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Brad Pitt a la cabeza de “Bullet Train” y cuatro estrenos más, uno con Emma Thompson

“Buena Suerte Leo Grande”, “Olaf”, “Las Intemperies”, “Lunáticos” con Daniel Hendler, y “Tren Bala” con la presencia estelar de Brad Pitt, Sandra Bullock, Bad Bunny y un elenco extendido de buen nivel. Aquí como siempre una selección de reviews para elegir que ir a ver al cine.

 

“Bullet Train”

 

 

“El tren tiene 10 vagones de clase Turista y seis de Primera. Y recuerda: en cada estación para un minuto”, le dice la voz anónima de una mujer a quien ella apoda “Catarina”. Pero “Catarina” no es una dama, como la elección nominal haría suponer, sino un asesino a sueldo interpretado a puro desenfado por un Brad Bitt cada vez más volcado hacia papeles cargados de comicidad. Que ese desenfado se traslade al resto de la película, es otra cuestión.

La misión de Pitt parece sencilla, aunque rápidamente empieza a complicarse. Ya en la primera estación no llega a bajarse. Tampoco en la segunda ni en la tercera (en una de ellas por obra y gracia del rapero puertorriqueño Bad Bunny). Lo suyo será, pues, resistir de la mejor manera posible el recorrido a bordo del tren del título entre Tokio y Kioto, en el que coinciden más de media docena de asesinos a sueldo con cuentas pendientes entre ellos y misiones individuales que, sin embargo, están muy relacionadas entre sí.

Es así que, por ejemplo, dos de ellos deben cuidar al hijo de quien los contrató y llegar a destino con un maletín lleno de dinero, mientras que otro, a su vez, está mandatado para asesinar a ese hombre, al tiempo que un cuarto aspira a quedarse con el botín y un quinto, el único de origen japonés, está obligado a hacer su parte si no quiere que asesinen a su pequeño hijo internado en un hospital. Entre medio de ese berenjenal queda Pitt revoleando piñas, patadas, balas y cuando elemento se le ponga delante.

El director se llama David Leitch y su antecedente más famoso es Deadpool 2. Si a la segunda aventura del superhéroe con el rostro quemado le imprimía un aire canchero y sobrador, aquí recorre caminos similares y le suma truquitos visuales y un montaje por momentos frenético que remite a la primera etapa de Guy Ritchie (la presencia de Pitt no hace más que recordar a Snatch: Cerdos y diamantes) y una violencia visceral muy en línea con las películas de acción contemporáneas sobre “hombres normales” sometidos a situaciones anormales, con la muy buena Nadie a la cabeza.

Pero no solo de Ritchie bebe Tren bala, pues los diálogos entre los asesinos, que pendulan entre el absurdo y el sarcasmo, parecen sacados de una de Quentin Tarantino. Una situación que ilustra a la perfección el principal problema de esta película basada en el libro de Kōtarō Isaka: un funcionamiento basado únicamente en la acumulación de situaciones y referencias y la reiteración que genera una doble sensación de circularidad y estiramiento, como si la consigna hubiera sido que el metraje superara las dos horas a como dé lugar. A esto último ayuda un desenlace que recurre al típico arsenal de efectos digitales tan propios de las producciones con aspiraciones de masividad, que tira por la borda toda la atmósfera de encierro que había construido hasta entonces. Es cierto que Pitt está perfecto en su rol de hitman cabulero que parece estar más allá de todo. Tan cierto como que con eso no alcanza para hacer de Tren bala una buena película. Se puede ver en los cinco complejos de la ciudad.

 

 

“Olaf”

 

Cristina y Carlos una pareja porteña que se encuentran de vacaciones en el sur de Argentina cuando deciden adoptar a Olaf, un Husky siberiano, sin saber el giro que este hecho significaría en sus vidas además de la crianza y cuidados de los animales.

La pareja protragonizada por Cristrina Aguero y Alejandro Magnone se encuentran descansando durante sus vacaciones. Pero ese descanso se ve interrumpido tras el secuestro de Olaf, el flamante nuevo integrante de la familia, por quien piden un rescate para devolverlo sano y salvo.

Filmada integramente en la Patagonia Argentina, este largometraje cuenta con escenarios naturales imponentes y de una belleza única. Aprovechadas al máxima a lo largo de toda la película ya que la mayoria de las escenas son en exteriores.

Basada en hechos reales, este film remarca la importancia de una crianza respetuosa para los animales mientras que también reclama por un compromiso por partes de todos para llevar adelante este vinculo de amor y respecto. En el Arteón.

