Dólar

Dólar Oficial:$892.5 / $892.5
Dólar Blue:$1015 / $1035
Dólar Bolsa:$1012.7 / $1015.7
Dólar Contado con liquidación:$1051.2 / $1054.5
Dólar Mayorista:$870 / $873
Todo Show

Un estreno oscarizado y seis más llegan a los cines de Rosario

“Los espíritus de la isla” con 9 nominaciones al Oscar y Colin Farrell al frente, se conoce esta semana en la ciudad junto a las argentinas “Bahía Blanca” y “La luz mala”. BTS vuelve a los cines remezclado más “Rock Dog 3”, “Llaman a la puerta” de M. Night Shyamalan y “Alcarràs”. Como siempre una selección de reviews y donde verlas, porque el cine se ve en el cine.

“Los espíritus de la isla”

Seguramente el suceso de 3 anuncios por un crimen (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, 2017) explica la anomalía de que una película como Los espíritus de la isla forme parte de la Competencia Oficial de Venecia. Contra la clara tendencia de acumular en esta sección películas de Autores (sí, con mayúsculas) y/o de “tema importante”, estamos en este caso frente a una comedia, más allá de cierta dimensión política que el film también tiene.

Martin McDonagh vuelve a poner en pantalla la perfecta química de la pareja central de la recordada Escondidos en Brujas, de 2008. Bromance declarado como aquella, el dúo compuesto por Colin Farrell y Brendan Gleeson (Pádraic y Colm, respectivamente) parece haber tenido una relación sin contratiempos en el marco del letargo propio de la vida en un pequeño pueblo de la costa oeste de Irlanda. Pero esto está fuera de campo, es el pasado. Lo cierto es que la película -ambientada en 1923- comienza cuando Colm deja claro a su hasta ahora mejor amigo que no le interesa continuar esa relación y que, simplemente, deje de hablarle.

Tratada como una relación amorosa (que efectivamente entendemos que lo ha sido, en lo que hace a la profundidad e importancia del vínculo), la sorpresa es seguida por la incredulidad, la insistencia por recomponer y finalmente la ira. ¿Tendrá lugar en este caso el “re-matrimonio” para cumplir con las particulares reglas del género? No ha de ser aquí donde ello se adelante, pero sí cabe mencionar que eso de la insistencia y las medidas que toma Colm para terminar con el acecho son ciertamente extremas y generan unas cuantas secuencias sangrientas.

La soledad de la vida en una isla, la amistad masculina, la finitud de nuestra existencia (y de los vínculos) y la posibilidad de perdurar a través de la creación artística son algunos de los temas que, sin fintas ni subrayado, McDonagh teje en una comedia que se hace fuerte en la solidez de su pareja central y en los detalles propios del “pago chico”.

La rudeza de los comportamientos genera unos cuantos momentos de violencia inolvidables, pero también de humor que funciona de manera aceitada. Y ello sin perder la mirada empática y cariñosa hacia el devenir de los protagonistas de esta película que sabe en buena ley evitar la metáfora y la fábula, por más que aluda a ciertos elementos o criaturas fantásticas. En Cines del Centro, Hoyts y Showcase.

“Alcarràs”

Es innegable que a lo largo de la última década, el cine español ha tenido una cosecha abundante de títulos cuyas historias se han movido por latitudes, estaciones y edades muy similares. De tal modo que las ya conocidas como “películas de verano en el pueblo” podrían considerarse como un género fílmico en sí mismo: Ojos negros, de Marta Lallana, Ivet Castelo, Iván Alarcón y Sandra García; La vida sense la Sara Amat, de Laura Jou; Les Perseides, de Alberto Dexeus y Ànnia Gabarró; Libertad, de Clara Roquet; La inocencia, de Lucía Alemany, incluso algunos tramos de Las niñas, de Pilar Palomero, y por supuesto, Estiu 1993 / Verano 1993, de la propia Carla Simón.

