Anya Taylor-Joy, Nicole Kidman y un elencazo en “El hombre del norte”, Daniel Radcliffe, Sandra Bullock y Channing Tatum con “La ciudad perdida”, “Desesperada” con Naomi Watts más una uruguaya son los 4 estrenos que aterrizan en las salas rosarinas este jueves 21 de abril. Como siempre una selección de reviews para elegir que ver en el cine.
“El hombre del norte”

La nueva película de Robert Eggers era una de las más esperadas del año. Se había creado una corriente de genuina y generalizada curiosidad por saber cómo se manejaría el talentoso creador de La bruja y El faro por primera vez con muchísimos recursos a su disposición: una producción de elevada escala, una historia mucho más ambiciosa y un vasto elenco de estrellas.
La elección de una historia tan intensa, brutal, impetuosa y feroz como la que se narra en El hombre del Norte completa el cuadro. Ya sabemos que Eggers no se impone límites ni reservas cuando se decide a explorar los vínculos entre lo real y lo fantástico en escenarios en los que prevalecen los rituales arcanos, los temores religiosos y las conductas primitivas. Por eso, no hay palabra mejor que “visceral”, en su más amplio significado, como síntesis compacta de todo lo que ocurre aquí. Abunda aquí la exposición de cuerpos abiertos y desgarrados en unas cuantas batallas muy cruentas y también el carácter simbólico del término: los personajes se dejan llevar todo el tiempo por comportamientos desbordados y hasta inmanejables desde lo emocional. Sobre todo cuando perciben que es imposible torcer el destino que se les asigna. Por eso, aunque la acción transcurra durante el siglo X de nuestra era en algún lugar de los dominios vikingos, el escenario real es el de una verdadera tragedia clásica no demasiado difícil de comprender. Un rey guerrero regresa al hogar tras una larga campaña con la certeza de que será traicionado y, a la vez, deberá apresurarse para pasar el legado de su corona a un hijo todavía adolescente. El heredero, testigo mudo del instante en que la traición se ejecuta con crueldad en el propio seno familiar, debe escaparse para no quedar arrastrado por ella. Muchos años después regresará para cumplir con su venganza, aunque el plan se torna cada vez más arduo con la aparición de detalles inesperados.
Como en sus películas anteriores, Eggers parte de la certeza histórica para tomar impulso y moverse una vez más a partir de ellas en las difusas fronteras que separan a la realidad del mito. Se apoya en cuidadas referencias visuales y arqueológicas para mostrar cómo se vivía en ese hostil rincón del mundo azotado todo el tiempo por la crudeza del clima y la ferocidad de sus habitantes. Estamos en medio de un universo sellado a fuego por un espiral de violencia que parece retroalimentarse todo el tiempo y no terminar nunca. Quienes hayan visto El faro y La bruja encontrarán aquí marcas parecidas: ritos tribales y brujerías, conductas primitivas, constantes pulsiones sexuales (que hasta incluyen el fantasma del incesto), ceremonias de iniciación y de camaradería, tendencia al exceso. Lo que no se aprecia del todo en El hombre del Norte es aquello que rápidamente convirtió a Eggers en un creador provocativo, original, capaz de crear una fusión nueva y distinta entre varios géneros: el terror, el cine fantástico, el drama histórico. Con la notable ayuda de sus colaboradores habituales (el director de fotografía Jarin Blaschke, la vestuarista Louise Ford, los directores de arte Craig Lathrop y Robert Cowper) y un rodaje en espléndidos escenarios naturales de Islandia, Eggers logra sostener esa atmósfera a través de una sucesión de planos y secuencias de inquietante, magnética y poderosa belleza. Pero detrás de ellas hay aquí menos misterio y sorpresa que en sus obras anteriores. Por más que se asocien, por ejemplo, ciertas conductas humanas a comportamientos propios del reino animal (cuervos, osos, lobos), El hombre del Norte nos cuenta una historia de venganza no demasiado diferente a otras que hemos visto antes. Mucho más sangrienta, eso sí. En un elenco exigido por un gran compromiso físico y anímico, Alexander Skargard y Claes Bang aportan presencia y entrega absoluta. Anya Taylor-Joy se luce en un breve y enigmático personaje de gélida belleza y acento eslavo. Nicole Kidman viste de elocuente teatralidad su inquietante papel, y Björk, Ethan Hawke y Willem Dafoe apenas tienen tiempo para mostrarse. En cuanto a Eggers, queda claro que a ahora dispone de muchos más recursos para contar historias a su manera, pero todavía no termina de acomodarse a esta nueva realidad. Dijo, por ejemplo, que le hubiese gustado que toda la película se hablara en el nórdico antiguo que escuchamos aquí solo en los momentos ceremoniales. Para el resto debió resignarse al inglés que se utiliza cada vez que un cine con pretensiones quiere instalarse en tiempos antiguos o medievales. En el Showcase, Hoyts, Cinépolis, Del Centro y Monumental.