 

 

“Las Intemperies”

Como las clase-B de los años 40 y 50, Las intemperies, opera prima de Guido de Paula y Andy Riva, es seca, concisa y económica. Hay un hombre que necesita expiar una tragedia, su hermano que vive como un ermitaño en medio del bosque, una mujer golpeada y el hombre que la golpeó, hijo de un poderoso del lugar, que merodea por la zona de modo amenazante. Lo que importa no es tanto la anécdota sino la coherencia de tono, la precisión del relato, las actuaciones ajustadas, la homogeneidad del conjunto, quebradas apenas por algún énfasis musical. El escenario es agreste y elemental, como en un western: el bosque, rocas, un río, una cascada. La resolución recuerda, de hecho, la de un western absolutamente fuera de norma, que terminaba con un final digno de un cuento de Borges (y no de cuchilleros): Rumbo al infierno (The Shooting, 1966), de Monte Hellman. Lorenzo (Alfonso Tort) vuelve a Ushuaia con la intención de reparar, si eso fuera posible, un accidente mortal que él siente que motivó. Para ello debe hallar a su hermano mellizo, que en algún momento se internó en el bosque para desaparecer, y a quien llaman “El Santo de la Cascada”. En su busca se cruzará con distintos personajes, todos ellos más o menos solitarios, ya que la vida en el último rincón del mundo no se caracteriza por lo gregaria. Algunos de esos personajes le darán una mano. No precisamente un tal Johnny, a quien apodan “La Peste”, y su ladero. Johnny abusó de Sully (Daniela Castillo Toro), ex mujer del hermano de Lorenzo. Con esos escasos elementos, y un elenco (magnífico) íntegramente compuesto de actores anónimos (muchos de ellos gente del lugar, se adivina por lo ajustado de las actuaciones), De Paula y Riva arman el relato.

Por más de las mencionadas posibles referencias al western, a los realizadores no les interesa hacer “una de género”. Se trata antes que eso de una tragedia con posible expiación, y el tono grave (a veces quizás demasiado) se adecua a ello. Pero no sólo Lorenzo carga con el aire trágico sino también la gente del bosque (la película no transcurre en la capital de la provincia, sino en un caserío en medio de lo que indica el título). La soledad, el aislamiento, la falta de empleo (el aserradero que daba trabajo a los vecinos quebró), la desconfianza por el prójimo, también pueden serlo. Aunque algún gesto solidario tal vez ayude a salir, aunque sea por un rato, de ese pequeño infierno. En el cine Arteón.

 

 

“Lunáticos”

 

Luego de diez años sin ocupar la silla de director, el aclamado guionista Martín Salinas vuelve al ruedo con una comedia negra titulada «Lunáticos». La cinta, desarrollada en clave de historias cruzadas, es protagonizada por un reparto coral entre los que destacan Daniel Hendler, Verónica Llinás y Luis Ziembrowski. El punto de partida son una serie de tweets que el presidente norteamericano, satirizando a Donald Trump, libera en redes y provoca un cimbrón económico global. Salinas, quien también se encargó de la escritura del guion, coquetea con posibles historias que podrían darse en ese contexto, en distintos puntos de América Latina.

La película es una coproducción entre Argentina, México y Uruguay. Ese detalle facilitó el rodaje con importantes actores de cada nacionalidad en diferentes locaciones, como por ejemplo la participación del mexicano Alfonso Dosal, quien fue parte de la célebre serie «Narcos: Mexico».  El trabajo de coordinación fue orquestado por la argentina Lili Mazure (Producción ejecutiva), las mexicanas Laura Imperiale y Mónica Lozano, y las uruguayas Lucía Gaviglio y Virginia Hinze (coproductoras).

El cineasta nos da la clave para entrar en su universo ficcional desde el poster oficial. «Lunáticos», porta el emblema «para reírse cuando habría que llorar» en clara alusión a sus intenciones de recurrir al humor para sobrevivir el agobio que vivimos como sociedad. En una entrevista declaró: «En el humor, uno se ríe muchas veces de aquellas cosas que lo angustian. Hay algo de la realidad del mundo y del planeta en este momento que nos angustia a todos muchísimo porque no sabemos adónde va a parar todo esto». Siguiendo la línea de ese pensamiento, se encarga de ironizar sobre el amarillismo de los medios, la fragilidad de los mercados financieros y el estado permanente de alerta en el que vivimos.

