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Todo Show

La esperada “Argentina, 1985”, más siete estrenos llegan el último jueves de septiembre a Rosario

Darín, Lanzani y elenco con una altísima promoción y campaña -y ahora lanzada a la contienda para ir al Oscar- llegan este jueves con “Argentina, 1985” en solo dos cines de la ciudad. También se estrenan “Que todo se detenga”, “Súper ¿quién?”, “La mujer rey”, “Américo”, “Sonrie”, “Mete miedo” y “Evangelion 3.0”. Como siempre una selección de reseñas para elegir que ir a ver al cine. Porque el cine se ve en el cine.

“Argentina, 1985”

 

En 2011 Santiago Mitre estrenó El estudiante, que había rodado casi sin presupuesto a lo largo de muchos fines de semana en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Una década más tarde, el director filmó Argentina, 1985 con el apoyo de un gigante del streaming (Amazon Prime Video) y de varios influyentes productores (desde Victoria Alonso, ejecutiva top en Marvel, hasta Axel Kuschevatzky, pasando por Ricardo y Chino Darín). La única similitud es que ambas se hicieron sin subsidios del INCAA (en el primer caso, porque el proyecto no entraba dentro del esquema industrial; en el segundo, porque se financió con las espaldas de Amazon y el streamer optó por no pedir dineros públicos), pero lo real es que cualquiera de los planos callejeros de Argentina, 1985 (con su minucioso trabajo de ambientación de época y su imponente despliegue de efectos visuales) o los derechos de de las canciones (Salir de la melancolía, de Serú Girán; Lunes por la madrugada e Himno de mi corazón, de Los Abuelos de la Nada; o Inconsciente colectivo, de Charly García) deben haber costado lo mismo o más que toda aquella tan artesanal ópera prima.

El “arco” de Mitre desde sus modestos inicios (en 2005 participó, por ejemplo, en el film colectivo El amor, primera parte) hasta esta ambiciosa reconstrucción del Juicio a las Juntas puede compararse al de Julio César Strassera (interpretado por Ricardo Darín), un gris funcionario judicial que ingresó en 1976 como Secretario de Juzgado y, ya como fiscal, no tuvo durante el Proceso de Reorganización Nacional una actuación precisamente destacada ni valiente (algo que el film esboza en un par de escenas). Sin embargo, cuando muchos creían que no iba a estar a la altura del desafío, en 1985 lideró la acusación a las tres juntas militares en el que es considerado el primer caso de este tipo en el mundo a cargo de un tribunal civil.

Más allá de las connotaciones, idiosincracia y referencias locales, Argentina, 1985 remite a un clasicismo propio de la mejor tradición hollywoodense. En la figura de Strassera, pero también en la de su asistente Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani) y los muchachos y muchachas (estudiantes, flamantes egresados o inicipientes funcionarios judiciales) que fueron reclutados de apuro para llevar a cabo en tiempo récord la investigación de los casos a utilizarse en el juicio (serían solo 281 de los 30.000), se apuesta a la figura del underdog, esos individuos o equipos con mínimas posibilidades de salir airosos y mucho menos campeones en lo suyo. En este caso, el triunfo consistiría en conseguir una pena para los genocidas en tiempos en que el gobierno de Raúl Alfonsín era sometido a todo tipo de presiones y amenazas de golpes de Estado.

En varios sentidos, Argentina, 1985 puede verse también como una cruza entre las dos únicas películas nacionales que ganaron el premio Oscar: La historia oficial, de Luis Puenzo; y El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella. Las consecuencias de la última dictadura, la dinámica interna tribunalicia y las implicancias íntimas y emocionales de situaciones de fuerte trascendencia social y política se mixturan con naturalidad a partir de un aceitado guion coescrito por Mitre y Mariano Llinás, que logra imprimirle además una necesaria veta humorística para descomprimir la tensión, oscuridad y la inevitable solemnidad de la faceta judicial.

