Como andar en bicicleta, se suele decir. Así tal cuál ocurrió el reencuentro entre un artista con una plenitud que está al rojo vivo, las casi 6 mil personas que desbordaron el Humberto De Nito y un disco cuyo hechizo se volvió cada vez más poderoso. Algo tienen estos años, sin dudas.
NUESTRA VIDA ES UN LECHO DE CRISTAL
El primer día de aquel año bisiesto de 1992 trajo una novedad cautivante: un peso argentino valía lo mismo que un dólar norteamericano. Dos meses después, en marzo, 22 personas morían en un atentado a la Embajada de Israel. Luego, un sábado ya del mes de mayo, fallecía Atahualpa Yupanqui a los 84 años y más tarde otro sábado, pero del mes de julio, una hemorragia cerebral se llevó la vida de Astor Piazzolla. Marcelo Bielsa haría campeón a Newell’s Old Boys; se suicidaba el periodista Daniel Mendoza y fallecía el actor César Pierri por un accidente de rodaje, Roxette y Iron Maiden por su parte, tocaban en la cancha de Vélez al tiempo que la jueza María Romilda Servini de Cubría era inmortalizada en televisión como la jueza Badú Budú Budía, en lo de Tato. Ese 1992, en noviembre, Ricardo Barreda asesinaba a su familia al unísono en que Elton John y los Guns N’ Roses tocaban en Argentina. Sobre final de año, la tele contaban la muerte del piloto de TC Roberto Mouras, entre Videomatch y La TV ataca cuando en todas las radios y boliches del país se cantaba “La Pachanga”, de Vilma Palma e Vampiros.
Es ahí mismo, en medio de ese año, entre la muerte de Atahualpa y la de Piazzolla, el primer día de junio sale a la venta el séptimo disco de Fito Páez llamado “El amor después del amor”. El disco más vendido del Rock Argentino.
EL TIEMPO ES UN EFECTO FUGAZ
El tango dice que 20 años no es nada, pero no dice si 30 también son nada o si es mucho o es poco tiempo. De todos modos, no hay dudas: 30 años es mucho tiempo. Es mucho tiempo para un país y es mucho tiempo para cualquier persona.
Anoche, en el Anfiteatro Humberto de Nito, el tiempo fue un efecto fugaz, relativo, el tiempo fue un elemento prescindible tanto para Fito Páez como para las más de 5 mil personas que fueron a hacer una introspección colectiva, en público y en una tardecita de verano africano con 40°C a la sombra. Cosa que no es menor. Porque el calor trae bichos, trae insectos voladores tan inoportunos como el que casi se traga Fito mientras cantaba “Un vestido y un amor”, al tiempo que sacudía las manos sobre las blancas y negras para dar la nota en el piano y de paso espantar a un cascarudo. “Era una vinchuca”, aclaró en el ultimísimo acorde de la canción.
DOS DÍAS EN LA VIDA NUNCA VIENEN NADA MAL
Anoche, para muchos, dos días en la vida fueron ni más ni menos que eso: dos días. Pero dos días separados entre sí. El día en que alguna de las 14 canciones del disco hizo su nido en una habitación secreta de sus pensamientos, y el día de ayer, el día en que el soliloquio emocional salió del closet y se hizo cargo de llorar en público, de saltar en público y sin miedo, de desafinar a los gritos ese estribillo que los habita simbiótico de recuerdos, fijaciones, temores y felicidades.
Cada quién, de todas las personas que estuvieron en este primer show de los tres que Fito Páez reservó para celebrar un disco irrepetible, en 30 años habrá acumulado sus propios papeles de guiones truncados, de finales abiertos, de aventuras apasionantes y planos largos y hondos; un caleidoscopio confuso y cautivante entre aquel 1992 y este 2022. “Dejar, amar, llorar, el tiempo nos ayuda a olvidar”, se escuchaba ante miles de linternitas de celulares. Pero olvidar y recordar anoche se confesaban cosas íntimas, estaban en paz y jocosos, se prestaban las pilchas, se mezclaban y jugaban a ser el otro para que recordar no tuviera asperezas y que olvidar no trajera consigo una crueldad innecesaria.
EN UN MISMO LUGAR Y EN LA MISMA CEREMONIA
El show empezó a las 21:23. Empezó con un fade-in suave de cuerdas de teclados amables pero sin vueltas, paseando de SOL a DO como le corresponde a la canción que abre el disco y lleva su nombre. El escenario se puso rojo, todo era pantallas, las plataformas donde se paraban los músicos y sus instrumentos era pantalla, el fondo del escenario era pantalla. Nadie dudaba que se trataba de esa canción que hace 30 años decía que “nadie puede ni nadie debe vivir sin amor”, pero cuando empezó la maquinita a hacer la base rítmica se festejó como un gol, se festejó porque desde ahí y hasta el final del show era el más deseado de los deseos, pero sobre todo se festejó porque anoche en el Anfiteatro también se respiró densa la necesidad de festejar algo; gritar goles, gritar estribillos, sacar a respirar a la bestia adormilada que te mira y refunfuña en el espejo del ascensor.