“Desesperada”

Desesperada es el tipo de película contada en tiempo real y sostenida por el preciso incremento de la tensión a lo largo del relato. Un tipo de film en el que siempre sucede lo mismo, por un lado la situación se dilata hasta lo inverosímil, y por el otro, el tour de force de la propuesta termina ahogando al espectador. Amy (Naomi Watts) sale a correr una mañana como tantas otras por el inmenso bosque que rodea el barrio en el que vive. Solo lleva consigo su smartphone para escuchar música. Recibe una llamada del colegio de sus hijos donde hay una situación del estilo de la masacre de Columbine. Desesperada, trata de saber de sus hijos atrapados en el medio de la balacera. Solo tiene el GPS y sus piernas para llegar al lugar a tiempo. Mientras tanto, llama por teléfono a cuanta persona se le ocurre para solucionar el problema desde la distancia.
Es notable la entrega de la actriz y productora del film que soporta toda la película en su rostro. Watts se carga la película al hombro y da sentido al fuera de campo expresado en su cara para crear el clima fatalista de la película. Ella corre, suda, se golpea, se cae y levanta, y sigue corriendo con el corazón de una madre leona. Este tipo de propuestas son geniales en su premisa pero cuesta sostenerlas en el metraje y Desesperada no es la excepción. Sucedía en las mejores Culpable (la danesa original o la remake con Jack Gyllengaal) y en Enlace mortal (Phone Booth, 2002) con Colin Farrell. Las posibilidades de que un único personaje en un único lugar sostenga la película durante toda su duración es muy difícil. En determinado momento el film escrito por Chris Sparling exige un cambio de aire y si eso no pasa, se sofoca. Podemos resumir todo el film a un primer plano de Naomi Watts hablando por teléfono con el bosque de fondo. Es esa imagen la que se reitera hasta el cansancio y genera cierta insatisfacción por ver algo más que nunca llega. Sin embargo Desesperada nos deja una enseñanza de manera colateral: si haces deporte por tu salud física y mental, mejor deja el teléfono en tu casa. Se ve en el Hoyts, en Monumental, Showcase, Cinépolis y Del Centro.
“La ciudad perdida”

¡Ah! La comedia mainstream… campo fértil en el que los frutos más exquisitos y los yuyos germinan con igual facilidad. Un territorio que suelen mirar desde arriba los que se paran en la colina de los géneros serios, los que creen que los comediantes son artistas de segunda, pero se olvidan que las más grandes leyendas del cine, Keaton y Chaplin, aún viven allá abajo. La ciudad perdida, dirigida por los hermanos Aaron y Adam Nee, no solo es ejemplo de una buena comedia mainstream, sino que además sirve para ilustrar el final del arco que realizan los y las comediantes para no ser subestimados. No hay en la actualidad mejor ejemplo que Sandra Bullock, su protagonista, para representar ese arco, que va de su gran popularidad como comediante al comienzo de su carrera, pasando por la búsqueda de prestigio (es decir: un Oscar) como actriz seria, para volver a protagonizar una comedia ligera, como esta, antes de anunciar su retiro de la actuación. No caben dudas de que el éxito de la comedia descansa en sus protagonistas mucho más que en los géneros dramáticos. Eso es porque el límite entre el humor y el ridículo es finísimo y no cualquiera camina con gracia por esa cuerda floja. Y en sus protagonistas se apoya con firmeza La ciudad perdida. No solo sobre Bullock, que interpreta a Loretta, la frustrada escritora de una serie de novelas que combinan las aventuras con el erotismo para señoras. También en su contrafigura, Channing Tatum, otro que debió dar la prueba de las películas serias antes de ser reconocido como un buen comediante. Él interpreta a un modelo que se hizo famoso representando al héroe en las tapas de los libros de Loretta. Los personajes parecen opuestos: ella, reciente viuda, con pretensiones intelectuales y llena de conflictos acerca de su oficio; él, poco cultivado y superficial, aparenta no ser más que una cara (y una figura) bonita. Aunque es una película de fórmulas, todas funcionan bien gracias a un guion ingenioso que, sin ser perfecto, no le da pausa ni al humor ni a la acción, en el contexto de una historia de aventuras ambientada en una exótica isla caribeña (sí, América latina sigue siendo un territorio exótico para Hollywood). Y Bullock y Tatum, más el valioso aporte de Daniel Radcliffe interpretando al villano cuyas ambiciones alteran la rutina de los protagonistas, se lucen, haciendo que la trama avance gratamente. Aunque nunca es conveniente dar demasiados detalles de la historia, es inevitable mencionar los enormes parentescos que es posible encontrar entre La ciudad perdida y otra comedia romántica de aventuras, hoy casi olvidada: Tras la esmeralda perdida (1984), peliculón de Robert Zemeckis con Michael Douglas, Kathleen Turner y Danny DeVito. Quienes la hayan visto no podrán dejar de notar las coincidencias entre ambas. Desde acá se recomienda evitar la tentación de las comparaciones, relajarse y disfrutar. Se ve en todos los complejos de la ciudad.
