidas pese a todo y a todos.
Aparecen sí unos pocos amigos (muy simpático el Huotari de Janne Hyytiainen) pero en Hojas de otoño solo parece haber lugar para estos dos extraños amantes, que deberán sobreponerse (sobre todo él) a una acumulación de percances, desafíos y gente mala (jefes tiránicos, guardias de seguridad, estafadores).
Kaurismäki no es demasiado sutil a la hora de los homenajes a sus héroes cinéfilos (Bresson, Ozu, Fellini, Godard, Chaplin), pero lo hace con tanto amor que uno le perdona ciertos subrayados (la referencia más interesante es, en verdad, Breve encuentro, film de 1945 dirigido por David Lean). Lo mismo ocurre con su siempre ecléctica selección musical, que en esta oportunidad incluye a Carlos Gardel cantando Arrabal amargo y una larga escena en un bar llamado Buenos Aires (¿para cuándo los organizadores del BAFICI van a invitar a alguien que tan claramente ama a nuestra ciudad?).
El look, la estética, las locaciones, las referencias temporales, los dispositivos electrónicos podrían ser de hace 10, 20 o incluso 30 años atrás. Sin embargo, Aki decidió que apenas los personajes prenden las radios (viejos artefactos a transistores) se escuchan noticias de la invasión rusa a Ucrania, por lo que claramente esta tragicomedia agridulce y con no pocos momentos de humor negro transcurre en nuestros días. No importa demasiado porque el cine de Kaurismäki es atemporal, clásico, imperecedero y Hojas de otoño no hace más que potenciar su privilegiado, fundamental lugar en la histora. Impriman la leyenda.
Diego Batlle.
Del Centro y Showcase.
“Juega o muere”
Si bien adquirió masividad gracias a la serie Sex Education, el rostro de Asa Butterfield siempre estará asociado al de ese huérfano pobre y soñador que protagonizó La invención de Hugo Cabret. Doce años después de la película de Martin Scorsese, aquel chico es un hombre de 26 años cuyos ojos turquesa siguen brillando, aunque ya no por la sorpresa y la materialización de la fantasía.
Juega o muere transcurre en Salem. No hay que ser un genio para suponer que los mitos, las leyendas y/o los fantasmas de las brujas cazadas harán de las suyas. Y así ocurre en esta previsible, anodina y de factura estrictamente imitativa historia acerca de unos jóvenes que deben quedarse en casa con Jonah (Benjamin Ainsworth), el hermano menor de uno de ellos, que poco antes no tuvo mejor idea que agarrar un cuchillo engualichado.
Al agarrarlo, comienzan visiones del pasado y voces susurrándole órdenes que él, como poseído, cumple. Esa maldición pasa al hermano mayor (Butterfield), desatando una faena que los directores Ari Costa y Eren Celeboglu muestran sin explicitud o directamente dejan fuera de campo. Porque Juega o muere no es una película gore, sino una que replica la fórmula de hacer caer uno a uno a los integrantes del grupo, adosándole la búsqueda de una solución por parte de Jonah y su hermana (Natalia Dyer, de la serie Stranger Things).
El módico suspenso logrado por algunas escenas (especialmente la de la linterna) y la bienvenida apuesta por ir directo al hueso –dura 75 minutos– colocan a Juega o muere apenas un escaloncito por encima de las películas más adocenadas del rubro.
Ezequiel Boetti.
En los cuatro complejos.
“Old boy”
Sorpresiva ganadora del Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2004, Oldboy catapultó a su director, el talentoso y provocativo cineasta coreano Park Chan-wook, a la cima de la consideración internacional entre quienes están revolucionando la forma y ciertos contenidos de los géneros populares (en este caso, del thriller psicológico).
Segunda entrega de una trilogía que tiene a la venganza personal como motor común, Oldboy narra las tortuosas experiencias de Oh Dae-su (impactante composición de Choi Min-sik), un hombre que es liberado en precarias condiciones físicas y mentales luego de haber permanecido encerrado, vejado y completamente aislado del mundo durante 15 años en una extraña habitación-cárcel, con una televisión como única compañía.
Así, tras haber perdido buena parte de su tiempo, de su cordura y de haber sufrido la muerte de su esposa y de su hija, nuestro antihéroe es dejado en libertad con un teléfono celular y una billetera llena de dinero. Dispuesto a todo, ya sin nada que perder, el único objetivo de Oh Dae-su pasa, entonces, por recuperarse para poder desentrañar el misterio y encontrar a su captor, que lo ha sometido a tan perverso experimento manipulatorio. Queda planteada así una típica estructura de gato y ratón, aunque por momentos no se sabe quién es el perseguidor y quién el perseguido, quién esconde el secreto más tenebroso o quién está más cegado por el odio y dominado por la culpa.
