
La Usina de Datos de la UNR presentó un informe detallado sobre la situación de la Seguridad Social y el costo de vida en la provincia de Santa Fe. En diálogo con Antes de Todo, la coordinadora del organismo, Paula Durán, explicó que si bien existe un leve aumento del 0,4% en los aportantes a ANSES, el dato esconde una realidad preocupante: no crece el empleo genuino, sino el cuentapropismo por necesidad.
Según el relevamiento de mayo de 2025, la provincia cuenta con 795.704 aportantes. Sin embargo, Durán aclaró que este incremento se debe exclusivamente al sector de los monotributistas. “Hay una caída en el empleo de dependencia privado y en el sector público; lo que crece son las formas de empleo vinculadas al monotributo tras el cierre del monotributo social”, sentenció la especialista.
Jubilaciones: el miedo a la reforma
Otro dato que llamó la atención de los investigadores es el aumento de personas que deciden jubilarse apenas cumplen la edad mínima (60 años las mujeres y 65 los varones). Paula Durán señaló que muchos trabajadores están adelantando su retiro ante los anuncios de posibles reformas previsionales. “Temen un cambio de régimen y prefieren asegurar su jubilación ahora, aunque la ley les permita seguir activos hasta los 70”, explicó.
Vivir en Rosario: los números que asustan
La Usina de Datos también actualizó los valores de las canastas básicas para noviembre, con un aumento del 2,7% mensual:
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Canasta Básica Alimentaria (CBA): Una persona necesita 163.400 pesos solo para comer lo mínimo y no caer en la indigencia.
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Canasta Básica Total (CBT): El monto se eleva a 455.000 pesos por individuo para cubrir servicios, transporte y salud.
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El dato familiar: Una unidad de cuatro integrantes (dos adultos y dos niños) requiere ingresos por 1.350.000 pesos para superar la línea de pobreza en Rosario.
Carne y frutas por las nubes
Aunque el promedio de inflación parece estabilizarse, Durán advirtió que los productos frescos como la carne, las frutas y verduras (papa y cebolla) aumentaron por encima de la media. Esta situación obliga a las familias con ingresos bajos a “comer peor”, volcando su consumo hacia harinas y cereales, dejando de lado los nutrientes esenciales por una cuestión de pura subsistencia.
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