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“Mission Imposible” con su primera parte del final llega a las salas de Rosario

La séptima entrega -y el comienzo del final- de la saga de Tom Cruise, más tres filmes aterrizan este jueves previo a las vacaciones de invierno, y sin estrenos para niños, algo que podría llamar la atención si no fuera por la cantidad de películas que ya están en cartel para el público infantil. “La vida a oscuras”, “Ella va de largo” y “Destino pasional” son los tres títulos que acompañan a la saga más valorada por la crítica de todas las que hay vivas en la actualidad.

 

“Misión: Imposible – Sentencia mortal: Parte 1″

 

Luego de Brian De Palma (filmó la 1), John Woo (la 2), J.J. Abrams (la 3) y Brad Bird (la 4), Christopher McQuarrie se ha consolidado como el director favorito de la saga de Misión: Imposible y de Tom Cruise (recuérdese que en 2012 ya habían hecho Jack Reacher: Bajo la mira). Así, la dupla McQuarrie-Cruise lleva realizadas Nación secreta (2015), Repercusión (2018), esta primera entrega de Sentencia mortal y en julio de 2024 llegará la segunda parte: todo un récord de permanencia para una franquicia que, más allá de su origen televisivo con la serie que se emitió en la CBS entre 1966 y 1973, ya lleva 27 años de vigencia en el terreno cinematográfico (la original de De Palma se estrenó en 1996).

La inquietante y muy actual premisa de Sentencia mortal – Parte 1 puede resumirse en unas pocas líneas (la Inteligencia Artificial ha adquirido tanto poder que alcanzó conciencia propia y con una voracidad arrasadora ha invadido, infectado y finalmente controlado todos los ámbitos militares, organismos de seguridad, dispositivos financieros y tecnológicos del planeta). Pero, claro, siempre habrá un MacGuffin (en este caso una llave dividida en dos mitades que todos quieren conseguir) y un villano (el Gabriel de Esai Morales) que permitan al menos acercarse hasta esa nueva fuerza, invisible e incontrolable, a la que todos llaman “La Entidad”. Nada que no se haya trabajado ya en 2001, odisea del espacio, Terminator o Matrix, pero que aquí funciona como eficaz disparador de la acción.

Y, luego de un prólogo ambientado en un submarino nuclear ruso en las profundidades del Mar de Bering, reaparecen, por supuesto, Ethan Hunt (Cruise), el siempre díscolo agente secreto del FMI (no es el Fondo Monetario Internacional sino la Fuerza Misión Imposible) junto a sus fieles laderos Benji Dunn (Simon Pegg), Luther Stickell (Ving Rhames) y, tras otra escena de acción que transcurre en medio de una tormenta de arena en pleno desierto árabe, Ilsa Faust (Rebecca Ferguson). En el contexto de una saga con clara preminencia masculina, volverá la traficante de armas conocida como Viuda Blanca (Vanessa Kirby), aparecerá una killer llamada Paris (la canadiense Pom Klementieff) y surgirá como nueva coprotagonista Grace (la londinense Hayley Atwell), una encantadora ladrona que asegura nueva tensión romántica con Hunt.

La acción saltará de Amsterdam a Washington DC, de Abu Dabi a Roma y de allí a Venecia y luego a un tren sin freno que surca los escarpados Alpes austríacos, pero lo que McQuarrie consigue en su doble función de guionista y director es que jamás queramos bajarnos de esa montaña rusa de acción, esa sucesión de set-pieces concebida con el espíritu de la vieja guardia, con más dobles de riesgo que efectos visuales, con más sentido del humor (¡ese Fiat 500 amarillo por las calles de Roma!) que regodeo.

En este sentido, y saliendo estrictamente del análisis de la trama, puede verse a Sentencia mortal: Parte 1 (donde se apela a todo tipo de artefactos analógicos porque lo digital está corrompido por “La Entidad”) como una respuesta al cine algorítmico, a puro CGI de Marvel y DC, pero también de la última película de Indiana Jones, donde todo parece diseñado fuera del set (incluso con los actores “rejuvenecidos”), sin que se note lo artesanal y lo “humano” delante de cámara. Cruise, impecable a sus 61 años, corre, pelea, salta y nos demuestra que -más allá del prodigio físico a su edad- no hay nada más empático que un héroe de carne y hueso.

Si Cruise, aun con sus limitaciones expresivas, se ha consolidado como una de las estrellas con mayor vigencia del planeta Hollywood, su mérito es aún mayor como productor. Sabe elegir directores talentosos (McQuarrie no será De Palma pero es un excelente narrador de cine de acción), combina con astucia en sus proyectos lo clásico y lo moderno, y se ha convertido en una suerte de abanderado de una forma de pensar, concebir y ejecutar el cine que se resiste a morir. Tom contra los algoritmos: un bálsamo entre tanto blockbuster predigerido y artificial, un refugio (reservorio) de dignidad y nobleza. Ya comenzamos la cuenta regresiva a la espera de la Parte 2.

En todos los cines.

 

“Destino Pasional”

 

La película de Juan Romero no parte precisamente de una idea demasiado original, pero había algo de potencial en el inicio: dos extraños, Mahalia (Andrea Torres) y Norberto (Marcelo Melingo, quien le aporta matices a un rol chato), se conocen en un vuelo y forjan un vínculo luego de que un aterrizaje inesperado los sitúa en una isla idílica donde esa relación se va volviendo cada vez más profunda.

