Vuelve Momoa con la última película del universo ya extinguido de DC junto a “Un siniestro cuento de Navidad”, “El Rey de la Comedia”, “No lo abras”, la segunda parte de “Los Tres Mosqueteros” y “Office Royale”. Aquí las reseñas correspondientes para elegir que ir a ver al cine, porque el cine se ve en el cine.
“Aquaman y el Reino Perdido”
James Wan ha incursionado con más éxitos que fracasos en franquicias tan diversas como las de El juego del miedo, Rápidos y Furiosos, La noche del demonio / Insidious y El conjuro y en 2018 consiguió con Aquaman el mayor éxito de taquilla entre la veintena de películas del DCEU con una recaudación solo en salas de más de 1.150 millones de dólares. Quizás por eso, Warner le encomendó a la dupla Wan-Momoa cerrar esta etapa bastante tortuosa de diez años en lo artístico (y en varios casos también en lo comercial) del universo de DC. Y, sin ser un despropósito, el resultado de El reino perdido es tan mediocre y genérico como su subtítulo.
Esta segunda entrega dedicada a Aquaman sufre de los mismos (o incluso peores) problemas del universo de películas sobre supehéroes: el caos narrativo, la sobrecarga de estímulos, la abrumadora acumulación de efectos visuales (caos digital) y una catarata de gags, diálogos y conflictos construida sin demasiada gracia, audacia ni capacidad de sorpresa: una película adrenalínica y testosterónica con personajes masculinos omnipresentes y básicos, mientras que los femeninos (y eso que están Nicole Kidman y Amber Heard) apenas si tienen un mínimo de desarrollo y de minutos en pantalla.
Volviendo a calcar el esquema de Marvel con Thor y Loki (hermanos enfrentados por el trono de Asgard allí y de Atlantis aquí), esta secuela encuentra a Arthur / Aquaman no solo como rey y marido de Mera (Amber Heard) sino ahora también como… padre de un encantador y travieso bebé al que pronto se le descubren habilidades y poderes infrecuentes. Hay en esa presentación de la intimidad más mundana del protagonista algo de desenfado que luego la película irá dilapidando con caóticas escenas de batallas y conflictos dramáticos (como la relación de odio-amor con su medio hermano Orm Marius interpretado por Patrick Wilson) abordados con máximas tan torpes como solemnes.
El villano, Black Manta (Yahya Abdul-Mateen II), tampoco tiene demasiados matices, facetas curiosas ni encabeza situaciones realmente ominosas por lo que resulta un estereotipo insulso. Ni siquiera la escena post-créditos trasciende el efecto de un chiste efímero y, así, este último proyecto del DCEU resulta un producto bastante menor. Una despedida sin pena y claramente sin gloria.
Diego Batlle.
En los cinco complejos.
“Los Tres Mosqueteros: Milady”
Hace poco más de ocho meses se estrenaba en 61 salas de Argentina Los tres mosqueteros: D’Artagnan. La película fue un fracaso comercial en nuestro país (apenas 7.000 entradas vendidas) y un éxito rotundo en Francia (3.350.000 espectadores). La segunda parte se lanzó la semana pasada en los cines galos y tuvo también un arranque promisorio (715.000 tickets en 724 salas en sus primeros siete días en cartel), mientras que aquí desembarca con una salida más modesta que el primer episodio: 40 copias.
Rodadas back to back, como si fuera una sola película de casi cuatro horas (121 la primera y esta de 115 con títulos incluidos), con el mismo director y el mismo elenco, esta suerte de secuela o film complementario arranca en 1627 y encuentra a Francia al borde de una guerra civil entre los católicos que sostienen al rey Luis XIII (Louis Garrel) y los protestantes republicanos que contaban con el apoyo de los ingleses.
En ese contexto, el joven D’Artagnan, ya unido en París a los tres veteranos mosqueteros del rey, Athos (Vincent Cassel), Porthos (Pio Marmaï) y Aramis (Romain Duris), sufre el secuestro de su amada Constance Bonacieux (Lyna Khoudri), mientras -como bien lo indica el subtítulo de esta segunda entrega- es Milady de Winter (Eva Green), espía del cardenal Richelieu (Eric Rouf) y vinculada de formas que no conviene adelantar tanto a D’Artagnan como a Athos, adquiere el protagonismo decisivo que no había tenido en la primera parte.
Los tres mosqueteros: Milady tiene los mismos hallazgos y limitaciones de la primera entrega: buena factura técnica, intensas escenas de lucha cuerpo a cuerpo rodadas en muchos casos a puro plano secuencia y ciertos lugares comunes y recursos didácticos a la hora del péndulo entre las situaciones más íntimas (Milady es el personaje más seductor, intrigante, perverso y manipulador del conjunto) y los pasajes en que se exponen las confabulaciones y tácticas políticas y militares. El resultado es un film más que aceptable, por momentos basante entretenido, aunque al mismo tiempo no demasiado renovador dentro del género de dramas históricos basados en grandes clásicos literarios.
Diego Batlle.
En los cinco complejos.
“El rey de la comedia”
Con películas como Morte di un matematico napoletano (1992), L’amore molesto (1995), Teatro di guerra (1998), Lulu (2001), L’odore del sangue (2004), Noi credevamo (2010), Leopardi, el joven fabuloso (2014), Capri-Revolution (2018) e Il sindaco del Rione Sanità (2019), así como muchos cortos, documentales y telefilms, el napolitano Mario Martone ha construido una prolífica carrera con más aciertos que traspiés.
Y sobre la Nápoles de la Belle Époque a principios del siglo XX es Qui rido io, película que reconstruye (o más bien en muchos aspectos imagina) la historia de Eduardo Scarpetta (un desatado Toni Servillo que, en la comparación, deja sus trabajos para Paolo Sorrentino como ejemplos de contención y austeridad expresiva).
