
Un musical argentino, una animación, una comedia, una de terror coreana, y una argentina más: “Panash”, “Hékate”, “Liga de Supermascotas”, “Una villa en la Toscana”y “La habitación del horror”, las nuevas pelis que llegan a las salas de Rosario y aquí como siempre una selección de reviews para elegir que ir a ver.
“Una villa en la Toscana”

El debut detrás de las cámaras del actor británico James D’Arcy no brilla precisamente por su originalidad, y en su trama de viejas heridas familiares aún sangrantes que podrían comenzar a sanar durante un viaje al extranjero pueden hallarse los mil y un lugares comunes de ese tipo de relatos. El “truco”, por llamarlo de alguna manera, de Una villa en la Toscana es el paralelismo entre ficción y realidad, que le aporta a la película un elemento de interés extra cinematográfico. Liam Neeson es Robert, otrora exitoso artista plástico que luego de la trágica muerte de su esposa colgó los pinceles para dedicarse a la auto conmiseración. Su hijo, el treintañero Jack (Micheál Richardson), está atravesando un proceso de divorcio que, para colmo de males, tiene como corolario la extinción de la galería de arte londinense que dirige desde hace años. Sin trabajo y pronto sin dinero, la solución de Jack es sencilla y práctica, aunque dura de ejecutar: vender a precio vil esa pequeña villa en Italia, en la región de la Toscana, en la cual solía pasar las temporadas de verano junto a su familia.
Padre e hijo, el primero a regañadientes, se ponen en marcha para visitar el lugar y estimar el estado de la casa, que va más allá de lo lamentable y se acerca bastante al desastre: moho, techos agujereados, ventanas rotas, vegetación tupida en el interior y otras delicias estructurales. Además de un mural de violentos colores que Robert escupió en una de las paredes del living durante un ataque de tristeza, dolor y, es de suponer, bronca, luego del fallecimiento de su esposa. La relación entre Robert y Jack, testigo del accidente cuando tenía siete años, dista de ser armoniosa y durante esas pocas semanas italianas las discusiones, pases de factura y rencillas están a la orden del día. Neeson y Richardson son padre e hijo en la vida real, y la mujer del primero y madre del segundo, la actriz Natasha Richardson, falleció en un accidente de ski en el año 2009. Ese eco de la realidad reencauzado por el guion de D’Arcy suma una capa dolorosa, que desaparece por completo si el espectador desconoce el dato.
Es que Made in Italy (su título original) no escapa a los clichés “inspiradores” y tampoco al romance veraniego como reflejo de las segundas oportunidades. Cuando Natalia (Valeria Bilello), mujer separada, madre, dueña de un restaurante construido desde cero con esfuerzo y tenacidad, aparece a los veinte minutos de proyección ya puede suponerse que allí habrá una línea narrativa a desarrollarse sin prisas ni pausas. Amable, poblada por personajes secundarios virados a los tonos del alivio cómico (la pareja de posibles compradores está pasada de rosca), con la previsible “italianidad” en choque con la flema inglesa, Una villa en la Toscana ofrece una buena cantidad de postales de los más bellos parajes de la región donde fue filmada. Es siempre un placer, además, apreciar como Neeson es capaz de construir un personaje tan amargado como encantador con tan pocos elementos. No es mucho, pero es algo. En los Cines del Centro.
“Panash”

Hace unos cuatro años, C.R.O publicaba en sus redes una foto de él en un ataúd y la noticia de que Panash, “la película del rap y trap argentino” según su subtítulo, empezaba a rodarse. El forzado impasse cultural que significó la pandemia, o simplemente un estirado proceso de posproducción, llevaron a la película a estrenarse ahora, en julio de 2022, en simultáneo en salas como el Gaumont (¡con 4 funciones diarias!) y en streaming, a través de Prime Video. Además, tuvo su premier en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, en la categoría de banda sonora original, por el soundtrack a cargo de Negro Dub.
Dirigida por el alemán Cristoph Behl (El desierto), la película abre con material de archivo: saqueos, helicópteros sobrevolando la ciudad, represión policial. Si bien la sinopsis reza que el film transcurre en “una Buenos Aires distópica”, no es necesario leer ningúna historia de ciencia ficción para hacerse la idea de ese panorama y lo que implica: hay historia real de sobra y dolorosamente reciente.
