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Ocho pelis llegan el último jueves del mes a la ciudad

Oscarizadas, de terror, argentinas, llega de todo la semana siguiente al arribo de un tanque de Marvel, como suele ocurrir. Nadie se atreve a estrenar a la par de un peso pesado, por eso Grandinetti, Olivia Colman, Woody Harrelson, todos aterrizan este jueves: “El triángulo de la tristeza”, “Imperio de luz”, “Las momias y el anillo perdido”, “Ofrenda al demonio”, “Pearl”, “La chica nueva”, “Cuando oscurece” y “La Residencia”. Aquí como siempre una selección de reviews, los trailers y donde verlas, porque el cine se ve en el cine.

 

“El triángulo de la tristeza”

Con películas como Involuntario (2008) y Force Majeure: La traición del instinto (2014), Ruben Östlund supo jugar con fuego y salir ileso. Convertido en un satirista reverenciado, un enfant-terrible del cine europeo, se consagró al ganar nada menos que la Palma de Oro 2017 con The Square.

Si aquel film se burlaba de la burguesía intelectual con mucho de capricho, de regodeo, de manipulación emocional, de cinismo y hasta de sadismo. qué decir entonces de Triangle of Sadness / El triángulo de la tristeza, un tríptico en el que posa su mirada despiadada y mordaz (con escalas intermedias en el patetismo y la crueldad) en la obscenidad del lujo del universo de los ricos y las cada vez más profundas diferencias sociales.

Dividida en tres episodios (Carl & Yaya, El yate y La isla), se trata de una comedia ácida y negrísima con algunos pasajes que en principio pueden generar risas y hasta alguna carcajada aislada, pero que en su conjunto provoca irritación. Y el sedimento que deja con el correr del tiempo es todavía mucho peor. En la línea de -para buscar un ejemplo argentino- la dupla Cohn-Duprat, Östlund tiene una mirada siempre sobradora, riéndose de sus personajes, juzgándolos por sus pensamientos y sus actos, burlándose de sus reacciones y contradicciones y ensañándose con sus bajezas.

La primera parte tiene como protagonistas a una pareja de jóvenes modelos e influencers (Harris Dickinson y Charlbi Dean) que disputan por cuestiones de dinero (y por lo tanto de poder); la segunda está ambientada en un crucero de lujo cuyo capitán borrachín no es otro que Woody Harrelson y, entre citas a Marx, se produce una tormenta y recibe un ataque de piratas; la tercera, tiene que ver con la supervivencia de algunos pasajeros y tripulantes en una isla supestamente desierta donde las miserias, mentiras y manipulaciones se exacerban y potencias hasta niveles ya insostenibles.

Es cierto que Östlund filma muy bien (los planos preciosistas, cuidados hasta el detalle e hiperestilizados por momento resultan molestos en su perfección) y tiene timing para los diálogos y el humor físico, pero lo que importa aquí no son las partes (que analizadas de forma independiente pueden funcionar) sino el todo: la mirada del mundo y cómo ponerla en escena. El espíritu, el tono, los simbolismos, las alegorías, las metáforas, los golpes bajos. Un cine misantrópico, calculado, artero y efectista que tiene múltiples adeptos en el mundo. Luis Buñuel, Blake Edwards y Luis García Berlanga, entre muchos otros, se revuelven en sus tumbas. En los Cines del Centro.

 

“Imperio de luz”

Me sentí un poco engañado por Imperio de luz. No porque sea una mala película (tampoco es algo particularmente deslumbrante) sino porque me la habían vendido como “un tributo al séptimo arte”, “la Cinema Paradiso de Sam Mendes” y terminó siendo un apenas correcto melodrama con una gran sala de cine de espíritu art deco (en verdad el complejo tiene dos pantallas) de trasfondo.

Estamos a principios de los años ’80 y Hilary Small (Olivia Colman, de esas actrices que elevan cualquier material por convencional que sea) trabaja como administradora del Empire, un hermoso y amplio cine ubicado en la ciudad costera de Kent. Frustrada, deprimida, con evidentes inestabilidades emocionales que intenta combatir con una batería de químicos, nuestra antiheroína parece encontrar en ese ámbito algo de equilibrio. Hasta que a los pocos minutos descubrimos que su jefe, el Sr. Ellis (Colin Firth), es un tipo decididamente abusivo. El equipo fijo del Empire se completa con el proyectorista Norman (el siempre notable Toby Jones) y un recién llegado (negro, y no se trata de un dato menor) llamado Stephen (Micheal Ward).