En Oldboy conviven con inusual armonía una trama brutal, que llega hasta el sadismo, con un exquisito andamiaje formal y una subyugante dimensión estética sostenida por un excepcional uso de los encuadres, de los movimientos de cámara, de la más amplia paleta de colores y de texturas. En este sentido, Park Chan-wook ofrece a estudiantes y amantes del séptimo arte una clase magistral de técnica narrativa con el trabajo visceral de la cámara en mano, con la construcción de sofisticados planos-secuencia, con la utilización dramática del primer plano o del plano-detalle, con el uso del fuera de campo y de la elipsis, con la aplicación creativa (y no abusiva) de los efectos generados por computadora y con el juego de simetrías y quiebres a partir de todas las posibilidades de la edición moderna como última forma de la gramática cinematográfica.
No apta para espíritus impresionables, Oldboy apuesta a conmover al espectador con imágenes extremas (torturas tales como la extracción de dientes con una pinza, el corte de una lengua con una tijera, la ingestión de un enorme calamar vivo), pero no se trata, apenas, de una mera provocación, de una estilización vacía. El director sumerge al espectador en lo más profundo de la conciencia del desesperado protagonista y luego confronta a su criatura (y, por ende, al espectador, ya consustanciado con la suerte del vengador) con situaciones límite donde los dilemas éticos y morales quedan sepultados por la ira incontenible, por el frenesí y el vértigo de la escalada de acontecimientos, pero finalmente no le quedará otra alternativa que aceptar y hacerse responsable de las terribles consecuencias de sus actos.
Mientras los desprevenidos se taparán los ojos más de una vez y los aún no iniciados en el thriller moderno no lineal se rascarán la cabeza tratando de descifrar los múltiples vericuetos y capas de la trama, los cinéfilos disfrutarán de un patchwork visual lleno de citas, guiños y referencias a la historia del séptimo arte, a la cultura pop y, también, a la más sofisticadas expresiones artísticas.
Park Chan-wook transformó un oscuro manga (cómic) japonés en un melodrama de índole shakespeareana y con elementos propios de la tragedia griega con Las cuatro estaciones, de Antonio Vivaldi, como fondo musical. Escenas oníricas (más bien pesadillescas), alucinaciones (como una hormiga gigante sentada en un vagón de subterráneo) propias del primer David Cronenberg, un manejo del suspenso y una densidad psicológica que remiten al gran Alfred Hitchcock, una osadía en la exploración de tabúes como la esquizofrenia o el incesto que lo emparientan con el japonés Takashi Miike, así como múltiples contactos formales, estilísticos y narrativos con el Quentin Tarantino de “Tiempos violentos” y “Kill Bill”, el Brian De Palma de “Hermanas” o el David Fincher de “Pecados capitales”, “Al filo de la muerte” y “El club de la pelea” hacen de Oldboy una película de enorme riqueza para su análisis y convierten a Park Chan-wook, más allá de algunos caprichos y de alguna gratuidad revulsiva, en uno de los directores más sorprendentes y personales del momento. Un referente indiscutido a la hora de explorar nuevas formas de expresión autoral, pero dentro del marco del cine de género y del gran espectáculo.
Showcase, Cinépolis y Hoyts.
Diego Batlle.
“Simón”
La ola de protestas masivas que sacudió a Venezuela en 2017, en contra del régimen de Nicolás Maduro, dejó una cicatriz profunda en el país. Más de 150 muertos, casi tres mil heridos y más de 1.300 detenidos fueron el saldo de una lucha desigual por la libertad y los derechos humanos, según datos del Foro Penal Venezolano.
Estos sucesos, condenados e investigados por diversas instituciones y organismos internacionales, como Amnistía Internacional, Human Rights Watch, la Organización de las Naciones Unidas, la Organización de los Estados Americanos y La Corte Penal Internacional, evidencian una política de represión despiadada llevada a cabo por el gobierno de Nicolás Maduro. Testimonios y pruebas documentadas revelan el uso excesivo de la fuerza, asesinatos, encarcelamientos, torturas y otras formas de violación de los derechos humanos contra aquellos que se oponen al régimen.
Estas imágenes de dolor y valentía recorrieron el mundo entero, llegando a los ojos de Diego Vicentini, un joven venezolano que desde 2009 había establecido su hogar en Estados Unidos y se encontraba a punto de completar una maestría en cine en la New York Film Academy. La distancia física no implicaba una desconexión emocional para Vicentini. Por el contrario, lo llevó a sentir una responsabilidad personal. Fue así como decidió utilizar el cine como una herramienta para dar voz a su generación, para luchar por su país desde la perspectiva de un emigrante.