Estamos ante films bañados en el calor veraniego intenso y en el sudor que producen los juegos infantiles; narraciones marcadas por momentos observacionales dilatados en el tiempo. Por todo esto, y por el deseo compartido de operar con la cámara a través de la mimetización de la mirada de las jóvenes protagonistas; niñas o adolescentes cuyos procederes y cuya manera de encajar sus propias vivencias canalizan las tesis de un texto focalizado en el abordaje de un gran tema. La pérdida de un ser querido, el primer enamoramiento, el dejar atrás la niñez (en un contexto de educación y culpabilidad cristiana) o las diferencias entre clases sociales resultan cruciales en la construcción de relaciones de amistad inevitablemente marcadas por el sentido de propiedad…

Lo mismo sucede con el nuevo trabajo de Carla Simón, a quien hay que mirar como una de las autoras clave en la eclosión de dicha corriente. Alcarràs nos sitúa en la población del título, un núcleo rural cerca de Lleida, la capital de la provincia. La película abre con una serie de planos generales de los caminos de tierra y los cultivos que allí articulan la vida. Tomas iluminadas y escuchadas de forma natural: calentadas suavemente con la luz anaranjada del Sol, pero también refrescadas con un viento que mece suavemente esa vegetación domesticada. Un paisaje que transmite paz, pues todo en él parece estar en equilibrio, pero -como descubriremos a continuación- a poco que se escarbe en esta tierra saldrán las tensiones que fluyen por debajo, cual lagos de aguas subterráneas.

De repente, la calma se va al traste: una niña juega con sus dos primos. Ninguno de los ahí presentes debe alcanzar los diez años de edad y, claro, se relacionan con el mundo (y entre ellos) con el ruidoso éxtasis de quienes todavía sienten como un descubrimiento increíble todo lo que ven y oyen. Y, por supuesto, todo lo que se imaginan. Los tres pequeños han encontrado un coche abandonado en medio del campo, tan viejo que en su cristal trasero ya casi se han desteñido del todo sus pegatinas decorativas: un nostálgico recuerdo de los “Tazos”, aquellos coleccionables que monopolizaron las competencias estudiantiles en los recreos de España, allá por la década de los ’90. El caso es que, gracias a la incontenible energía de estos personajes, el vehículo destartalado se ha convertido en una magnífica nave espacial que surca los confines del universo.

El único efecto especial utilizado para que esta aventura fantástica cobre vida es el de los saltos y gritos de los niños. La cámara de Carla Simón se contagia de su fuerza cinética y parece que se debate entre el mirar y el participar en dicho juego… hasta que un desagradable estruendo ahoga las voces de los intrépidos cosmonautas. Una grúa entra en escena y agarra con fuerza el coche, y lo hace “volar”… para despejar el terreno que estaba ocupando; una explanada que muy pronto será ocupada por paneles solares. Ahí está ese gran tema: la muerte del medio rural; de un modo de vida en el que antes se cultivaba la tierra y ahora se almacena la luz del Sol. Es el eterno conflicto entre el ayer y el hoy, un combate desigual cuyo resultado se conoce de antemano; lo que está por verse es hasta qué punto se podrá prorrogar lo improrrogable.

Alcarràs es por ello una película cuyo relato fija un marco “macro”, pero la escala desde la que trabaja es “micro” hasta el punto en que tras dos horas de metraje se puede hacer el recuento y llegar a la conclusión de que los planos paisajísticos de apertura seguramente sean los únicos momentos en los que no hemos estado en compañía de alguno de los protagonistas de esta historia. Estos son los miembros de la familia Solé, tres generaciones de un árbol genealógico que ha echado raíces en una finca que, en principio, no les pertenece. El campo donde trabajan fue una cesión que una familia adinerada concedió al abuelo en tiempos de la Guerra Civil. Un “contrato de palabra” que evidentemente no consta por escrito, y que consecuentemente está a punto de ser llevado por el viento; por los inamovibles designios del destino.

Queda solo una cosecha, una más, la última, antes de que el mundo imponga una lógica contra la que no se puede luchar, porque contra ella, como se ha dicho, no hay victoria posible: “Trabajar menos, ganar más”. Dulces promesas traídas por nuevos modelos económicos y energéticos; a lo mejor, la única salida digna de la ecuación irresoluble en la que se ha convertido la agricultura en determinados territorios. Pero, claro, nada ni nadie puede maquillar esta espantosa evidencia: la salvación es el fin. Carla Simón se asienta en mecanismos reconocibles de ese cine de “veranos en el pueblo”, pero contraviene algunos de sus principales mandamientos. La cámara ya no está de paso, sino que se instala en dicho ecosistema y allí salta constantemente de un punto de vista al otro.
Empieza la campaña de recogida de duraznos y la familia Solé, junto a un grupo de temporeros, se pone manos a la obra. Carla Simón sigue con atención detallista cada uno de los pequeños procesos que marcan este gran ritual de la tierra, incidiendo en la dureza del trabajo en el campo, pero distendiéndose también en los momentos de respiro que este permite. Del mismo modo, los niños siguen en lo suyo, trasteando entre los árboles y, cuando toca, quedándose hipnotizados ante el cuento que narra una tía-abuela. Esta suerte de arca memorística del pueblo recuerda a la gente que se fue y a la que todavía está ahí, y la cámara sigue moviéndose, contemplando cestas rebosantes de frutos y manos perdiéndose entre las hojas. El montaje de sonido, lógicamente naturalista, modula la intensidad en la voz de la “tieta”, dependiendo de la distancia a la que se encuentre, respecto al punto de observación.