“Virus 32: La peste”

Un deslumbrante travelling inicial que recorre pasillos, atraviesa paredes, viaja de una casa a otra y termina saliendo al exterior, donde se aprecian signos de un estado de caos, y una mayúscula licencia dramática final, obligan a bajarle un puntito a Virus-32, magnífico relato de terror del uruguayo Gustavo Hernández. En el caso del titánico travelling, porque su única justificación es presentar una serie de personajes, de los cuales sólo dos harán parte de la historia. El cine de género de la otra orilla halló el modo de hacer del máximo minimalismo espacial el trampolín para narrar el encierro, y por lo tanto el terror concentrado y sin salida. El que marcó la tendencia fue el propio Hernández con La casa muda (2010), donde una mujer aislada se veía acosada por presencias que no eran de este mundo, a las que el realizador mantenía obstinadamente fuera de campo. Lo siguieron los realizadores y guionistas Fede Álvarez y Rodo Sayagues, alternándose en esos roles en las muy buenas No respires (2016) y secuela (2021). Ahora Hernández vuelve a lograrlo, en el doble rol de director y coescritor, en esta paráfrasis de La casa muda, más poblada y física que la anterior pero igualmente encerrada. Ahora se trata de un inmenso club deportivo montevideano (aunque esa localización no se explicita, como modo de universalizar una película que no apunta sólo al mercado hispanohablante), que Iris (excelente Paula Silva, en un papel de alta exigencia física y emocional) cuida por las noches. Se ve obligada a llevar a su hija Tata (Pilar García, muy ajustada también) con ella, ya que el padre “olvidó” que ese día le tocaba a estar a cargo. Una vez en el club empiezan a aparecer, en forma furtiva, figuras en la oscuridad cruzando los pasillos, y pronto empezarán a multipicarse. La radio reporta ataques y muertos en las calles, y en un momento dado Tata desaparece. Atravesando vestuarios y canchas de basquet se encontrará con Luis, un desconocido sumamente estresado (Daniel Hendler, más perturbado que de costumbre), que está más al tanto de la erupción de seres contagiados, y que reconoce saber dónde está Tata. Propone un extraño pacto: si Iris la ayuda con el parto de su esposa, que espera junto a unos lockers, él le dirá dónde está Tata. Hay un problemita: la esposa de Luis está atada, amordazada, y se sacude con transpirada furia en una silla. Con acertado criterio, Hernández no pierde ni un segundo en explicar cómo se produjo el virus del título y cómo se transmite. Total, qué importa. Lo único que importa es que los tipos (y tipas) son letales, aunque no anden comiendo gente: no se trata de zombies, sino de infectados. Imitando la economía del realizador, el cronista no perderá tiempo en comentar el carácter de parábola de contemporaneidad, ya que lo que importa no es ni siquiera el virus, sino la mera, mínima situación de heroína e hija amenazadas, y las hordas multiplicándose en el recinto. La cámara de Hernández, siempre móvil (cero histeria), recorre el club entero, generando el curioso efecto de un encierro en movimiento. En otra muestra de inteligencia, el realizador utiliza una cerrada oscuridad (la copia presentada a la prensa, de segunda calidad, tenía planos casi impenetrables de tan oscuros), tanto para crear clima y establecer un tono (la película es muy dark, a pesar de cierta concesión final) como para mantener semiocultos a los atacantes, un poco a la manera de las tres primeras Alien.
Aunque le guste lanzarse en travellings, Hernández no se ata a algún carácter programático (un mal de la época): ver la escena del segundo encierro en una camioneta, narrada con planos fijos y cortes de montaje. La salida final, sumamente ambigua en tanto no está claro si se trata de una liberación o el encuentro a una amenaza mayor, recuerda, y tal vez esté basada, al extraordinario último plano de Los pájaros, donde los Brenner logran escapar en pleno esperanzado amanecer… rodeados de aves inquietantemente quietas. En los cuatro complejos de la ciudad.
Fuente: La Nación, Marcelo Stiletano, Escribiendo Cine, Página 12, Juan Pablo Cinelli. Horacio Bernades.
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