Los guionistas encuentran sobre todo en el universo familiar (pero también en un comic relief como el guardaespaldas Ormigga) el contrapeso ideal a las cuestiones políticas (a Alfonsín se lo escucha fuera de campo, pero no se lo ve, aunque figuras de la época como Antonio Tróccoli son duramente cuestionadas), judiciales (la reconstrucción de los alegatos es bastante minuciosa) o de seguridad (los grupos de tarea deambulando impunes en plena primavera democrática). Los aportes de Alejandra Flechner como Silvia, la esposa de Strassera; de Gina Mastronicola como la hija adolescente Verónica y sobre todo de Santiago Armas Estevarena (toda una revelación), como el hijo menor Javier, permiten dotar al relato de una dimensión más humana, capaz de generar una mayor empatía e identificación.

Darín y Lanzani se lucen con interpretaciones contenidas, sin regodeos, ostentaciones ni imitaciones, porque los hechos hablan por sí solos y ellos no tienen que sobreactuar en plan súper héroes (aunque la dimensión heroica esté siempre en el sustrato). Y en papeles secundarios sostienen cada una de las escenas en las que participan el mítico Norman Brisky (notable como el Ruso, personaje puramente ficcional que funciona algo así como el mentor de Strassera), Carlos Portaluppi (León Arslanian, presidente del tribunal) o Laura Paredes (quien ofrece un desgarrador testimonio en pleno juicio), por nombrar solo algunas de las figuras destacadas que aparecen en el amplio elenco.

Tras la muy audaz, deforme e incómoda Pequeña flor (una película de espíritu jazzero sujeta a la inspiración e improvisación), Mitre regala un film diametralmente opuesto (una perfecta sinfonía muy precisa y articulada). Del más desbordante cine de autor a otra en la que despliega como nunca el oficio de narrador con el thriller psicológico (paranoico), el drama familiar y las películas de juicio como marcos, Mitre logra que las casi dos horas y media de Argentina, 1985 fluyan con elegancia, sin estridencias y con una complicidad conseguida con recursos nobles.

Algunos podrán decir que, yendo a lo seguro en materia de géneros clásicos y con los dólares de Amazon detrás, los desafíos de Mitre se allanaron respecto de cierta impronta más autoral y una factura más artesanal. Sin embargo, analizando la historia reciente del cine nacional, en la que sobran proyectos arriesgados a los que les cuesta conectar con el público, Argentina, 1985 surge como una auténtica rareza: una película hecha con plena concencia de sus objetivos, concebida con enorme profesionalismo, con ambiciones de llegada popular y sin por eso arriar jamás las banderas de la calidad: 140 minutos que se disfrutan como los cuentos bien narrados. Con sorpresas, miedo, risas y, finalmente, genuina emoción. En el Monumental y en Cines del Centro.

 

 

“La mujer Rey”

 

Dahomey existió en los mapas y en el reconocimiento de la comunidad internacional hasta 1975. Era una pequeña república, antigua colonia francesa, situada en la región occidental del continente africano, entre Togo y Nigeria, que hoy lleva el nombre de Benin. Mucho antes que eso, Dahomey funcionó como un reino que en el siglo XIX tenía una característica distintiva: un ejército muy competente, bien preparado para el combate y con un valor a toda prueba integrado exclusivamente por mujeres.

Las Agojie, nombre tribal que recibían estas guerreras encargadas de la guardia personal del rey, son las grandes protagonistas de La mujer rey, uno de los títulos de moda por los tempranos rumores de futuras nominaciones al Oscar para la película, su directora (la afroamericana Gina Prince-Bythewood, la misma de La vieja guardia) y su actriz protagónica. Esta última responsabilidad recae en Viola Davis, una de las preferidas de Hollywood, que encarna aquí a Nanisca, la conductora de este grupo de amazonas. Al ascendiente y la presencia que transmite en cada aparición aquí se le agrega un duro entrenamiento que la convierte por primera vez en una heroína de acción. Con un gesto siempre pétreo y severo que esconde profundos traumas de su vida previa, Nanisca lidera al grupo, fortalece la mística conjunta y espera a la vez adquirir alguna preferencia entre las múltiples esposas del rey al que juró servir hasta la muerte.