La ciudad prendida fuego y un grupo de amigos llevando el cajón de uno de los suyos, como aparente consecuencia del gatillo fácil. “Aparente” no porque se le dé el beneficio de la duda al accionar de la yuta, sino porque en la película los hechos no llegan a desarrollarse del todo, porque cuando la trama va levantando vuelo se pasa a otra cosa, porque lo bueno se queda corto (las interacciones entre los colegas del barrio) o porque el inverosímil raya lo paródico (aquellos diálogos infantiles entre Panash y Ciro, cuando ella le confiesa a su mejor amigo que está interesada en alguien).
Una vez que la película se instala en tiempo y espacio, apura el mic y se mete en las batallas de freestyle. Un galpón sin mucho adorno (como fueron las competencias en su principio) y estrellas haciendo cameos entre truco y truco: vemos a Coscu y Replik como jurados, un Trueno pre Atrevido desafiando a su oponente, también Sony, Stuart y Zaina. La cosa es que llega un nuevo pibe al barrio y una sola mirada con su coprotagonista bastará para asentar la historia romántica que rodea el relato.
Un triángulo amoroso que tracciona por barras pero a falta de un guión que sepa desenvolverlo queda torpe y a medio camino. Referencias reales o guiños poco sutiles en los nombres de los protagonistas: en lugar de CRO, el personaje de Homer el Mero Mero se llama Ciro. Mientras que a Isidro lo apodan “Isi” -cualquier similitud…-, y lo representa Lautaro LR, quien antes de cantante es reconocido por su trabajo de actor en películas como Mi mejor amigoo, más reciententemente, por su rol de Estalone en la serie El marginal).
Isi llega casi de casualidad, ficha a Panash (la rapera Real Valessa) y enseguida entenderá que carece del (aparente) único recurso para conquistarla: las rimas. Pedirá ayuda al tuerto, a Ciro, un Homer relajado y divertido, que decide dejar en remojo su piel de rapero duro para frasear con ternura. Hay elementos compartidos entre personaje y actor amateur para Homer: el nacer y criarse en un barrio marginal, el crecer sin lujos, ranchar con amigos, sustancias a la orden del día y todos los tatuajes que se mantuvieron sin maquillaje para el rodaje. Sí, incluso el de “Macri gato”, que Lucas lleva en su antebrazo izquierdo.
Pero no es ésta una épica de bros pedagógica con un posible homoerotismo. El orgullo de Ciro no permitirá ninguna enseñanza rapera -¿se puede enseñar a rapear?- sino que se hará pasar por él, improvisando en audios de WhatsApp con una absurda distorsión de voz, que en menos de lo que tarda en reaccionar un youtuber a la canción del momento alcanzará para que Panash compre al payador enmascarado y se enamore.
En medio de toda carencia, las amistades son las que motivan. Al junte mencionado se le suman otros popes: Dani Ribba y el Peke77, quien a pesar de tener unas pocas líneas de diálogo, es entrañable, porque es justamente puro Peke. Se lo puede imaginar al uruguayo hablando así con sus ñeris en cualquier esquina.
Los pibes se encuentran a pegar birra entre el hambre, la indiferencia política y las imágenes de violencia policial en Capital Federal (o “el Centro” para los personajes de esta peli que se filmó en Fuerte Apache y que, aunque no especifique, se entiende que sucede en el conurbano bonaerense). Y entienden que no queda otra: hay que salir a la calle, al punto más álgido del caos.
Calzados o no, deciden todo con una liviandad inverosímil, al igual que en la escena donde negocian amigablemente armados -valga el oxímoron- con el chino del supermercado para pedirle comida. Hay un acuerdo que tiene el mismo tenor de una falta mal cobrada en un partido de fútbol. El equipo de turros se mete en el rally porteño y, como no cabía otra posibilidad, acaba en tragedia. Eso sí: final de culebrón y que se pudra.
Las inconsistencias de Panash tienen que ver con que no termina de ser ni una cosa (una película de ficción con un elenco de raperxs) ni mucho menos la otra (un documental). Este híbrido desaprovecha caminos interesantes, como profundizar sobre la complicidad entre los amigos que se encuentran a rimar o pasar el rato, o la construcción de una canción y su proceso de composición. Enceguecido por la marquesina de contar en el cast con nombres grandes, pierde potencia.
