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Opinión

Diego Armando Maradona, el más humano de todos los dioses

Me Gusta más AAAJ 🇦🇹 on Twitter: "#AAAJ Desde hoy y hasta el próximo sábado 30 de octubre, subiremos una foto de DIEGO ARMANDO MARADONA, con alguna frase hablando del Bicho, por

Un 30 de octubre en el Hospital Interzonal de Agudos Evita, ubicado en la localidad bonaerense de Lanús, la historia del fútbol argentino empezaría a cambiar para siempre. Ese día, el quinto hijo de un humilde matrimonio nacería, sin saber él en ese momento, que en unos años se convertiría el mejor jugador de la historia.

Con el sueño latente desde pequeño de quedar en la gloria eterna de todo un país, Diego inició su camino futbolístico en las canchas de tierra de Villa Fiorito. Potrero puro. A los nueve años por casualidad -o causalidad- su zurda empezó a destacarse en Los Cebollitas, un equipo que competía en representación de Argentinos Juniors en diferentes torneos no oficiales.

De realizar las inferiores en el Bicho de la Paternal, su debut oficial se dio diez días antes de cumplir 16 años, cuando su equipo enfrentó a Talleres de Córdoba. Ese fue el inicio de un camino eterno, que lo catapultó a lo más alto de la élite mundial y posibilitando que Argentina como país sea conocido en cualquier efímero rincón del globo.

Boca Juniors, su primera experiencia europea en Barcelona, su consagración como ídolo indiscutido en Nápoli -donde además le dio la segunda Copa del Mundo a su Nación y dejando en ridículo a 11 ingleses que nunca entendieron qué ni cómo pasó-, y su final en el viejo continente en Sevilla. Su vuelta al fútbol local a Newell’s, su retiro en el Xeneize. Hasta el menos fanático del deporte sabe de memoria su recorrido.

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Juzgado como a nadie, amado como a pocos. La vida entera de Diego fue una contradicción entre aquellos que nunca pudieron -o quisieron- separar su vida personal de la deportiva. Inclusive, aún si se ahonda en su privacidad, también se puede ver una faceta de Maradona auténtica, real, de barrio, de fidelidad por lo que quería.

Quedarse con la última imagen de Pelusa sería un error imperdonable para todos aquellos que alguna vez se emocionaron por el relato de Víctor Hugo Morales de sus goles a Inglaterra. Maradona es mucho más que un técnico que recibía ovaciones en cualquier estadio que visitaba mientras dirigía a Gimnasia de La Plata. Es mucho más que la figura mediática en la que lo convirtieron en sus últimos años de vida.

Hoy, en lo que sería su cumpleaños número 63, lo mejor es quedarse con lo que nos dio a todos los argentinos como deportista, como persona, como embajador del país en todo el mundo. ¿Cómo se podría alguien olvidar de que en el peor momento institucional, abatidos por la Guerra de Malvinas, un hombre de 1.65 metros nos devolvería al menos algo de lo que nos robaron?

Es incomparable el daño que nos hicieron, pero ganarle a los ingleses en el deporte que ellos mismos inventaron, con todo para perder, y encima haciéndoles trampa, da un poco de justicia divina. Y eso solamente podría haber salido de los pies de una persona que desde que nació estaba llamado a ser héroe e ídolo de un pueblo.

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Quizás futbolísticamente pueda ser discutido solamente por una persona, otro petisito argentino que conquistó al mundo y que nació en la zona sur de Rosario. Pero lo de Diego trascendió lo deportivo, cruzó las barreras de lo futbolístico y se metió directamente en lo pasional, en el amor propio, en el orgullo de todo un país que tocó el cielo con las manos.

Con errores, que claro que los tenía como cualquier ser humano, el pibito de Villa Fiorito instaló su nombre en todo el mundo y siempre en pos de nuestro país. Eso vale más que cualquier título, inclusive la conquistada en México hace 37 años. Los argentinos por característica natural solemos ser pasionales, amamos a los nuestros y aborrecemos a quienes nos critican. 

Ya lo dijo Eduardo Sacheri en uno de sus cuentos más característicos, que puso en palabras el pensamiento de la mayoría del país. “Así que señores, lo lamento. Pero no me jodan con que lo mida con la misma vara con la que se supone debo juzgar a los demás mortales. Porque yo le debo esos dos goles a Inglaterra. Y el único modo que tengo de agradecérselo es dejarlo en paz con sus cosas. Porque ya que el tiempo cometió la estupidez de seguir transcurriendo, ya que optó por acumular un montón de presentes vulgares encima de ese presente perfecto, al menos yo debo tener la honestidad de recordarlo para toda la vida. Yo conservo el deber de la memoria”, reza el escritor en Me van a tener que disculpar.

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Por todo lo que nos dio, y a pesar de que ya no podamos disfrutarlo en la vida terrenal, nos debemos la obligación de recordarlo cada vez que ruede una pelota, cada vez que se juegue un partido en el potrero o en la canchita de la plaza. Si siguiera acá cumpliría 63 años, pero será eterno.

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