Entre batalla y batalla (filmadas con mucha pericia), Nanisca se encarga de organizar la preparación de las futuras Agojie, jóvenes aspirantes que son llevadas a renunciar a cualquier impulso afectivo o amoroso que pudiese obstaculizar sus deberes militares. En ese grupo sobresale la inquieta y decidida Nawi (Thuso Mbedu), que por varias razones que iremos descubriendo capturará la atención de la veterana capitana.

Es muy fácil descubrir conexiones con relatos históricos de acción y aliento épico desde los cuales se afirman valores como la defensa de cierta identidad comunitaria y dignidad personal en tiempos y lugares donde los enfrentamientos son siempre de vida o muerte. Los ecos de Gladiador y Corazón valiente, por ejemplo, resuenan aquí todo el tiempo casi de manera deliberada, porque La mujer rey también se rinde a las costumbres y a los clisés de una tradición narrativa que sale a buscar siempre el camino más seguro y la explicación más didáctica a través de arengas, rebeldías o ciertas reacciones sencillas de adivinar.

La mirada retrospectiva de la película aparece traspasada por algunos temas bien actuales (la violencia de género, la trata de personas, el empoderamiento femenino), lo que lleva a perder de vista cierta perspectiva histórica completa y aceptar unas cuantas concesiones prácticas que le permiten darle al relato la mayor llegada posible. Ese espíritu aleccionador, con todo, se nutre de suficientes recursos visuales y narrativos, más la presencia de algunos buenos intérpretes (se destacan Lashana Lynch y John Boyega), como para funcionar como un digno entretenimiento. Se ve en todos los complejos de la ciudad.

 

 

“Americo”

 

 

Las palomas son parte fundamental de la historia. De los mensajes enviados por el faraón Userkaf al resto de su imperio egipcio, pasando por Genghis Kan, la Muralla China y la Primera Guerra Mundial. Todos ellas han cumplido una función desde la confianza que prodigan. Muchos creen que la virtuosidad de su orientación tiene que ver con la percepción magnética que emanan desde su pico, otros aseguran que se relaciona con su memoria fotográfica, capaz de recordar mapas enteros de ciudades. Lo cierto es que no hay certezas sobre su notable condición, pero la realidad es que ellas siguen volviendo. Salen y retornan como simbolizando, más que la paz, esa identidad humana de volver a los orígenes para desde allí nuevamente empezar. Américo, el nuevo documental de Federico Sosa, es una retrato de vida de un colombófilo que cruza su pasión por las palomas con los vínculos de amistad que ello ha traído aparejado, los avatares que ha tenido que superar a lo largo de sus años y la construcción de una comunidad unida más allá de las diferencias ideológicas y sociales.

¿Hay alguna imagen más exacta de la libertad que ver a las palomas arrancar vuelo a lo alto de los cielos? El primer cuadro del documental nos introduce en el mundo colombófilo de prepo para inmediatamente sumergirnos en la vida de Américo Fontenla, un parrillero de la Paternal que entrevera sus horas entre el trabajo, la familia y su amor por las palomas. Es que ellas están presentes en cada uno de los quehaceres de Américo, en sus diálogos en el barrio, en las confesiones más intimistas en su terraza, en boca de las discusiones con su amigo Oscar en la parrilla.

El film bucea entre medio de las conversaciones, como un ojo que se posa para avizorar las acciones y las palabras vinculadas a la colombofilia. Juega con el contrapunto de Américo y Oscar, uno más emocional y otro más racional, pero que ambos traslucen un relato donde las palomas son más que un mero pasatiempo, son una filosofía que los ordena e impulsa con el resto de su vida. De lo que nos habla el documental también es del rol comunitario que brindan los clubes y asociaciones, homogeneizadores de las identidades barriales. Espacios en donde las edades y diferencias se nuclean en pos de un objetivo común; de una pasión que se ve reflejada en los diálogos, en lo actitudinal de los integrantes y asimismo en esa sensación de familia que se trasluce en el ambiente. Las palomas son espectadoras allí, de ese ritual que se genera a partir de ellas, de ese crisol de sensaciones que van atravesando los personajes en su itinerario.

