
La posibilidad de que no nos conozca nadie, hoy está cerca de ser una utopía. Seamos o no usuarios de redes sociales, nuestra imagen, nuestro nombre, nuestros grupos de pertenencia, nuestras actividades diarias y de recreación de alguna manera llegan al mundo virtual. Directa o indirectamente.
En 1890, cuando comenzaron los primeros atisbos normativos de diferenciación entre la vida pública y privada de las personas, dos reconocidos abogados de Boston con su famoso y ahora célebre artículo “The Right to Privacy” (“El derecho a la privacidad”), editado en la prestigiosa publicación especializada Harvard Law Review, acuñaron una de las primeras definiciones de privacidad con la frase “el derecho a ser dejado solo”.
Hasta el reinado de las redes sociales, la privacidad está (¿o estuvo?) asociada con un espacio de recogimiento individual, alejado del ojo y el escudriñamiento público.
Desde ese momento y hasta el reinado de las redes sociales, la privacidad está (¿o estuvo?) asociada con un espacio de recogimiento individual, alejado del ojo y el escudriñamiento público y exclusivamente reservado al sujeto.
De esta manera, intimidad y anonimato casi que iban de la mano. Es el derecho a reservarME de un otro, de elegir qué aspectos de mi vida no mostrar e incluso, el derecho (y la decisión) de NO mostrar mi vida.
En el último cuarto de siglo -cuanto menos- las relaciones interpersonales e incluso las configuraciones individuales de personalidad se vieron atravesadas por las redes sociales.

Compartir momentos, objetos, casas, life style, comida, por nombrar solo algunos pocos rubros, se convirtió en una necesidad. Y el anonimato de pronto se tornó abstracto.
Desde una red social propia o ajena, una foto, un comentario y hasta un video al pasar es capaz de sustraernos de nuestro anonimato y ponernos en el ojo de la tormenta, y sobre todo, someternos al juicio ajeno, público y masivo.
Hasta un video al pasar es capaz de sustraernos de nuestro anonimato y ponernos en el ojo de la tormenta, y sobre todo, someternos al juicio ajeno, público y masivo.
Creo que todos recordamos a la pareja de empleados de alto rango corporativo cuyas vidas se convirtieron en un infierno por concurrir a un recital de Coldplay. El mundo y su moralina ampliada los situó en el triste pedestal del sufrimiento que bien les corresponde (¿?) a los infieles.
Apuntar con el dedo digital y esconder la propia dignidad bajo la alfombra, es tanto más sencillo que ponerse a pensar quién tiene potestad sobre la vida y las decisiones ajenas. Sobre todo (y ante todo) cuando éstas no exceden un ámbito que nunca debería haber dejado de ser privado.

Mostrar para pertenecer y mostrar para ser, encuentran su correlato en consumir por obligación. De pronto desayunar un latte, ir al gimnasio con conjuntos aestethics, tener una piel glowy y dar el presente en cualquier recital o festival instagrameable alimentan el FOMO, ese miedo invisible y persistente de “perderse algo”.
Apuntar con el dedo digital y esconder la propia dignidad bajo la alfombra, es tanto más sencillo que ponerse a pensar quién tiene potestad sobre la vida y las decisiones ajenas.
Pero, parece que el 2026 navegará hacia la otra orilla del exceso: la austeridad visual.
Kyle Chayka, escritor y crítico cultural estadounidense conocido por su análisis de la tecnología y la cultura digital, cuyo último estreno editorial se titula “Mundo filtro: cómo los algoritmos achataron la cultura”, afirma que 1/3 de los usuarios de redes sociales postean menos que hace un año, acentuándose entre las personas de la Generación Z.
Chayka sostiene que la tendencia va hacia el “posteo cero”, porque las personas que no trabajan con redes sociales entienden que no tiene sentido ni se valoran sus posteos.
Asimismo, la tendencia en el uso efectivo de las redes sociales viró hacia mensajes directos entre personas que se conocen, en una búsqueda inequívoca de vínculos privados y sustraídos del ojo público.
En el comportamiento social, pareciera que el péndulo se dirige desde la sobre exposición hacia la reivindicación de la privacidad, de compartir con quienes conozco y me conocen.
“En el futuro, todos serán mundialmente famosos por 15 minutos”, dijo el genial Andy Warhol y quizás seamos testigos del ocaso por hartazgo de tanta exposición.
*Ramiro González García, autor de las obras que ilustran esta nota, expondrá sus pinturas en Rosario el miércoles 10 de diciembre en Mitre 170 (piso 5)
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