Scarpetta es el actor cómico más popular de la época. Los teatros se llenan para ver las exageradas performances de su personaje Felice Sciosciammocca pletóricas de frases a los gritos (con ese decir napolitano tan único, claro), movimientos toscos e histrionismo siempre desbordante. El problema es que Scarpetta es así no solo sobre el escenario sino… durante los 133 minutos del film.
Más allá de que Martone cuenta la compleja y caótica historia artística y familiar de Scarpetta (que incluyó amantes e hijos no reconocidos como Titina, Eduardo y Peppino De Filippo), el eje principal del film tiene que ver con el juicio que en 1904 le hizo el poderoso Gabriele D’Annunzio, quien -luego de prometerle que no habría problema con que montara una parodia de su obra La figlia di Iorio- le inició un juicio por plagio que se extendió en el tiempo. No develaremos aquí la resolución: pueden esperar a ver la película o googlear si prefieren.
Está claro que una película de estas características puede tener mayor interés para los italianos o los muy iniciados en su historia. Para el resto, más allá de acercarnos a un tiempo y un lugar tan particulares, y de entender la reivindicación de la cultura popular por sobre el “teatro del arte” que aquí nos propone Martone, solo nos queda sobrellevar de la mejor manera posible el tono bufonesco y sobreactuado de Servillo.
Diego Batlle.
En los Cines del Centro.
“No lo abras”
Sam, una adolescente indú-americana, vive en un tranquilo suburbio con sus conservadores padres. Las inseguridades culturales de Sam crecen debido a su examiga; Tamira, quien misteriosamente lleva consigo un frasco de vidrio vacío todo el tiempo. En un momento de ira, Sam rompe el frasco de Tamira y desata una antigua fuerza demoníaca que secuestra a Tamira. Sam la busca, siguiendo el rastro de un joven que realizó un ritual mortal, hasta que la entidad demoníaca comienza a acecharla, asesina a su novio y destroza su realidad con visiones aterradoras. Sam debe unirse con sus padres y su comprensiva maestra para salvar a Tamira y poner fin al terror.
En todos los complejos.
“Un siniestro cuento de navidad”
Antes de intentar esbozar cualquier idea sobre Un siniestro cuento de Navidad es importante suspender cualquier pretensión de verosímil (del cinematográfico y del otro), mérito ético, estético; ni siquiera soñar con regodearse por imágenes políticamente incorrectas. Teniendo claro que nada de esto va a suceder, tal vez sea posible disfrutar mínimamente de lo que ofrece la pantalla. O ni siquiera.
El problema mayor -entre los varios que exhibe obscenamente esta película de Steven LaMorte- es el de prescindir de una mínima estructura narrativa en la que se puedan apoyar un puñado de chistes propios de adolescentes desganados.
Aquí el juego se trata de reversionar el cuento de Dr. Seuss, Cómo el Grinch robó la Navidad, pero con bajo presupuesto y bajo azúcar en sangre. La historia comienza con una Cindy pequeña viendo cómo un monstruo verde –a quien confunde con Papá Noel– pelea y mata a su madre, hecho que marca su exilio del pueblo y la paranoia suficiente del resto para no volver a festejar Nochebuena.
Veinte años después, y con los rasgos de la actriz Krystle Martin, Cindy regresa para vender la casa. A pesar del trágico suceso que vivieron en el pasado, tanto ella como su padre tienen un espíritu navideño a toda prueba: cantan, decoran el arbolito y bailan con una impunidad que da vergüenza ajena. Obviamente el jolgorio despierta a la bestia, que vuelve para seguir engrosando su sangrienta nómina de víctimas. Y es que, parece ser, que este Grinch tiene peor temperamento que sus predecesores, y basta con que alguien cante un villancico, se disfrace, envuelva un paquete para regalo o realice cualquier acción correspondiente a la fecha, para que la criatura lo descuartice, parta a la mitad, ahorque, o meta en una picadora de carne.
A la sufrida víctima, que se toma el ataque como algo personal, la secunda un joven policía torpe y enamorado, y un hombre parecido a Papá Noel llamado “Doc Zeus”. Guiño poco disimulado al autor de la historia original, que es apenas un ejemplo de la tónica que sigue el film.
Una hora y media después del inicio, mientras pasan los títulos de cierre, no queda claro si la intención fue hacer una parodia, pervertir sus bases a modo de homenaje, o conformarse con un divertimento para pocos. Ninguno de los tres caminos está debidamente delineado, moviéndose el guion de uno a otro sin previo aviso ni justificación alguna. Un prólogo no exento de misterio trastoca a una mala versión de Scary Movie cuando el asesino se muestra en todo su esplendor, copiando máscara y gestos al Grinch creado por Jim Carrey dos décadas atrás. De ahí en más, cualquier esperanza por que el relato en algún momento se tome en serio a sí mismo naufraga en una acumulación de malas decisiones creativas.
Cada año para esta época, salas y plataformas renuevan su oferta con producciones que vuelven una y otra vez sobre el espíritu navideño, sus causas y consecuencias. En muchos casos, y especialmente en Un siniestro cuento de Navidad, hubiera sido deseable que no se tomaran la molestia.
Guillermo Corau.
En Showcase, Monumental, Cinépolis.
“Office Royale”
Naoko Tanaka es una oficinista (OL) de 26 años. Su trabajo es típico, pero en su lugar de trabajo hay luchas feroces entre diferentes camarillas. Otros OL están absortos en la lucha diaria de camarillas. Un día, debido a un OL en la empresa, la empresa de Naoko Tanaka es atacada por OL de todo Japón.
En Cinépolis.
Fuente: Otros Cines, Cinépolis, La Nación.







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