“La paloma es una ave de regreso”, dice Oscar. Y es probable que aquello pueda definir en parte ese magnetismo que los acompaña a ellos para volver a comenzar con una nueva competencia. La puesta en la asociación, el viaje en camión y el retorno. Las palomas y ellos se mueven como un espejo, retornan a su lugar de inicio para volver a empezar, para conectarse. La historia de superación de Américo, quien nos cuenta que vendió su carnicería para irse a Brasil y escapar de sus adicciones pero terminó juntando latas para sobrevivir, es también la memoria que corre por detrás de la película. Una historia de obstáculos, problemáticas y pruebas pero que, como las palomas, pueden superarse siempre y cuando haya un horizonte que alcanzar, un retorno a esa esencia de lo que realmente somos, lo que nos completa y direcciona para seguir adelante. Las secuencias fotográficas del film nos contraponen lo terrenal con las alturas. El refugio de los hombres y mujeres, en medio de las calles transitadas; y de las palomas en sus recovecos, mirando por encima de alguna edificación. Los laberintos que construimos cuando arriba todo parece más claro.

Américo es una película sobre la amistad. Sobre cómo los vínculos se elaboran a través de una pasión en común, de un objetivo que nos trasciende. De las redes que se van tejiendo a lo largo de nuestra vida y de cómo eso puede transformarnos, hacernos entender que la vida todavía tiene gestos humanos en medio de una era automatizada. De cómo un puñado de personas ponen la tecnología al servicio de algo instintivo, casi como una resistencia a ese mundo que cada vez nos exige más alienarnos de nuestros orígenes. Un documental en donde las palomas son protagonistas, pero a su vez puentes de comunicación entre las personas, para recordarnos que las distancias son cortas cuando la conexión es sincera y que lo que nos une tiene más que ver con quiénes somos que con quién pretendemos ser. En el Cine Arteón.

 

 

“Que todo se detenga”

 

En la primera escena de Que todo se detenga se ve a Germán en el living revuelto de su departamento aspirando una línea de cocaína, sustancia que alguna vez, en otra vida, se prometió no volver a consumir. Luego de uno de los tantos flashbacks que retrotraen la acción hacia distintas circunstancias que lo llevaron a la decadencia espiritual actual, el muchacho aparece sentado en el inodoro con la puerta del baño abierta… y sin papel higiénico para limpiarse. El director y guionista Juan Baldana necesita apenas dos escenas para ilustrar el estado de caos que impera la rutina de su desnorteado protagonista, un escritor que supo embocarla con un libro y ahora, a sus cuarenta años, se gana el mango haciendo notas para una revista de la embajada francesa mientras espera algo que ni él parece saber muy bien qué es. Más allá de la quietud física y el estatismo inherente a su trabajo, su cabeza no para, como si allí habitará un sinfín de pensamientos embrionarios que difícilmente adquieran el carácter de idea.

Igual de astillada y fragmentada que el mundo interior de Germán es la adaptación cinematográfica de la novela homónima de Gonzalo Unamuno a cargo del responsable de Arrieros (2011), Los del suelo (2015), Sintientes (2020) y Desequilibrados (2021). Una adaptación que nunca logra despojarse de ese origen literario, como demuestra una voz en off omnipresente que permite enunciar en voz alta aquellos pensamientos sin rumbo a la vez que contextualizar las situaciones que se ven en pantalla y los personajes con los que se cruza durante su derrotero físico y emocional. Uno de ellos es el vecino (Luis Ziembrowski, notablemente desagradable y revulsivo) al que va a pedirle papel higiénico y termina instalado en el living de Germán (Gerardo Otero) con un whisky y pidiéndole, casi al borde la súplica, que por favor le deje practicarle sexo oral. Por ahí anda también su hermana (María Canale), con quien debe resolver cuestiones vinculadas con su madre internada al borde de la muerte, y un ex vecino (Alan Sabbagh) dedicado a la política, con el que cena menos por interés en su interlocutor que por no comer solo.