Esta convicción dio vida en 2018 al cortometraje Simón, una obra que recorrió diversos festivales y que llevó a Vicentini y al actor Christian McGaffney, quien interpreta a Simón, a Buenos Aires en 2019. Allí, se celebró un cine-foro que congregó alrededor de 200 personas, demostrando el impacto y la relevancia de la historia que estaban contando. Un año después de esa presentación en Argentina, en medio de la pandemia de Covid-19, comenzó el rodaje del largometraje homónimo. Tres años de dedicación y esfuerzo se reflejan en esta obra cinematográfica, que ahora llega a Buenos Aires para ser proyectada en una única función el 19 de septiembre.
El filme, grabado en Miami, es la primera obra del director. Está basado en una extensa investigación que incluye testimonios de entrevistas registradas por él mismo, sobre los eventos sociales que tuvieron lugar en Venezuela en 2017. En ese año, el país experimentó una serie de protestas a nivel nacional en contra del régimen de Maduro, que movilizó principalmente a jóvenes universitarios a salir a las calles.
La trama sigue la historia de Simón, un líder estudiantil venezolano que huye a Miami en busca de asilo político. Allí, conoce a Melissa, una estudiante de Derecho estadounidense que decide ayudarlo con su caso. No obstante, solicitar asilo implica revivir los dolorosos eventos que lo llevaron a abandonar Venezuela. Desde la ciudad estadounidense, Simón se enfrenta a sentimientos de rabia, culpa y tristeza, que son el resultado de las torturas que él y un grupo de opositores sufrieron a manos de las autoridades oficiales en Venezuela.
Este largometraje presenta de manera directa las secuelas de los años tumultuosos, ofreciendo un testimonio que resuena con la experiencia de muchos que han sacrificado todo por una causa. La trama sigue a un individuo atormentado por su compromiso con sus principios, mientras explora temas de amistad, pérdida y la constante incertidumbre de la partida. Se inserta en el registro de un momento histórico desde una perspectiva ficticia, pero con una autenticidad que lo acerca de manera palpable a la realidad que aún afecta profundamente la vida de los venezolanos.
Una de las principales características de la película, que agotó sus funciones en todas las ciudades que se presentó, es mostrar el día después de aquellos jóvenes que fueron obligados a desplazarse de su país. Tal como lo relató en entrevistas su director, Simón es un personaje ficticio que nace de las numerosas historias que él escuchó de sus compatriotas, cualquiera de ellos que vea el film se sentirá identificado. A medida que avanza la película, se puede sentir la opresión y el miedo con lo que viven en todo momento los protagonistas, crudeza de las torturas, físicas y psicológicas, que los siguen persiguiendo, aunque ya no estén en el país, no solamente en las imágenes que muestran las marchas y la represión, también la culpa que sienten aquellos que lograron salir y no pueden ayudar a quiénes se quedaron. Sin embargo, se destaca la unión que había entre los jóvenes que hasta las últimas consecuencias resistieron para lograr un cambio.
Simón no es solo una película, es un testimonio de la valentía y la lucha de un pueblo por la libertad. Representa la voz de los que fueron perseguidos y torturados, pero que se mantuvieron firmes en su lucha por un país mejor. El film no ha pasado desapercibido en la escena cinematográfica internacional. La Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de Venezuela ha seleccionado la película para representar al país en los Premios Goya 2024, un reconocimiento más a la potencia y relevancia de esta obra.
Los festivales por donde ha pasado han sido testigos de su impacto. Desde el Festival de Cine de Florida, donde conmovió tanto al público como al jurado, hasta el Dallas International Film Festival, donde se alzó con el premio de Mejor Película Internacional Premio de Audiencia, y el Festival del Cine Venezolano de Mérida, donde acaparó los galardones a Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guión, Mejor Fotografía, Mejor Edición y Mejor Actor de Reparto.
En el Hoyts.
“Nefarious”
Una de las primeras películas de Ingmar Bergman estrenadas en Buenos Aires, luego del impacto que generó Juventud divino tesoro (1951), fue El demonio nos gobierna, filmada en Suecia en 1949. Su título original era Fängelse -cuya traducción literal es prisión- pero el argumento inspiró a los distribuidores a concebir un título local en clave de advertencia, o quizás de premonición. Un profesor de matemáticas visitaba a un antiguo alumno, convertido en director de cine, en el set de su película. Su propósito era sencillo pero urgente: proponerle un guion que creía revelador. “Me gustaría que hicieras una película sobre el infierno”, era su primera frase, envuelta en las risas de los asistentes al rodaje. Pero para él no era gracioso y su respuesta era tajante: “La vida es un arco cruel y sensual, de la cuna a la tumba. Una gran obra de arte cómica, hermosa y terrible, sin clemencia sin significado”.