Su voz nos lleva a los ojos del abuelo, el “avi”, quien parece que va a hablar, pero no, de momento prefiere seguir mirando. Cuando finalmente abre la boca, es para que su nieta se queje cariñosamente: “¡Avi, esta historia ya me la contaste!”. Pero no importa, él la vuelve a contar y ella, encantada, la vuelve a escuchar. En la mayor parte de tiempo, Alcarràs se comporta exactamente así: como esa batallita, ese olor, ese sabor y esa sensación que ya experimentaste, pero a la que podrías volver siempre, en cualquier momento, hasta quedarte a vivir allí. El seguimiento generacionalmente transversal que propone su narración se descubre como una especie de río de estímulos filo-proustianos: las brasas para cocinar “cargols”, las tardes somnolientas ante la tele, los labios del padre deformándose para beber vino de un porrón… ¡formidable espectáculo!

Conexiones directas con este pasado que está quedando enterrado, pero también con un presente que no ve por qué debería quedarse anclado en la melancolía. Un tema popular, cantado en un catalán difícilmente comprensible para la gente de ciudad, deja paso a una versión del Ton pare no té nas, interpretada por un coro episcopal; después, el sonido infernal de las grallas entona aquel mítico tema de la Companyia Elèctrica Dharma, y luego vemos a unas chicas ensayando una coreografía reguetonera, hasta que cae la noche y el ska dels països catalans suena con fuerza en la plaza del pueblo… hasta que ya solo quedan los pocos valientes que, con los golpes atronadores de fondo de greatest hits del tecno, aguantarán en pie, esperando la llegada de un nuevo día con los lentes de sol ya puestos.

Los ritmos y las líricas de la vida a través de música diegética, la que está realmente en una escena coherentemente poblada por actores que no lo son. Gente “de verdad”, lo dice su cara y su manera de hablar, y la manera con la que se relacionan entre ellos. Aquel de ahí, por ejemplo, no es Sergi López sino Jordi Pujol Dolcet, que no queda claro si está interpretando el rol del pater familias o si se limita a continuar en el rodaje con la vida que lleva fuera de él. Alcarràs es una ficción, no hay duda, pero casi siempre se mueve como un documental de Franco Piavoli, el maestro eternamente instalado en la arcadia rural. El set como ecosistema autónomo; de hecho, parece que cada escena esté pensada solo al principio; que a partir de un punto de partida pactado adquiera vida propia y se mueva con la misma libertad que aquellos niños en el “coche-espacial”.

Carla Simón y la sublimación de la mirada omnipresente, pero para nada omnipotente. Está en todos lados, pero igualmente se le pierden conversaciones y decisiones importantes: su actitud no-intervencionista late en la manera en que la película se deja desbordar por la vida que la rodea, sin nunca tratar de situarse por encima de ella. La altura de la cámara la marca el personaje; el momento por el que este pasa. Del mismo modo, el guion firmado junto a Arnau Vilaró está llevado por el convencimiento de que nada es definitivo y de que, hagamos lo que hagamos, la vida va a seguir. Para bien y para mal. Por todo esto, ningún personaje recibe la condena de sus creadores, ni tampoco la alabanza desproporcionada. Todos cuentan, esto sí, con su cariño. No es naïf y, desde luego, tampoco es fatalista; son las emisiones humanistas de esa energía que tanto reconforta, la que solo puede encontrarse en una familia cuyos miembros se quieren. El paraíso es esto. En los Cines del Centro.

