
A los 97 años, la uruguaya Ruth Morton reveló por primera vez que durante la Guerra de Malvinas, en 1982, actuó como espía para la inteligencia británica. Según relató, operó desde la ciudad de Mar del Plata, donde se encargó de vigilar movimientos de la Armada Argentina y transmitir información clave de forma secreta.
Morton, de ascendencia inglesa y escocesa, integró una red de espionaje junto a sus padres y hermanas, activa desde la Segunda Guerra Mundial. Su tarea consistía en observar la actividad naval y reportar datos sensibles sobre los submarinos ARA Santa Fe, ARA San Luis y ARA Santiago del Estero.
“Yo solía decir que era inglesa. Tenía ascendencia inglesa y escocesa, y desde chica me inculcaron que solo debía relacionarme con inmigrantes de mi país. Eso marcó toda mi vida y también las decisiones que tomé después” declaró la uruguaya.
Para cumplir con su misión, explicó que se ocultaba en un edificio abandonado cercano a la base naval. “Mi trabajo principal era vigilar el movimiento de tres submarinos: el ARA Santa Fe, el ARA San Luis y el ARA Santiago del Estero. Tenía que observar todo desde lejos y después informar cada movimiento. Encontré un hueco debajo de un edificio en ruinas desde donde podía ver todo lo que sucedía en la base naval, a cientos de metros de distancia. Era el lugar perfecto, aunque muy incómodo” detalló.
El traspaso de la información se realizaba a través de un sistema de llamadas encadenadas. Morton relató que debía “tomar dos colectivos hasta un teléfono público” donde “llamaba a un contacto argentino que le daba otro número y recién ahí hablaba con alguien”, el cual “siempre era distinto y tenía acento británico”.
Durante ese tiempo, Morton aseguró haber vivido situaciones extremas, incluso bajo fuego. “En esos pasadizos me hice amiga de un carpincho. Era sociable, viejo, muy amigable y olía muy mal. Comíamos juntos y pasábamos el tiempo ahí. Desde un barco dispararon al lugar donde estábamos y la bala le dio al carpincho entre medio de los ojos. Me salvó la vida, porque evitó que la bala fuera para mí” contó.
“Cuando dejaron de enviarme fondos, tuve que arreglármelas sola. Empecé a vender gorritos que decían ‘Mar del Plata’ y se vendían como pan caliente”, expresó, contando que tras el fin de sus tareas, dejó de recibir apoyo económico.
Finalmente, contó que recibió un reconocimiento oficial por su labor, aunque no lo valoró. Detalló que le entregaron “un bol de plata y un diploma firmado por los responsables, pero que a ella le “molestó” ya que “no queria ningún reconocimiento”. “Lo hice porque pensé que era lo correcto y no esperaba ninguna retribución” finalizó.
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