
Nicolás Francella llega con su primer protagónico en la coproducción argentino-uruguaya “En la mira”, con un elenco de buen nivel que lo acompaña. El otro film que arriba a las salas de la ciudad es una secuela: “Downtown Abbey: una nueva era”. Tres años después del estreno de la primera, producida y estrenada luego de la exitosa serie inglesa sobre la aristocracia británica. Como siempre, una selección de reviews para elegir que ir a ver al cine.
“En la mira”

En la mira comienza describiendo un día en la Ciudad de Buenos Aires en el que, para variar, está todo mal. A los problemas endémicos, se suma un verano tórrido que trae aparejados un porcentaje de humedad que pegotea la piel, cortes de luz y caos de tránsito. Pero para Axel, que despierta como si viviera enfrascado en un mundo propio, el panorama pinta distinto. Con una novia a la que no quiere demasiado, el mensaje de una amante, acompañado con una foto alusiva y la promesa de una horita de lujuria en el almuerzo, asoma como el combustible para poner primera rumbo al call center céntrico donde trabaja. Es una jornada laboral muy parecida a otras tantas, con una sucesión de llamados de clientes enojados por el servicio de cable que brinda la empresa, hasta que deja de serlo.
El tal Figueroa Mont que habla del otro lado del teléfono pide que por favor le den de baja el servicio a un amigo, algo difícil ya que el puesto de Axel (Nicolás Francella) en el organigrama no le permite acceder a la base de datos. Ante la negativa, Figueroa Mont cruza la línea de la discusión oral asegurando que tiene al pobre muchacho en la mira de un rifle de francotirador. Obviamente, no le cree. Pero cuando le describa con lujo de detalles lo que está ocurriendo en ese mismo momento a su alrededor, Axel pasa de langa carilindo y canchero a pollito mojado amenazado por la posibilidad concreta de morir de un balazo en la cabeza. Así se plantean las cosas en esta nueva producción nacional de HBO Max con paso por la cartelera comercial previo a su arribo a la plataforma, cuyo envoltorio de thriller concentrado en tiempo (todo transcurre en unas pocas horas) y espacio (el epicentro narrativo es la oficina vidriada) recubre un relato no exento de autoconciencia. Se trata de un elemento clave cuando lo que se tiene entre manos es materia prima conocida, pues la idea narrativa de un personaje siendo observado sin saberlo por alguien dispuesto a matarlo podrá ser cualquier cosa, menos novedosa.
Los realizadores Ricardo Hornos y Carlos Gil, provenientes del ámbito teatral y el publicitario, respectivamente, plantean un entramado dramático en el que la tensión va creciendo a la par que lo hace un humor cercano al de las comedias de enredos. La tensión, claro está, proviene de la desesperación de un Axel (Nicolás Francella) obligado a no decir nada acerca de lo que está ocurriendo y, por lo tanto, a mentir cuando el asunto escale. Los enredos se vinculan con las consecuencias de ese silencio forzado y, sobre todo, de las situaciones generadas por los personajes secundarios, como el jefe que odia a Axel y no hace absolutamente nada para ocultarlo, la amante furiosa por el desplante o esa compañera con alma de gremialista combativa que alinea a la oficina entera en defensa de su compañero. Un muchacho que vive así una auténtica tarde de furia. Se puede ver en todas las salas de la ciudad.
“Dowtown Abbey, una nueva era”

Para quienes no siguieron las peripecias de la exitosa serie de televisión sajona Downton Abbey, creada y escrita por Julian Fellowes, conviene recordar que todo transcurría en una magnífica mansión campestre, en Inglaterra, propiedad del conde de Grantham, a principios del Siglo XX. En realidad, se trataba de un avieso folletín, ambientado e interpretado de forma admirable, con todos los lugares comunes del género, pero en un excepcional nivel de calidad. Por supuesto, no faltaban los vínculos formales y hasta afectivos, entre los miembros de la nobleza aristocrática británica y algunos de sus innumerables miembros del servicio.
Así, traiciones, romances, engaños, almas caritativas o seres de carácter endemoniado, fueron saliendo, una y otra vez de la galera de prestidigitador de Fellowes, como si fueran palomas o conejos con los que estábamos dispuestos a asombrarnos. Concluida las seis temporadas, surgió una primera película, de título homónimo y ahora, cuando todo hacía suponer que la franquicia estaba concluida, la continuidad está dada en un segundo film llamado Downton Abbey: una nueva era.
Estamos en los albores de 1930, el tiempo ha pasado inexorable y Lady Mary (Michelle Dockery), hace ver a su padre que la vieja mansión necesita restaurar urgente sus techos que gotean como lamento del cielo. Para horror de los propietarios, aparece entonces la oferta tentadora de la compañía cinematográfica British Lion para filmar en sus espléndidos ambientes una película muda. Los prejuicios no se hacen esperar, en especial los de Lord Robert Crawley (Hugh Boneville) que no quiere tener delante “mujeres maquilladas ni caballeros embriagados”. Invaden la residencia una caterva de operarios, técnicos, el director Jack Barber (Hugh Dancy) y dos estrellas ficticias de la época: el galán Guy Dexter (Dominic West) y la joven Myrna Dalgleish (Laura Haddock), tan bella como antipática. Por supuesto no contaremos aquí todos los detalles de la trama ni las derivaciones de la relación que comienza a surgir entre el pícaro Dexter y el mayordomo Barrow (Robert James-Collier).
Los enredos irán en aumento y se acentuarán cuando el rodaje tambalee ante el éxito del naciente cine sonoro. De alguna manera se filtran algunas ideas del glamoroso mundillo del cine que Fellowes ya había mostrado en la excelente Gosford Park, dirigida por Robert Altman. Mientras esto ocurre, la condesa Violet (Maggie Smith) recibe una noticia extraña: ha fallecido un anciano aristócrata francés y le ha dejado en herencia una villa en la Costa Azul, nada menos. Surge entonces la duda sobre el pasado de aquella breve relación y hacia allí parten, para interiorizarse de los detalles y conocer a la viuda del noble Montmirail (Natalie Baye) y a su hijo (Jonathan Zaccaï), dando paso a una intriga paralela que suma la hipótesis de pasados amoríos.
El resultado final entretiene y, en especial sobre el final, emociona. Es evidente que gran mérito de la historia es trazar un cuadro bastante veraz de la situación social, económica y política de la Inglaterra de la época. Todas las actuaciones son brillantes, aunque se destaca, por su calidad de intérprete, la presencia magnética de Smith.
Fuente: Página 12, Ezequiel Boetti, Jorge Montiel, Clarín.
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