“La luz mala”

La película dirigida por Carlos Kbal que narra la historia de dos hombres que persiguen la posibilidad de vida extraterreste en Argentina luego de la caída de un supuesto ovni. Se trata de un film que entrelaza la ficción con la comedia y llega este jueves al Arteón. Jorge Román y Horacio Fernández son los actores que encarnan a dos esforzados periodistas de radio que subsisten a duras pena. Con la caída de un supuesto ovni en la provincia, esperan hacer un programa sobre el fenómeno y saltar a la televisión, acompañados por la periodista de la capital que compone Giselle Motta.

Sobre su estilo a la hora de escribir la película, Kbal señaló la utilización del humor absurdo, algo que para él “es intrínseco a mi forma de escribir”. “No lo noté yo, me hicieron ver este detalle, personas que leyeron mi libro de cuentos ‘Caramelos sueltos’ y luego vieron ‘La luz mala'”, consideró.

La gran cantidad de películas sobre historias en Buenos Aires y alrededores hizo que las tramas originarias de otras provincias queden invisibilizadas. En ese sentido, al tratarse de una producción correntina, el director habló sobre hacer un film que transcurre en Corrientes y la falsa visión que hay por parte de las urbes hacia los pueblos y ciudades del interior.

“Hay algo que mamé de chico y es que cada vez que se lo pinta al correntino en una película, sobre todo con directores foráneos, se cae en el costumbrismo con el gaucho, la casita de barro, etc., una mirada que nunca me gustó. Nosotros siempre estamos trabajando en el interior de Corrientes y eso lo que intenté reflejar en la película”, expresó.

Y agregó: “Definiría a la ‘correntinidad’ como una forma de vivir, de hablar y de manejarse ante diferentes situaciones. Creo que viene de la influencia guaraní, que es bastante similar a la forma de ser chaqueña, formoseña y también paraguaya. Es decir, son similares, pero tienen sus propias particularidades”. En el Cine Arteón.

“Bahía Blanca”

Mario, docente universitario, utiliza una investigación sobre el escritor Ezequiel Martínez Estrada para huir de su pasado. Establecido en Bahía Blanca, la nueva ciudad parece ser el lugar ideal para el olvido, hasta que un encuentro fortuito con un viejo amigo desencadena el peor de los peligros. Basada en la novela homónima de Martín Kohan, este jueves llega a los cines la intensa e hipnótica Bahía Blanca, dirigida por el debutante en ficción Rodrigo Caprotti y protagonizada por Guillermo Pfening y un elenco que incluye a Elisa Carricajo, Javier Drolas, Ailín Salas y Marcelo Subiotto, entre otros.

Pfening es Mario, un docente universitario a quien le autorizan un viaje a la ciudad que da nombre al film para realizar una investigación sobre Ezequiel Martínez Estrada, pero que en realidad es su posibilidad de escape del pasado. En el lugar se topará con un viejo conocido (Drolas) y a partir de ahí todo cambia. El guion, de Caprotti, Bárbara Scotto y Nicolás Allegro funciona a la perfección y se puede ver en El Cairo.

“Rock Dog 3: Rockeando Juntos”

La saga animada de Rock Dog — hasta el momento, una trilogía, pero con la puerta abierta para más entregas — fue alterando su equipo con cada film y esos cambios bruscos se fueron reflejando en las diversas historias protagonizadas por Bodi, el perro protagonista cuyo sueño siempre fue el de abrirse paso en la industria musical. El primer largometraje fue el más logrado, con un director interesante como Ash Brannon (Reyes de las olas), y con las voces en su versión original de J.K. Simmons, Sam Elliott, Matt Dillon y Luke Wilson, como el perro rockero. En 2021 llegó su secuela, Renace una estrella, con Mark Baldo como realizador, voces renovadas (Wilson se fue para no volver) y la historia de Alec Sokolow, coguionista de Toy Story, centrada en la concreción del anhelo de Bodie y su alejamiento del entorno familiar, una comedia musical sin demasiadas aspiraciones que se quedaba a mitad de camino entre la crítica a la industria y el abordaje sentimental de la relación del perro con sus seres queridos.

La flamante Rock Dog 3: rockeando juntos presenta, otra vez, modificaciones en su tándem, con Anthony Bell (Adult Swim) como director de esta entrega que tiene una primera hora muy atractiva, con Bodi sumándose como jurado y coach a un cruel certamen de canto y su lucha por hacerles encontrar “la armonía en la música” a las integrantes de una girl band que perdió el rumbo. La propuesta, aggiornada para los tiempos que corren, cuenta con canciones pegadizas y diatribas filosas sobre la complejidad de ser genuino cuando se fomenta lo prefabricado. Sin embargo, sobre el final, Rock Dog 3 cae al incluir caprichosamente escenas de aventura que no aportan demasiado y que estiran el metraje más de lo necesario. En todos los complejos de la ciudad.