¿Por qué? Es mucho más poderosa la imagen de Homer el Mero Mero rapeando que la del carilindo de la historia (Isi) apuntando nervioso un arma. A fin de cuentas, fue la música el fierro que les permitió sobrevivir, la herramienta que los sacó de la mala y a más de uno le implicó un ascenso social y un crecimiento que va mucho más allá de lo económico.
De hecho, estos productos audiovisuales funcionan como un objeto más de la factoría del trap y el rap contemporáneo. Se celebra porque, como dice el disco del colombiano Crudo Means Raw: “Todos tienen que comer”. Y si bien esta película deja claro -aunque con un subtítulo ambiguo- que no es biográfica, es una pena que con la realidad tan rica e impresionante (“de película”) que cargan la mayoría en sus espaldas, no hayan sabido aprovecharla. O hayan elegido no hacerlo. En El Arteón y en El Cairo.
“La habitación del horror”

Las criaturas de los inframundos dispuestas a saldar cuentas pendientes de su vida en la Tierra no son potestad exclusiva del cine de terror estadounidense, como demuestra esta producción surcoreana que, si no fuera por sus intérpretes de ojos rasgados, tranquilamente podría ser una producción de Hollywood.
La habitación del horror comienza con una filmación “casera” de 1998 en la que se observa una suerte de ritual que termina de la peor manera: con su protagonista degollándose con un cuchillo afilado. Corte a un presente que encuentra a un padre viudo –su esposa murió meses atrás en un accidente de tránsito– mudándose a un amplio caserón junto a su pequeña hija Ina. Las cosas se corren de los carriles normales apenas llegan, cuando la pequeña empiece a comportarse de manera extraña, como si estuviera ocultando algo, y el padre escuche sonidos en su habitación que no los genera ella.
Los motivos de lo paranormal hay que buscarlos en el clóset del título original. A la manera de Poltergeist, sus puertas son la entrada a un inframundo donde convive un grupo de chicos. Luego de la desaparición de Ina, ese padre desesperado iniciará un largo recorrido –que incluye la visita de un espiritista y un viaje hasta el medio del bosque, donde hay alguien que puede ayudarlo– con el objetivo de saber de qué se trata, qué hay “del otro lado” del placard.
Guionada y dirigida por Kim Kwang-bin, La habitación del horror recorre las postas habituales de este tipo de relatos, incluyendo algunos sustos de rigor y varias vueltas de tuerca que lentamente irán completando el rompecabezas, aunque adosándole a partir del Ecuador del metraje algunas situaciones propias del melodrama –con los ecos del tránsito del duelo– y el suspenso que enriquecen lo que hasta entonces era una película apenas discreta. Se puede ver en Showcase, Hoyts, Cinépolis y Monumental.
“DC Liga de Supermascotas”

Y sí, están todos, empezando por Superman, y en algún momento sumando a Batman, Wonder Woman, Aquaman, The Flash, Linterna verde y Cyborg. Y no, no son ellos las supermascotas del título, sino que los animalitos son quienes deben rescatar a los superhéroes en esta comedia de aventuras animada.
DC Liga de Supermascotas arranca con un cachorrito lamiendo el rostro a un bebé. No, no es en la Tierra, sino en un planeta lejano. Y sí, el bebé se llama Kal-El, y viajará enviado por sus padres a la Tierra, no antes de que su mascota perruna Krypto (¡!) se cuele en la minúscula nave espacial.
Ya grande, el bebé se convirtió en Superman, y Krypto sigue siendo su mejor amigo. Hasta que su dueño un día decida no quedarse con él a disfrutar del programa de TV favorito que suelen compartir, porque tiene pensado pedirle matrimonio a Lois Lane.
Pero, y si no hay pero no habrá conflicto, antes de que esto suceda Superman es despojado de sus superpoderes por una conejilla de indias Lola, que ya se imaginan quién es su dueño, y para peor, también Krypto pierde sus poderes que ingiere una dosis de kryptonita.