En la Inglaterra de Margaret Thatcher se proyectan en ese cine durante los meses en los que transcurre la película Cómo eliminar a su jefe / Nine to Five, El hombre elefante, All That Jazz: El show debe seguir, Los hermanos caradura / The Blues Brothers, Toro salvaje, Carrozas de fuego y Desde el jardín / Being There (estas dos últimas ejes de sendas escenas cumbre), pero más allá de esas y otras referencias cinéfilas, Mendes (aquí tambien guionista) se maneja dentro de terrenos previsibles y de los cánones esperables de la corrección política.

A las cuestiones ligadas a la salud mental de Hilary, se le suman una (algo más que) amistad entre la protagonista y Stephen (un tipo mucho más joven que sueña con ingresar a la universidad para estudiar Arquitectura), la problemática del abuso sexual y, sobre todo, el creciente racismo hacia negros y extranjeros por parte de grupos de ultraderecha como el Frente Nacional aquí concentrados en grupos de skinheads fascistas. Demasiadas ramificaciones (trabajadas, es cierto, sin sensacionalismo y por momentos incluso con cierta sensibilidad) para una película -bellamente fotografiada por el gran Roger Deakins y musicalizada por la dupla Trent Reznor y Atticus Ross- que prometía una cosa y termina siendo otra(s). En Del Centro y Showcase.

 

“La Residencia”

Ansiosa por desarrollar su próxima novela “Violeta”, Ana llega a la “Residencia del Fin del Mundo”, un prestigioso laboratorio de escritura en la Cordillera de los Andes. Ahí conoce a Holden, un líder carismático y creador de un método donde los autores dejan de lado sus vidas para vivir como sus personajes. Cautivada por su proceso creativo, Ana se sumerge en el método y empieza a vivir como Violeta, hasta que su ficción empieza a irse de su control.

Uno de sus protagonistas, Darío Grandinetti recuerda que fue bastante sencillo entrar en el clima de la historia y ponerse en la piel de estos personajes por las condiciones extraordinarias en las que se desarrolló el rodaje: “Filmamos en pandemia, entonces de alguna manera vivíamos como los personajes. Estábamos en un hotel tomado por nosotros, durante los primeros días comíamos en mesas separadas, nos hicieron varios PCR y luego pudimos juntarnos aunque con protocolos, respetando la burbuja. Eso nos puso en clima a todos”.

Holden es un ermitaño que se inventa un mundo regido por leyes extremas que funden de manera peligrosa arte y vida. A la hora de componer el personaje, Grandinetti cuenta que pensó en “ciertas movidas sectarias, sobre todo en ese tipo de talleres que vinculan el arte a cierto fundamentalismo, aunque sin llegar al extremo que se llega en la peli, porque el primer planteo parece muy apasionado: vamos a vivir como los personajes. Hasta ahí. Después está el riesgo del delirio”. Los actores muchas veces analizan a sus personajes como si fuesen personas reales, pero él advierte: “Es un hilo finito y siempre es bueno tenerlo en cuenta. Hacemos personajes, entonces tienen que tener un grado de irrealidad. El límite es muy fino pero trato de no olvidarlo”.

La propuesta de Holden es extrema: cada escritor debe vivir como el personaje de su ficción. Ana (Falabella) debe encarnar a Violeta, una joven que comparte el aislamiento en la montaña con un hombre mucho mayor y que intenta resolver algunos traumas personales vinculados a la violencia y comportamientos destructivos. La residencia revela que hay un maestro de métodos crueles pero también un grupo de personas dispuestas a alimentar ese poder. A la hora de establecer paralelismos entre la ficción y los mecanismos de manipulación en otros terrenos como la política, el actor opina: “En este personaje aparece la perversión, ¿no? Si lo que hace en esta residencia lo hiciera en un ámbito público, probablemente tendría una pena por mal desempeño de la función pública y por abuso de autoridad. Uno puede trazar muchos paralelos, pero tampoco creo que la pretensión del director haya sido la de relacionar esta historia con todo eso. Son las lecturas posteriores que pueden hacerse y que, claro, a mí me interesa que se hagan”.

El rodaje se llevó a cabo en Ushuaia gracias a un permiso especial y las locaciones funcionan como piezas claves en el relato: el lugar donde viven los residentes es la vieja Hostería Petrel, uno de los discípulos cierra su proceso de escritura en un lago y la escena final se realizó en el Cerro Castor. Grandinetti asegura que “filmar ahí fue de mucha unión y complicidad”, y agrega: “El clima era muy hostil, hacía mucho frío a pesar de que era verano, el set era una vieja hostería abandonada que el equipo de arte acondicionó, pero entraba el viento y era difícil calefaccionarla. En exteriores también hacía frío, la tormenta de nieve que se ve es real, pero estábamos ahí contando una historia que nos gustaba. Filmamos en plena pandemia, cuando nadie podía trabajar, entonces nos sentíamos privilegiados. Hablábamos mucho sobre eso”.