Otro es un viejo conocido (Claudio Tocalchir) al que Germán, como a casi todos, detesta, quien le deja a cargo su celular para que le saque alguna foto a Charly García cuando visite el boliche en el que se encuentran. Germán nunca supo si el músico fue por la sencilla razón de que se esfumó para una noche de sexo casual con la hija de un acaudalado empresario hotelero. Que la escena de sexo esté filmada como en los ’80 (cámara lenta, estilización visual, actores con cara de goce supremo) ilustra el choque entre las presiones generadas por los mandatos del mundo moderno (la problematización de la idea de paternidad, motivo de separación de su novia; la sobre exigencia y precarización laboral, la soledad urbana) y su traspaso al lenguaje audiovisual deudor mayormente de formas extemporáneas, tensionando así una película sobre la locura a la que, paradójicamente, le falta locura. En el Cine Arteón.

 

 

 

“Sonríe”

 

 

“El cine de la metáfora” podría ser la perfecta etiqueta para el terror de estos tiempos. Después de la década del 2010, en la que la aparición de exponentes innovadores del género como La bruja (2015) de Robert Eggers o El legado del diablo (2018), de Ari Aster, permitieron acuñar el término ‘terror elevado’, hoy se piensa al género como expresión plástica de un trauma social que todos conocemos. Puede tener que ver con la violencia de género, como en las recientes Men, de Alex Garland, y Resurrection, de Andrew Semans –todavía no estrenada en Argentina-; como con las tensiones raciales como en Su casa (2020) o Master (2022); o con el pavor a la vejez y el deterioro físico como en Relic o The Dark and The Wicked, ambas de 2020. Lo que asoma en la pantalla, bajo la iconografía del horror, es un hecho traumático, ya no indecible para la sociedad y que debe adquirir el desvío de la representación, sino tematizado en una agenda pública tan pregnante que ha invadido a la ficción. Sonríe consigue apropiarse de esa premisa con astucia, aunque sin quebrar ninguna de sus conocidas coordenadas. Una terapeuta que carga con la culpa de la muerte de su madre revive el trauma a partir del brutal suicidio de una paciente psiquiátrica. Su entramado racional se desmorona ante el asomo de una supuesta maldición. Lo que le interesa a la película, además de poner el dedo en la llaga de la cultura del bienestar condensada en esa sonrisa que resulta escalofriante, es el horror que causa pretender la normalidad y esconder el sufrimiento para ser aceptado. En su ópera prima, Parker Finn maneja el sonido como clave de extrañamiento y si bien recurre a los tradicionales golpes de efecto, los administra con precisión, modelando un mundo en crisis en el que la restauración del control no es más que una utopía. En los complejos de la ciudad.

 

 

“Mete miedo”

 

María Abadi, Melisa Garat, Marco de la O y Ruby Vizcarra protagonizan la producción nacional “Mete Miedo”, de Néstor Sánchez Sotelo, escrita por Hernán Moyano. Inició su recorrido mundial en la sección iberoamericana del festival Macabro en la ciudad de México, seguida de su Premiere Europea en Bélgica en el BIFFF – Festival Internacional de Cine Fantástico de Bruselas, y cuenta con próximas fechas en festivales de latinoamerica y España.

“Mete Miedo” plantea un escenario en el cual el mundo de las pesadillas puede cruzar nuestro subconsciente y traer su terrible amenaza a la realidad, con un trío de protagonistas que debe lidiar con la amenaza latente de misteriosas fuerzas que se camuflan a su alrededor. Nuestras acciones en el pasado tienen consecuencias que pueden tornarse mortales en el presente. En palabras de su director: “la única manera de detener esto, es si somos capaces de reconocer el mal y enfrentarlo… evitarlo es imposible”.