El film tiene un comienzo arrollador donde nos ataca de lleno con toda su irreverencia, su humor negro y su picardía para presentarnos cada situación. Realiza un efectivo trabajo a la hora de crear un mundo verosímil en base a fragmentos audiovisuales reales (recurso que por sí solo ya es una recreación satírica de las clásicas introducciones de películas sobre catástrofes) y cada historia tiene un punto de partida creíble que convierte al público en espectadores capaces de palpar la desesperación plasmada en cada caso. Sin embargo, jamás olvida al humor como faro guía dentro de tanto drama.

Los actores se desarrollan con total naturalidad, hay gags cómicos muy bien ejecutados y la química no falta. La realización es sencilla, pero funciona muy bien a la hora de mantenernos dentro de lo mundano de los relatos. Tal vez, el pecado más grande que comete el largometraje es volverse demasiado cíclico en su formato. Llegado un momento avanzado de cada secuencia, tiende a volverse repetitiva y comienza a agotar al espectador. La mejor solución hubiera sido sacrificar algunos minutos en pos de mejorar el visionado. De todas maneras, como concepto general, discursivo y fílmicamente, el resultado final resulta positivo.

Decidimos no ahondar particularmente en cada historia para no dañar la sorpresa del público. Por la misma razón, recomendamos asistir a la sala sin haber analizado minuciosamente el tráiler extendido. Martín Salinas creó una película divertida que logra hacernos reír de la vulnerable realidad en la que vivimos. Nada mejor, y más sano, que usar la sátira para desahogarnos. Como dice su lema: «para reírse cuando habría que llorar». En el Monumental, Cinépolis y el Showcase.

 

 

“Buena suerte Leo grande”

 

Todos queremos a Emma Thompson. El paso del tiempo, lejos de apagar su expresividad, ilumina todavía más algunos de sus rasgos y viste de maduro y distinguido encanto la belleza natural de una figura que jamás necesitó ayudas exteriores para lucir siempre hermosa.

Por eso resulta imposible imaginar a cualquier otra actriz en la piel de esa docente viuda, muy flemática y muy británica, que reconoce haber pasado toda su vida adulta sin un solo momento pleno de satisfacción sexual. Como quiere saldar esa deuda decide contratar los servicios de un trabajador sexual (Daryl McCormack) para que la ayude. Al hombre, que se hace llamar Leo Grande, le sobra apostura. Sabe moverse con una mezcla de desprejuicio y discreción ideal para cumplir con los requerimientos de una dama demasiado expuesta en este terreno a la autoflagelación.

Toda la historia transcurre en el interior de la habitación del hotel (condicionamientos de un rodaje hecho en tiempos de Covid-19) en el que Nancy y Leo comparten las cuatro sesiones de esta suerte de “terapia sexual”. Solo salen de allí para una breve secuencia en el bar del mismo hotel que no hace más que acentuar con una carga todavía más forzosa la visible y llana dependencia teatral que tiene la puesta en escena elegida por la realizadora Sophie Hyde.

Todo se hace previsible y, lo peor, cada vez más sofocante en esa atmósfera de encierro que solamente sirve para que los dos personajes, frente a frente, conduzcan sus diálogos de manera inexorable hacia un calculado ejercicio de catarsis recíproca. Un psicodrama que parece responder al armado deliberado de un algoritmo que determina por anticipado cuál es el momento y el modo en que se enuncian y exponen cada una de las culpas, miserias, engaños y simulaciones de este vínculo.

Thompson, que sabe todo lo que hay que saber en materia de actuación, hace un admirable esfuerzo para escapar de tanta planificación. Sabe darle profunda sensibilidad a su personaje cada vez que se anima a provocar a su partenaire o cuando decide volver a protegerse dentro de un caparazón lleno de pudores y cargos de conciencia. McCormack le sigue el juego todo el tiempo con gran desenvoltura. La sinceridad de los dos intérpretes es lo más auténtico de todo el relato. Pero ni uno ni otro pueden frente a un planteo demasiado rígido que parece haber calculado de antemano los tiempos, los ritmos, las reacciones, cada avance y cada retroceso.

El desenlace resulta engañosamente satisfactorio porque, como todo lo demás, es el resultado de una estrategia preconcebida. Todo lo que se insinúa y lo poco que se muestra también parece diseñado de antemano para justificar ese final tan anticipado con el desnudo frontal de Thompson, que en todo este contexto suena más estudiado que natural. Como todo lo demás. Pocas se animarán a repetir lo que ella hace a sus 63 años, pero la gran actriz británica viene entregando desde hace tiempo varias muestras de audacia y valentía mucho más genuinas y menos premeditadas. En el Hoyts, Showcase y Del Centro.

 

 

Fuentes: Otros Cines, Diego Batlle, Página 12, Horacio Bernades, Cinéfilo Serial, La Nación, Marcelo Stiletano.

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