Se puede ver en el Hoyts y en el Showcase.

 

“Cuando oscurece”

Extraño caso nacional de “secuela”, Cuando oscurece sigue los pasos de Pedro tiempo después de los hechos de 36 horas, estrenada hace aproximadamente un año. En aquel largometraje, el protagonista, interpretado por César Troncoso, se veía enfrentado al pago de una importante deuda de negocios ligada a su productora audiovisual en el mismo día del cumpleaños número seis de su hija, generando de paso nuevas rispideces con su ex (Andrea Carballo) y socia en el negocio. Una película tensa y definitivamente urbana.

Cuando oscurece –que a pesar de esa ligazón puede verse de manera independiente– mantiene en gran medida la tensión dramática, pero traslada la acción a ámbitos del “interior” del país mucho más agrestes. No se sabe cuánto tiempo ha transcurrido desde el final de los hechos del film previo; tampoco cómo ha terminado el asuntillo de la deuda, pero es claro que la separación de Pedro y Érica sigue firme. El hombre acaba de pasar unas vacaciones con su hija Flor y está a punto de “devolvérsela” a la madre, pero algo ocurre, una decisión intempestiva o, quién sabe, quizás reflexionada con tiempo.

Lo cierto es que Pedro y Flor continúan de viaje ya en tiempo de descuento y terminan en una cabaña agreste alquilada por tiempo indeterminado. Las pistas de que algo no está del todo bien son evidentes: ante el encargado de la posada Pedro afirma que no encuentra los documentos en los bolsos, y cuando Flor le pide el teléfono para llamar a Mamá la respuesta es que Érica está trabajando unos días en un lugar sin señal. El espectador cae rápidamente en la cuenta de que Pedro está embarcado en un clásico intento desesperado por asirse a algo que se ha perdido. O tal vez una venganza. O ambas cosas y otras más entreveradas. Troncoso vuelve a repetir un personaje que parece siempre a punto de quebrarse, aunque aquí el origen del nerviosismo y el malestar tienen orígenes diversos. No es casual que Néstor Mazzini haya bautizado la que será una trilogía (la saga se completa con la futura La mujer del río, según afirma la gacetilla de prensa) como Autoengaño: si alguien cree que puede salirse con la suya a pesar de todas las evidencias en contra es justamente Pedro.

Cuando oscurece es un relato mínimo y, a lo largo de sus casi noventa minutos, suele notarse el desgaste del material narrativo. A pesar de ello, y más allá de la vuelta de tuerca final –que parece un tanto excesiva teniendo en cuenta aquello que la antecede–, la dinámica entre padre e hija, los cambios sutiles en la relación, la creciente sospecha de la niña de que su padre no está haciendo las cosas bien, mantienen el interés hasta el desenlace. La gran sorpresa de la película es la actuación de Matilde Creimer Chiabrando, quien no sólo logra salir airosa cuando tiene que procesar las líneas de diálogo más difíciles sino que aporta un nivel de frescura naturalista notable a lo largo de todo el relato. Con apenas cuatro películas en su filmografía –las dos de Mazzini y Nuestros días más felices y Mamá, mamá, mamá, ambas de Sol Berruezo Pichon-Riviére– la jovencita Creimer Chiabrando es ya toda una actriz consumada. En El Arteón.

 

 

“La chica nueva”

Jimena anda en problemas. En la peluquería en la que trabajaba el dueño la sorprendió pasando la noche en el local, y la echó sin más. Desde que ocurrió “lo de su madre” no tiene dónde ir, y como no tiene dónde ir marcha a Río Grande, Tierra del Fuego, donde vive su medio hermano, a quien prácticamente no conoce. Como tampoco tiene plata se cuela en el portamaletas del ómnibus, y llega penosamente. Cuando llega se encuentra con que el hermano no es muy amable (a ella tampoco le sobra conversación), pero la deja quedarse unos días en su casa. En la isla hay una sola fuente de trabajo, en la ensambladora de celulares y televisores, y allí va a parar Jimena. Pero el trabajo en la fábrica resulta tan poco estable como el resto de las cosas de su vida, y deberá hacerse una con sus nuevas compañeras para defenderse de la explotación.