Sin demasiadas sutilezas, se nos muestra cómo el hombre padece una enfermedad y esa mujer se enamora de él al punto tal de querer mejorar su vida cuando todo los pronósticos parecen estar en su contra. Así, el relato de Destino pasional (cuyas escenas eróticas van a contramano de ese presunto frenesí incontrolable) está envuelto por esa burbuja un tanto superficial, con el registro de paisajes bellos de Filipinas que contrastan con la realidad que debe sobrellevar esa pareja y que le restan peso al derrotero de Norberto, quien no es más que un arquetipo de figura quebrada que busca aprovechar el tiempo que le queda (analogías con las mariposas mediante).

La construcción del personaje de Mahalia es también un tanto endeble, sus motivaciones se desconocen con excepción de la inclusión de una voz en off que busca explicar por qué, de un momento a otro, se sintió compelida a ayudar a una persona desconocida. Por lo tanto, nada contribuye a que su unión resulte verosímil y el relato se estira más de lo debido, girando siempre en círculos: el hombre necesita ayuda y su pareja no quiere verlo bajar los brazos.

Sobre el final, el largometraje de Romero se aproxima a una idea inspirada cuando cambia el foco y muestra cómo el viaje retratado siempre tuvo como figura central a Mahalia y a su búsqueda de identidad (personal y profesional). A esa altura, sin embargo, puede que el interés por su historia haya mermado tras la inclusión de un puñado de secuencias con más appeal turístico que cinematográfico y con viñetas que viran al melodrama insustancialmente. En en el Arteón.

 

 

“La vida a oscuras”

 

 

Con la notable Ciudad de María (2002) y Camisea (un proyecto de 2005 hecho por encargo para la compañía Tenaris que él convirtió en un film con vuelo propio), Enrique Bellande aparecía como uno de los documentalistas con mayor futuro dentro del cine argentino, pero desde entonces poco y nada se supo de él. Su regreso es con esta película que, queda claro, también tardó mucho tiempo en concretar, pero que de todas maneras significa un bienvenido reencuentro con su obra.

La vida a oscuras es, en principio y sobre todo, un retrato de Fernando Martín Peña, reconocido coleccionista, crítico, investigador y divulgador en un país donde la memoria (y en especial la preservación fílmica) tiene demasiados huecos, carencias y falencias. Con su monumental archivo de películas cumple de forma privada y de manera incansable una actividad que debería estar garantizada y financiada desde el Estado.

Pero La vida a oscuras es más que una incursión en la tarea cotidiana, metódica hasta lo obsesiva y casi militante en su testarudez, de Peña, ya que surge también como un registro del fin de una era (la de la proyección en fílmico de forma masiva) y la de la definitiva consolidación de otra (la de la distribución y exhibición digital). Hay dos momentos impactantes en el largometraje (cuando al inicio Peña rescata decenas de latas de 35mm que los distribuidores locales están a punto de tirar a un volquete en la calle y luego cuando Cinecolor deja de hacer copias en fílmico en el que fue el paso previo al cierre del laboratorio en 2016) que Bellande captura en toda su dimensión nostálgica y hasta por momentos trágica.

Sin embargo, La vida a oscuras no se queda en el llanto, la queja o la culpa. Vemos a Peña (mientras escuchamos sus reflexiones y anécdotas en off) trabajando en la moviola, ordenando y alimentando su portentosa colección, haciendo proyecciones en los lugares de siempre (la ENERC, Hasta Trilce, la sala del MALBA que él programa desde hace años y más recientemente el CCK), y presentando el ya mítico programa Filmoteca en la noche de Año Nuevo, cuando 2014 dejaba su lugar a 2015. Sí, puede que esa demora temporal (tan propia, parece, del universo de Bellande) le quite algo de actualidad a la película, pero la verdad es que la realidad en cuanto a preservación no ha cambiado demasiado (o incluso ha empeorado) en esta última década. En cualquier caso, La vida a oscuras resulta una reivindicación amable y generosa de un cinéfilo de ley y un ejemplo de perseverancia y resistencia sin parangones en la Argentina. En El Cairo.

 

 

“Ella va de largo”

 

Aunque la primera inmigración gitana importante que recibió nuestro país ocurrió a mediados del siglo XIX, no se sabe tanto de la vida cotidiana, las creencias y costumbres de esta comunidad en el país. Este documental es una aproximación a ese universo por lo general hermético. Registra parte de la intimidad de una familia gitana de la provincia de Neuquén, rescata el caso de la primera mujer de la comunidad que se recibió de abogada y sobre todo consigue establecer un diálogo con los protagonistas, aun con la conciencia de que las lógicas conceptuales de los interlocutores (la cineasta que entrevista y las mujeres y los hombres que son entrevistados) son realmente distintas.

En la película, son las mujeres las que tienen la palabra la mayor parte del tiempo. Algunas de ellas encontraron estrategias para seguir sus deseos por fuera de los mandatos, pero sin llegar a rebelarse. La rebelión implica quedar al margen de la comunidad, y la comunidad es para los gitanos sinónimo de protección, de seguridad. Ese carácter endogámico seguramente está relacionado con la larga historia de este pueblo muchas veces segregado, muy atado a sus tradiciones y cuyo saber se ha transmitido casi siempre desde la oralidad: la educación formal raramente uno de sus objetivos. Por eso Florencia García Long, psicóloga y documentalista, encontró en el caso de Karina Miguel y su doctorado en Derecho un disparador valioso para conocer un poco más. En el Arteón.

 

 

Fuente: Otros Cines, Diego Batlle, Milagros Amondaray, La Nación, Alejandro Lingenti.

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