El campeón del mundo volvió a vivir la tensión de un clásico después de muchos años, y se notó. Durante gran parte del partido su actuación fue discreta, con pocas apariciones y sin peso decisivo en el juego. Sin embargo, como ocurre con los grandes, alcanzó una sola acción para dejar su sello imborrable.
A los 36 minutos del segundo tiempo, Martín Fernández cometió una infracción que derivó en un tiro libre lejano y frontal para Central. A simple vista, parecía imposible pensar en un disparo directo al arco. Pero Di María confió, besó el balón y sacó un zurdazo demoledor que viajó a 81,2 kilómetros por hora desde 20,3 metros, para incrustarse en el ángulo superior izquierdo de Juan Espínola. El arquero voló, aunque sólo para adornar la postal de un golazo inolvidable.
El festejo fue pura emoción: se quitó la camiseta, lo gritó con el alma y lo compartió con su familia, que celebraba desde un palco. El Gigante de Arroyito se vino abajo y Di María saldaba así una cuenta pendiente: ganar un clásico con la camiseta auriazul.
Hasta este encuentro, Angelito había disputado apenas dos clásicos: un empate sin goles en el Clausura 2006 y una derrota 1-0 en el Clausura 2007, en el Parque de la Independencia. Esta vez la historia fue distinta: sonrisa plena, victoria y ovación cerrada cuando Ariel Holan decidió reemplazarlo en el minuto final.
El gol también trajo consigo un hito histórico: Di María se convirtió en el primer campeón del mundo en jugar un clásico rosarino con la camiseta de Central. Antes, solo tres futbolistas habían alcanzado ese privilegio, aunque con la casaca de Newell’s: Américo Rubén Gallego, Daniel Killer y Sergio Almirón.
Un partido que quedará grabado no solo por la victoria, sino porque Fideo, con un zurdazo memorable, rompió su propia racha y escribió una nueva página en la historia del clásico.
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