A un costado del escenario, escondido, Fito empezó a cantar la letra y cinco mil personas se sumaron como si fuera el Himno, la tabla del 2, alguna de esas cosas que ya están dentro de cada quién para siempre.
RECUERDOS QUE NO VOY A BORRAR
El show siguió al pie de la letra al disco grabado hace 30 años y también al que está en el recuerdo colectivo. Así que nada ocurrió en el escenario con intención de borrar nada; de ninguna manera. Pero también siguió al pie de la letra la biología del disco, la piel, los pliegues, la textura y la trama física del disco que vendió más de un millón de copias y que todos los que estaban anoche en el show ya recorrieron hasta el absurdo y sin cansancio, como se abraza y se vuelve a abrazar a los afectos.
Distinto al disco que Warner Music publicó hace 30 años, no estuvieron Mercedes Sosa (voz en “Detrás del muro de los lamentos”), Charly García (voz en “La rueda mágica”), Andrés Calamaro (voz en “La rueda mágica”), ni Luis Alberto Spinetta (voz en “Pétalo de sal”), por nombrar a algunos. Y sin embargo la puesta de las canciones tuvo un cuidado y un respeto tan especial por la obra original que aquello que faltó, lo puso ineludiblemente la memoria: las segundas, las cuartas voces, las percusiones, los efectos, algunos samples de Tweety González, estuvieron en la cabeza de todos. Porque la cosa de la memoria colectiva y emocional es la verdadera cosa a cuidar. Un disco así, quirúrgico de letras, irreverente pero sensato y sensitivo de lo que atraviesa medularmente a una generación o tal vez a dos, no se repite. Es un tesoro a cuidar entre todos y todas.
Ayer había pibes y pibas que no existían cuando salió este disco. Existían sus padres, sus hermanos mayores tal vez. Pero crecieron respirando un fenómeno cultural que el tiempo justificó y de sobra, se criaron entibiando la curiosidad en esas canciones que sonaban en el auto de mamá, en el discman de un profesor de gimnasia, en la televisión que veían los adultos. Y los adultos ayer, más adultos que antes, se dieron el placer de corroborarse en las canciones que conocen como sus propias vidas. Llorar fue, ayer, un gesto de nobleza de cada quién con sus aventuras y desventuras. Llorar en público, mirarse a los ojos con un desconocido, llorando.
Diego Olivero en el bajo, Gastón Baremberg en la batería, Juan Absatz en teclados y coros, más Juani Agüero y Vandera en guitarras, Alejo von der Pahlen en saxo alto y barítono, Manu Calvo en trombón y Ervin Stutz en trompeta, y la voz inmensa de Emme (a quién tal vez la mezcla no le hizo justicia) y las programaciones originales hechas por Tweety Gonzalez acompañaron con respeto y mucho cariño a un Fito Páez que quiso hacer lo que hizo y para lo que se habían congregado los públicos de edades extremas entre sí: cantar el disco “El amor después del amor” como si fuera un bien común, una singularidad emocional para muchas personas que no son él mismo. Y así fue.
TODO EMPIEZA SIEMPRE UNA VEZ MÁS
“A rodar mi vida”, en el final del disco y “Mariposa technicolor” después, fueron catárticos como siempre lo han sido. Remeras, banderas, brazos, pelos, bolsos en el aire haciendo helicóptero en una irrefrenable seguidilla de saltitos coreográficos y en masa. Dos bombas inacabables para los de antes y para los de ahora que veían a sus padres con ojos sorprendidos y contentos de sentirlos parecidos a ellos.
TODOS YA NOS FUIMOS DE AQUÍ
Fueron diez minutos exactos los que separaron el final de “La balada de Donna Helena” (que cierra el disco) y el comienzo del repertorio fuera de programa. Es probable que si Fito hubiera decidido despedirse en ese momento, la mayoría hubiera salido conforme y pipón. Pero las entradas están cada vez más caras o los sueldos están baratos, de modo que con “El tema de Piluso” comenzó otro show que también se extendería por más de una hora.
Antes del show, cuando Coki Debernardis se despidió amablemente y muy aplaudido luego de sostener una vibración alta con algunas canciones en versiones más suaves pero más sucias y salvajes, ya el Humberto De Nito estaba atravesado de un mood mundialista en la previa de un partido inquietante. Se cantó la nueva canción que incorporamos los hinchas albiceleste y se pidió la Copa del Mundo del Mundial de Fútbol de Qatar 2022. Tal como corresponde.
Y es por este asunto que algunos se habrán retirado del Anfiteatro con la sensación de que hubo una canción que debió estar y no llegó: “Y dale alegría a mi corazón”, de Tercer Mundo. Pero ya era mucho pedir. Era de golosos.
Dale alegría a nuestros corazones, Fito. Gracias.
Feliz Cumpleaños, canciones.
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