La oficial de policía Camila, la fiscal Fátima, y el detective de la policía Ángel, viven rodeados de situaciones extremas, investigando asesinatos brutales y enfrentándose a macabros criminales. Durante una operación en un área peligrosa, tienen un encuentro con una siniestra figura femenina quien lidera un ritual de autosacrificio. Este ser sanguinario, más poderoso que la muerte misma, jugará con este trio al “Mete miedo”. En el Hoyts.

 

 

“Evangelion 3.0”

 

 

Cuarto y último volumen de La Reconstrucción de Evangelion. Misato y su grupo anti-NERV, Wille, llegan a una París roja por la nucleización. La tripulación de la nave Wunder aterriza en una torre de contención con solo 720 seg para reestablecer la ciudad. Cuando una horda de Evas NERV aparece, la mejorada Unidad Eva 8 debe interceptarlos. Mientras, Shinji, Asuka y Rei merodean por Japón. En el Showcase.

 

 

“Super ¿Quién?”

 

 

La comedia francesa de Philippe Lacheau que se ríe del cine de superhéroes sin ningún pudor con palazos y guiños hacia las grandes franquicias de Marvel y DC, llega este jueves a Rosario. Lacheau produce, dirige y protagoniza esta parodia que encabezó la taquilla francesa tras su estreno. Completan el reparto principal de la peli Jean-Hugues Anglade, Élodie Fontan, Alice Dufour, Georges Corraface, Julien Arruti y Tarek Boudali. Nuestro protagonista es Cedric, quien intenta seguir su sueño de convertirse en actor sin demasiada suerte. Sin embargo, su gran oportunidad le llega de rebote cuando consigue el papel protagonista en una película de superhéroes. La cosa va perfecta y por fin Cedric podrá ganarse al resto de sus amigos y a su padre, incluso trabajar con su actor favorito. Como todo no podía ser tan fácil, un día surge una emergencia y Cedric se marcha del rodaje sin quitarse su traje de Badman y sufre un accidente de tráfico. El choque le deja con una amnesia galopante y cuando despierta está convencido de que es un superhéroe y la trama de la película que estaba grabando totalmente real.

‘Super… ¿quién?’ le cuesta un poco arrancar, ya que se toma su tiempo (y bastante) para irnos sentando las bases de la trama y presentarnos a todos los jugadores. Porque aunque la fuente principal de la historia es bastante simple, terminamos contando con un reparto más grande de lo que en un momento parecía y con varias tramas que terminan culminando juntas con una costura que se va hilando poco a poco.

Eso sí, una vez despega el conflicto principal, ya todo va cuesta abajo y sin frenos. Os decíamos más arriba que estamos ante una parodia del género de adaptaciones cómic, que rescata lo mejor de películas como ‘Scary Movie’ o ‘Superhero Movie’ para sacarle los colores al cine de superhéroes actual.

Esto no significa que haga falta llevar todo el Universo Marvel o el de DC al día para seguir la película, ya que tiene el suficiente contenido original como para mantenerse en pie por sí sola… Pero sí que es cierto muchísimos de los gags más acertados están pensados por y para fans del género y que se le va a sacar más partido a ‘Super… ¿quién?’ si estamos relacionados con ciertos superhéroes y sus adaptaciones más recientes a la gran pantalla.

Y es que al final, ‘Super… ¿quién?’ es una película de humor muy básica, con muchísimo slapstick, tortazos y situaciones ridículas que en muchas ocasiones te llegan a generar risa (aunque sea incómoda) simplemente por la vergüenza ajena que provocan sus protagonistas. En el Showcase, Cinépolis y Hoyts.

 

 

Fuentes: Diego Batlle, Otros Cines, Clarín, Pablo Scholz, Revista Ruda, La Nación, Paula Vázquez Prieto, Hipertextual.

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