“Llaman a la puerta”

Debe haber pocos directores de cine tan desparejos como M. Night Shyamalan. El realizador que se consagró con Sexto sentido puede hacer otras grandes películas de suspenso, como El protegido o Fragmentado, y caer y derrumbarse con Glass, El fin de los tiempos o Después de la Tierra. Bueno, Llaman a la puerta está ahí de integrar el segundo grupete. Hay siempre un común denominador en sus realizaciones. Y no hablamos de que siempre hace un cameo, una aparición, como le gustaba a su adorado y plagiado Alfred Hitchcock. Los suyos son filmes de suspenso intrigantes, que pueden empezar con algo que descoloca (la gente que se suicida no más arranca El fin de los tiempos, por caso), siempre tienen sorpresas o una vuelta de tuerca al final.

Llaman a la puerta, una película prácticamente rodada en la cabaña del título original (Knock at the Cabin, a la vez basada en la novela The Cabin at the End of the World, de Paul Tremblay) está protagonizada por Dave Bautista (Guardianes de la galaxia), cuya enorme contextura contrasta con la de Wen (Kristen Cui), la niña de 8 años. Leonard se le acerca sigilosamente en el bosque, donde ella está atrapando saltamontes.

Hablan, pero Wen percibe, olfatea el peligro cuando tres compañeros de Leonard aparecen con armas improvisadas y empiezan a perseguirla. Wen entra a la cabaña, donde sus padres Eric (Jonathan Groff) y Andrew (Ben Aldridge, de Fleabag, que salió del closet hace pocos años) pronto escucharán el golpecito a la puerta. E irrumpen en la cabaña, y los atan. Son Leonard, maestro, Redmond (Rupert Grint, de Harry Potter), la cocinera Adriane (Abby Quinn) y la enfermera Sabrina (Nikki Amuka-Bird). Los cuatro tienen una propuesta a la familia. Ellos tuvieron visiones compartidas de catástrofes globales. El Apocalipsis llegará al día siguiente, si la familia homoparental no realiza un sacrificio.

Los papás y Wen deben decidir quién morirá entre ellos tres. Habrá que matarlo, porque no vale el suicidio. Las preguntas empiezan a sumarse, encimarse y a ocupar tal vez, más del espacio que debería. ¿En serio el planeta sucumbirá si la familia no realiza el sacrificio? ¿Los recién llegados, el cuarteto de la muerte, sufren psicosis? ¿Cómo puede ser que uno de los atacantes haya tenido relación con la familia? ¿Eh?

Película políticamente correcta, la pareja gay ha estado haciendo “sacrificios” para poder mantener su estilo de vida. Pero lo que le piden es demasiado. Es Groff quien le pone más carga emotiva al asunto, y Bautista, del otro lado de la grieta, impresiona bien como el tipo intimidante, pero comprensivo. Como decíamos, Shyamalan es dispar, y no siempre apela a los giros inesperados al final de sus películas. Aquí la cosa no es darse cuenta de que el personaje de Bruce Willis estaba muerto, o quiénes son los simpáticos abuelitos que los nietos visitan en Los huéspedes.

Aquí, una vez que se descubre por qué el cuarteto irrumpe, y que irán a inmolarse de a uno si la familia no realiza el sacrificio, se acaba el misterio, las expectativas disminuyen y lo que pase o deje de pasar interesará menos. En los complejos de la ciudad.

“BTS: Yet to come”

RM, Jin, SUGA, j-hope, Jimin, V y Jung Kook protagonizan este filme, reeditado y remezclado para la gran pantalla. Incluye primeros planos inéditos y una nueva perspectiva de todo el concierto “BTS Yet To Come in Busan”. Incluye grandes éxitos de la carrera del grupo como Dynamite, Butter e Idol, además de la primera interpretación en concierto de Run BTS, perteneciente a su último álbum, Proof. En Cinépolis y Hoyts.

Fuente: Diego Batlle, Otros Cines, Víctor Esquirol, FILMAFFINITY, Haciendo Cine, La Nación, Milagros Amondaray, Pablo Scholz, Clarín.

 

Comentarios

5