A no temer, porque Krypto apelará a los animales del refugio que conoció hace poco: el perro Ace, una cerdita, una tortuga que no ve a 10 centímetros, y una ardilla cobarde, quienes, caramba, quién lo hubiera dicho, sí adquirieron superpoderes por una dosis de kryptonita… naranja. Y antes de que digan qué perros, prepárense para disfrutarla con los chicos. Ya se sabe que una película con animales es fácil de comprar para los más pequeños. La película tiene humor, pero no en un nivel exagerado, tiene acción, pero tampoco es una de los hermanos Russo (las últimas Avengers y El hombre gris) o las Wachowski (todas las de Matrix), y sí, tiene suficientes referencias al universo de DC Comics como para que los hermanos mayores, primos, tíos y padres queden enganchados. Batman, con la voz gutural de Keanu Reeves, diciendo, secamente “Extraño a mis padres”, es el mejor ejemplo.
Bueno, claro que para escuchar las voces originales de John Krasinski (Superman), Dwayne Johnson (el perro Krypto), Kevin Hart (el perro Ace), Keanu Reeves, Kate McKinnon (conejilla de Indias) y Olivia Wilde (Lois Lane) habría que buscar con lupa las salas que la exhiben con subtítulos, y tal vez en horario nocturno. Si las encuentran, me avisan, porque no las hallé. En todos los complejos de cine de la ciudad.
“Hékate”

No es casual el título del nuevo largometraje de Nadia Benedicto: más allá de su nula relación con la mitología griega, la elección de una de las “titánides” atenienses más veneradas –diosa de la protección, la magia y la brujería– apunta en una dirección poética y, si se quiere, simbólica. En Hékate conviven las ambiciones del thriller de violación y venganza, el drama social y algunas pinceladas pseudo fantásticas, estas últimas ligadas a la infame cacería y quema de brujas del pasado como ejemplo acabado de la violencia hacia las mujeres santificada socialmente.
Benedicto, que había abrazado cierta sutileza en su anterior Interludio (2016), la abandona ahora por completo desde el minuto uno de proyección, cuando Kira, la paseadora de perros interpretada por Rosario Varela, termina cenando en la casa de una pareja de clientes. Helena (Sabrina Macchi) recibe toda clase de abusos verbales de su pareja Juan (Federico Liss), tan desagradable en su construcción “típicamente masculina” que sólo le cabe el mote de El Estereotipo. Pero eso no es todo: Juan deja las palabras hirientes y, como quien no quiere la cosa, pasa a la acción, violando a Helena con Kira como testigo amordazada e inmovilizada. Entonces Hékate entra de lleno en el terreno del cine de género, con la dupla de mujeres transformadas en una suerte de Thelma y Louise de las pampas, el tipo atado y narcotizado en el asiento de atrás (todo un tema el de conseguir, en plena noche y sin receta, una fuerte anestesia), en huida hacia alguna parte porque el guion así lo indica. Es la primera señal de algo que el film evidencia crecientemente a medida que avanza hacia el desenlace: las ideas, las intenciones, el discurso, estarán por encima de los personajes, las vicisitudes y el así llamado verosímil. El problema no es otro que el tono general, grave y realista, que impide que el disparate extremo de las situaciones respire libertad catártica.
Luego de una escena de liberación sexual que no hace más que replicar las formas y la ubicación temporal en la narración de tanto revolcón heteronormativo en cientos de películas de los años 80 a esta parte, la aparición de un cuarto personaje, una joven de un pueblo de provincia encarnada por Julieta Brito, cierra el último vértice del aquelarre por venir. Que será también rito y sacrificio, espejo invertido de las quemas de hechiceras del pasado, y punto de quiebre para quien desea, de una vez y para siempre, romper con la violencia cotidiana. La fotografía nocturna de Cecilia Tasso encuentra el camino para envolver el relato con un hálito de misterio y tensión, pero las intenciones de Hékate están tan ostensiblemente marcadas por la agenda, y sus criaturas delineadas de forma tan esquelética, que el resultado no puede sino describirse como una puesta en escena trivial de un grito de dolor y rebeldía genuino. En el Arteón.
Fuente: Página 12, Camila Caamaño, Otros Cines, Ezequiel Boetti, Diego Brodersen.
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