Aquella desencantada reflexión juvenil del director de Persona sería una de las claves de su obra, nunca anclada en el terror como género pero sí artífice de mucha de su imaginería, sobre todo en películas más maduras como La fuente de la doncella o La hora del lobo. Esa idea es la que parece reciclarse en el centro de Nefarious, sin el humor perspicaz y la inspiración cinematográfica de Bergman, y sí con pretensiones filosóficas que reducen el terror apenas a una mascarada. Aquí los disertantes no son un profesor y un alumno sino un condenado a muerte y el psiquiatra que deberá diagnosticarlo: de ese veredicto depende la ejecución. La extensa conversación -que durará toda la película- será menos la puesta visual de una disputa de poder que una ilustración mediocre de una serie de máximas sobre el bien y el mal, sobre el pretendido orden divino y su corrupción.
La película no se aleja del muestrario cristiano que suele alimentar este tipo de ficciones y que sus guionistas ya exploraron en Dios no está muerto (2014). El Doctor James Martin (Jordan Belfi) es el psiquiatra encargado de la evaluación de un asesino serial, Edward Wayne Brady (Sean Patrick Flanery). Su armazón de ciencia y raciocinio se desmorona ante la prepotente oratoria de Brady, el condenado que dice ser un demonio llamado Nefarious. La dialéctica verbal oscila entonces entre fe y ateísmo, extravío y cordura. Nunca hay terror sino palabras que intentan representarlo, y la puesta en escena se resume en el escenario de la charla, la circularidad de la cámara que transita desde la cáscara temblorosa de Brady hacia las admoniciones del posesor, y las reacciones esperpénticas de los actores, concentradas en una gestualidad impuesta y exacerbada. No hay más que eso: acusaciones de pretendidos crímenes, demandas por una fe artificial, y una vuelta de tuerca final de lo más previsible.
A diferencia de otras apuestas por este cine de “promoción de valores”, aquí ni siquiera se ofrece un espectáculo entretenido, una búsqueda posible de apropiación del terror, o por lo menos una disertación teológica con un mínimo de honestidad. Lo que queda es un argumento prefabricado para su previsible conclusión, personajes de cartón y una estética desprovista de aquella imaginería con la que Bergman había vestido sus historias sobre los oscuros contornos de la creencia.
Paula Vázquez Prieto.
En los cuatro complejos de cine.
“Digimon Adventure 02: The Beginning”
En 1997, la franquicia de las criaturas digitales que ‘digievolucionan’ para mejorar su nivel de poder y habilidades, más conocidas como Digimon, aterrizaron en cada rincón de la cultura pop, con sus mascotas virtuales, videojuegos, mangas, juguetes, juegos de cartas coleccionables, series de televisión y, por supuesto, sus películas animadas. Desde entonces, la base de fans no dejó de crecer y acompañar esta saga, que ahora suma una nueva aventura cinematográfica de la mano de Digimon Adventure 02: The Beginning.
Para los más grandes que crecieron junto a la franquicia y los más hicos que recién la están descubriendo, te contamos todo lo que tenés que saber sobre este estreno que está llegando a las salas de cine de todo el país.
La historia nos vuelve a transportar al Mundo Digital, una década después de la batalla contra Eosmon. Es el año 2012, y un veinteañero Daisuke Motomiya, junto al resto de los elegidos –Miyako, Iori, Takeru, Takashi, Hikari y Ken–, deben reconciliar su nuevo estilo de vida y las responsabilidades con sus socios Digimon.
Todo cambia cuando un gigantesco Digitama aparece de la nada en el cielo sobre la Torre de Tokio. Un nuevo reto para Daisuke y sus compañeros, que ahora tienen que lidiar con la llegada de Lui Ohwada, un joven misterioso que asegura ser el primer elegido del mundo.
La trama de Adventure 02: The Beginning se ambienta en la misma continuidad de las primeras dos series animadas de la franquicia, buscando darle un cierre a la historia de Digimon Adventure 02, del año 2000. Además de Lui Ohwada, quien afirma ser el primer humano en el mundo en asociarse con un Digimon, la película producida por Toei Animation y las voces de Fukujurou Katayama, Junko Noda, Arthur Lounsbery, suma una nueva criatura. Se trata de Ukkomon: un Digimon mítico que, en apariencia, quiere que cada persona en el mundo tenga su propio compañero digital.
La Cosa.
En los cuatro complejos.
Fuente: La Nación, Otros Cines, La Cosa.







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