La chica nueva va de lo individual a lo colectivo. Jimena (la excelente Mora Arenillas, que ya había llamado la atención en Invisible, 2017) es una chica solitaria, sin amigos ni novio o novia a la vista. Su hermano, Mariano (Rafael Federman) se corta por la propia con un contrabandeo de celulares traídos desde Chile, y cuando no le funciona termina votando en contra de un paro, porque por razones personales le conviene que la fábrica siga funcionando. La fábrica le da a Jimena un grupo de pertenencia, y también la posibilidad de una relación con una compañera (Jimena Anganuzzi), que desde que Jimena llegó la mira con intensidad. Mariano la involucra en un negocio peligroso, para saldar una deuda que tiene con unos tipos pesados, y Jimena deberá tomar una decisión que es de orden ético. El nudo de la película (que transcurre en 2017, cuando se prepara el Mundial de Rusia) son las medidas de fuerza emprendidas por los empleados de la fábrica, que ante el escalamiento de la represión por parte de la patronal (les bajan el sueldo, el gremio no tiene paritarias, despiden a mitad del personal) terminarán por tomarla. Allí, lo que hasta entonces era la historia personal bastante desgraciada de la protagonista se vuelve social y política. Son muchas las que están como ella, no es la única que padece. Opera prima de Micaela Gonzalo, La chica nueva es una película tan seca como sus protagonistas, y como el paisaje que los rodea. Los diálogos son escasos y cortantes, Jimena habla para adentro y Mariano, mordiendo las palabras. Los cortes son directos (montaje de la experimentada Valeria Racioppi). Las elipsis abundan.

La narración es minimalista, dejando huecos en el relato. Un “antes” fuerte, del que se sabe poco, un “durante” que se construye mediante indicios y un “después” igualmente fuerte, que queda abierto. Aunque marcado por esa consigna que alude a la unidad de los trabajadores. Cuando la cosa se pone intensa (gendarmería, gases, tiempo contra reloj) y Jimena se ve obligada a correr y desplazarse, la cámara la sigue con travellings desde atrás, que recuerdan el estilo de los hermanos Dardenne. Hasta que para, y se une. Y al que no le gusta, se jode. En El Arteón.

 

 

“Pearl”

Pearl es una joven que vive junto a sus padres, inmigrantes alemanes, en Texas. Su marido está luchando en la Primera Guerra Mundial y su padre tiene problemas de salud que le tienen paralizado, por lo que Pearl debe hacerse cargo de la granja en la que viven. Una de las vías de escape que tiene la protagonista es el cine. Está fascinada con las películas y quiere convertirse en bailarina. En una de esas sesiones, conoce a un joven proyeccionista. No para de fantasear con él y comienzan una relación en el límite de lo prohibido que atrapa a Pearl. En Cinépolis.

 

“Ofrenda al demonio”

Desesperado por pagar sus deudas, un hombre intenta secretamente manipular a su padre para que venda su funeraria. Sin saberlo, desatará a un espíritu maligno que tiene la mirada puesta en su esposa embarazada. En el Monumental, Showcase, Cinépolis.

 

 

“Las momias y el anillo perdido”

 

Las momias y el anillo perdido (Momias, 2023) cumple con todos y cada uno de los ítems que las animaciones para niños deben tener: Personajes carismáticos, la noción de familia, un personaje gracioso (el cocodrilo) y un villano que presenta un conflicto acorde a problemáticas de coyuntura (el robo de piezas arqueológicas de Egipto por parte de museos británicos).

Por supuesto presenta al antiguo Egipto desde una mirada occidental, con todo el universo pop de contexto. En realidad se trata de una ciudad de momias que datan del imperio Egipcio. En ese colorido mundo de antaño Nefer quiere ser cantante en clave Rihanna, Thut es un famoso corredor de carruajes (estilo Ben-Hur) que no quiere casarse pero el destino (por mandato del Faraón) los une en matrimonio.

Para consumar la unión necesitan de un anillo especial robado por Lord Silvester Carnaby, representante del museo Carnaby, quien se lo lleva al mundo de los vivos. Los protagonistas deben hacer un viaje desde las entrañas de la tierra en la que habitan (inframundo para el film) hasta el Londres actual para recuperar la reliquia.

Con esta dinámica Las momias y el anillo perdido presenta una divertida y efectiva propuesta para toda la familia dirigida por el debutante Juan Jesús García Galocha, director artístico de Tadeo: el explorador perdido (2012). En Del Centro, Monumental, Showcase.

 

 

Fuente: Diego Batlle, Otros Cines, Filmaffinity, Télam, Página 12, Sensacine, Emiliano Basile, Escribiendo Cine.

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